EVELYN GORDON
El odio a Israel no es la única razón para la actual crisis del Medio Oriente, pero indudablemente ha desempeñado un rol significativo. Como un ejemplo, consideren cómo fue reconstruido Líbano después de la guerra del 2006 de Hezbolá con Israel–y luego consideren cómo esa reconstrucción terminó permitiendo el baño de sangre en Siria hoy.
La Segunda Guerra del Líbano comenzó hace diez años esta semana, cuando Hezbolá mató a tres soldados israelíes y secuestró a dos en un operativo trans-fronterizo, a pesar de la retirada de Israel de cada pulgada de Líbano seis años antes. Pero Hezbolá no pagó ningún precio público por comenzar una guerra que devastó al sur de Líbano; en su lugar, se volvió la querida del mundo árabe por surgir sin ser derrotado (aunque también no victorioso) de una lucha de un mes contra el odiado enemigo sionista y logrando la hazaña entonces sin precedentes de lanzar unos 4,000 cohetes a la población civil de Israel.
Este efecto halo pudo sobrevivir más allá de la primera oleada de victoria principalmente porque la devastación fue reparada rápidamente, mitigando así el sufrimiento de la base chií de Hezbolá. Pero Hezbolá no podría haber hecho esto solo; no tenía el dinero. Y aunque su patrón iraní hizo pagos de dinero en efectivo a familias que quedaron sin techo, el dinero de Teherán fue primordialmente hacia reconstruir el arsenal de Hezbolá.
Entonces, ¿quién limpió de hecho el desastre que dejó la guerra de Hezbolá? “Con todo el debido respeto a Teherán, la mayoría de la campaña de reconstrucción fue apoyada por estados árabes ricos tales como Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, y Qatar, que donaron cientos de millones de dólares,” escribió el periodista Jack Khoury en Haaretz esta semana. “Qatar solo donó más de u$s300 millones y se hizo cargo de reconstruir casas en las 30 comunidades más duramente golpeadas.” Y esas casas no sólo fueron reconstruidas; fueron incluso ampliadas y hechas mejor que antes.
Los estados árabes suníes no desembolsaron la ayuda para la reconstrucción debido a alguna afición por el Hezbolá chií o su patrón iraní chií. De hecho, los saudíes condenaron abiertamente a Hezbolá por comenzar la guerra. Tampoco estuvieron motivados principalmente por la compasión, como quedó evidenciado por la frialdad con que trataron a las víctimas de la devastación mucho mayor traída por la guerra civil de Siria (los estados del Golfo son famosos por rehusarse a aceptar refugiados sirios).
Más bien, dado el odio del mundo árabe por Israel, estos países sintieron que simplemente no podían permitirse parecer que no apoyaban a las “víctimas de Israel”–especialmente ya que Hezbolá, a pesar de comenzar una guerra innecesaria que causó estragos en su propia población, se había vuelto un héroe árabe por hacerlo. Por consiguiente, ellos unieron fuerzas para reconstruir Líbano.
De no haber sucedido esto, los libaneses podrían haberse vuelto contra Hezbolá por haberles causado daño duradero, dejándolo irreparablemente debilitado. En cambio, se volvió aún más fuerte: No sólo fue un héroe, sino que tuvo la influencia financiera para lograr reconstruir el país. Al cabo de dos años, se había vuelto el gobernante de facto de Líbano, una posición que retiene hasta este día.
Ahora, volvamos rápidamente hacia adelante cinco años al estallido de la guerra civil de Siria en el 2011. La guerra hasta ahora ha matado a más de 400,000 personas y desplazó a más de la mitad de la población del país. Esto incluye a 4.8 millones que huyeron a vecinos de Siria, desestabilizando por lo tanto a países como Jordania, Turquía y Líbano.
La guerra también permitió al Estado Islámico crear su primera base territorial en Siria, desde la cual después capturó porciones de Irak. Estos éxitos luego le permitieron adquirir afiliados en otros países árabes (o sea, Egipto y Libia) y perpetrar o inspirar ataques terroristas letales en todo el mundo. En resumen, la guerra civil no sólo ha estropeado a Siria; entre los refugiados y el Estado Islámico, también ha desestabilizado a mucho del mundo árabe.
Pero una razón principal por la cual esta guerra se ha prolongado por tanto tiempo es Hezbolá. Hace algunos años, los rebeldes parecían cercanos a la victoria. El régimen de Assad estaba perdiendo firmemente territorio debido a su escasez de tropas terrestres confiables (la mayoría de los soldados rasos sirios son suníes, como los rebeldes, así que la secta alauita de Assad no confía en ellos). Pero entonces, Hezbolá derramó miles de tropas en Siria, facilitando al régimen ganar batallas cruciales y recuperar algo de su territorio. Por consiguiente, no hay aún ningún final a la vista. Y como los estados árabes están respaldando a los rebeldes mientras Irán respalda al régimen, la intervención de Hezbolá también negó a estos estados una victoria muy necesaria sobre su rival principal, Irán.
La patología anti-Israel del mundo árabe provocó que los estados suníes rescaten a Hezbolá de las consecuencias de su propia locura hace 10 años y aseguró a Hezbolá que sería capaz de arrojar un salvavidas al régimen de Assad. Una derrota rápida de Assad podría haber reducido los efectos desestabilizadores del conflicto sirio sobre otros países árabes mientras también asestaba un revés a la creciente influencia de Irán en la región. Pero todos estos países priorizaron probar su buena fe anti-Israel por sobre debilitar al aliado militar más fuerte de Irán. Y ahora, están pagando el precio.
Los estados árabes pueden haber aprendido su lección: Ellos no se están apresurando a rescatar a otra milicia respaldada por Irán, Hamas, de las consecuencias de su propia locura. Concedido, prometieron miles de millones de dólares para reparar la devastación causada sobre Gaza por la guerra de Hamas del 2014 con Israel. Pero como informó esta semana el blog Elder of Ziyon, de hecho ha sido pagado muy poco.
En conjunto, los países musulmanes han pagado sólo el 16.5% de lo que prometieron, comparado con el 71% para los países no musulmanes. Y en cuanto a los estados del Golfo, las cifras son aún más bajas: 15% para Qatar, 10% para Arabia Saudita y 0% para Kuwait. Esto presuntamente no está no relacionado con la afirmación del último fin de semana del ex jefe de la inteligencia saudí, Turki al-Faisal, que Irán está “difundiendo caos” y desestabilizando la región a través de su apoyo a numerosas milicias, incluida Hamas y la Yihad Islámica Palestina: Si Riad ve a Hamas como un agente de la desestabilización iraní, tiene buenas razones para no arrojarle un salvavidas financiero.
La concientización que su odio a Israel ha terminado dañando a los estados árabes más que a su víctima propuesta es indudablemente uno de los motores detrás del acercamiento en ciernes de estos países con Israel, como quedó reflejado muy recientemente en la visita del ministro del exterior egipcio Sameh Shoukry a Jerusalem esta semana. Lamentablemente, esa epifanía ha llegado muy tarde para la asediada y sangrante Siria, y para todos los otros países que ahora están sufriendo las consecuencias de su guerra civil en curso.
Fuente: Commentary
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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