DARÍO MIZRAHI
El coronel Amir Golan lideró la unidad que viajó a Argentina para buscar sobrevivientes y recuperar los cuerpos de los muertos. A 22 años del ataque, cuenta cómo fueron esos días.
El 18 de julio de 1994, cuando estalló la bomba que voló el edificio de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina), Amir Golan estaba en su trabajo, en Israel. Tenía 42 años y era un civil, pero tras hacer el servicio militar obligatorio había quedado como reservista. Eso significaba que lo podían llamar en cualquier momento para participar de una misión como cualquier otro soldado.
Poco después del ataque recibió ese llamado. Le dijeron que tenía que ir a Argentina para liderar un equipo que iba a colaborar con la remoción de escombros y la búsqueda de sobrevivientes. La comitiva aportó maquinaria, tecnología y experiencia. Su aporte fue fundamental para recuperar los cuerpos de los muertos de manera apropiada, para que pudieran ser enterrados de acuerdo a lo que establece la religión judía.
Ésa fue una de las primeras incursiones en el campo del hoy coronel Amir Golan. Después de 22 años, sigue colaborando de manera voluntaria con la Unidad de Búsqueda y Rescate de reserva de Israel, de la que es subcomandante. En este tiempo lideró trabajos de apoyo en desastres naturales ocurridos en Turquía, Kenia y Egipto, entre otros países.
En esta entrevista exclusiva con Infobae, cuenta detalles, sensaciones y emociones de lo que fueron los ocho días de 1994 en los que trabajó sin descanso junto a bomberos, policías y equipos de emergencia argentinos.
—¿Cómo fue el momento en que se enteró del atentado en la AMIA y le comunicaron que tenía que viajar a Argentina?
—Yo era un civil. Estaba en mi trabajo cuando alguien de la unidad me llamó para que fuera urgentemente a la base. Me dijo que estaban planeando enviar a Argentina una delegación de búsqueda y rescate. Fui de mi lugar de trabajo a mi casa, y de ahí a la base. A partir de ese momento ya era un soldado. Nos dieron la información esencial sobre lo que había pasado: que habían volado el edificio de la AMIA con un coche bomba y que mucha gente estaba desaparecida. Nos mostraron algunos videos de cadenas de televisión para que pudiéramos ver cómo era el edificio, y nos explicaron el equipamiento íbamos a llevar para ayudarnos a rescatar a la gente atrapada entre los escombros. Entonces nos subimos a un avión a Buenos Aires. Fueron 19 horas de vuelo.
—¿Cómo estaba compuesta la unidad y cuál era su función?
—Estábamos divididos en distintos grupos. Uno estaba a cargo del mando y el control, otro más pequeño se encargaba del abastecimiento de suministros, y el mayoritario tenía la responsabilidad sobre las operaciones de rescate. Teníamos que excavar entre los escombros para rescatar a los sobrevivientes. Era una misión importante porque, aunque no hubiera sobrevivientes, por nuestra religión debíamos darles a todos un entierro decente. Yo estaba a cargo de ese grupo. Éramos unas 20 o 25 personas, no recuerdo exactamente cuántas. Casi todos soldados de reserva. Había muy pocos regulares, que estaban sobre todo para transmitir su experiencia. Estas misiones son muy duras desde el punto de vista psicológico. La idea es formar la unidad con solados que sean lo suficientemente maduros. Teníamos algunos jóvenes en nuestro equipo, pero no eran la mayoría y no lideraban. Cuanto mayor sea el rescatista, mayor es su habilidad para estar en la misión sin ser afectado por las cosas que se ven.
—¿Cuánto tiempo después del ataque llegaron?
—Llegamos el día siguiente al evento (19 de julio), cerca de la noche. Algo más de 24 horas después. Algunas operaciones realizadas por la policía y los bomberos locales ya estaban muy avanzadas. Tuvimos que combinar esfuerzos, aportando más manos y nuestra experiencia para rescatar algunas de las personas que estaban desaparecidas.
—¿Cómo fue la colaboración con las autoridades argentinas? ¿Vieron mucha desorganización cuando llegaron?
—No, no se puede decir que haya habido desorganización. Había muchos policías, el área estaba aislada del público, muchas personas estaban trabajando bajo el liderazgo del Departamento de Bomberos. Creo que en las primeras horas después del ataque uno no sabe dónde excavar, porque todo es tan grande. La gente estaba tomando riesgos para salvar a otras personas. Pero todos los que podían ser rescatados ya no estaban allí cuando llegamos, ya los habían retirado las fuerzas locales. El grueso del trabajo lo hicieron ellos. Cuando nosotros arribamos unimos fuerzas y aportamos nuestra experiencia de trabajo con maquinaria pesada, como grúas para remover los escombros y llegar a la gente. En estas situaciones, gran parte del trabajo es armar una secuencia, organizar qué hacer en las horas siguientes. Y fue siempre con muy buena coordinación con los equipos locales. Trabajamos hombro a hombro.
—¿Y qué pasaba por su cabeza en ese momento, mientras estaba ahí? ¿Hay alguna imagen o escena que se la haya grabado?
—Los israelíes sentíamos una enorme motivación por rescatar la mayor cantidad de personas. Eso nos permitió trabajar muy duro durante largas horas. Por otro lado, los jóvenes de la comunidad judía de Buenos Aires se organizaron en grupos de trabajo y nos ayudaron en las operaciones de excavación y remoción de escombros. Nosotros éramos muy pocos y ellos eran muchos, así que hicimos un muy buen contacto. Mi recuerdo de aquellos días es de un trabajo muy largo y muy serio con distintos grupos que formaron parte. Nos sentimos muy apoyados.
—¿Cuánto tiempo duraron las operaciones de rescate?
Después de ocho días llegamos al punto en que habíamos encontrado a todos los desaparecidos. Lamentablemente no pudimos hallar a nadie con vida.
—¿Y cómo se sintieron entonces? ¿Con qué sensaciones se quedaron?
—Con sentimientos encontrados. Por un lado habíamos encontrado muchas personas muertas por nada, sólo por pertenecer a la comunidad judía, y por tener la mala suerte de estar allí cuando explotó la bomba. Sentíamos una gran pena por la pérdida de todas esas vidas. Pero por otro lado encontramos una comunidad judía muy fuerte, que soportó eso sin desintegrarse ni perderse. Los líderes comunitarios se hicieron cargo de la situación, de la gente, y estuvieron con nosotros desde un primer momento. Lo mismo todos esos jóvenes que nos ayudaron. Sentíamos orgullo por ellos. Sentíamos que habíamos ayudado a la comunidad a ponerse de pie y a seguir adelante a pesar de la pérdida de 85 de sus miembros.
—Pasaron 22 años del ataque, la Justicia Argentina ha tenido muchos problemas para esclarecer lo sucedido y los perpetradores siguen libres. ¿Qué le genera eso?
—Ésa fue una de las primeras operaciones de las que participé. Después tuve la oportunidad de asistir en desastres naturales, como terremotos, y otros provocados por el hombre, como el colapso de edificios. El mundo no se está volviendo un lugar más pacífico ni mejor para vivir. Aquellos que estén preparados para lo peor van a sufrir menos que aquellos que estén desprevenidos. Así, cuando algo malo ocurra, lo manejaremos mejor y habrá más sobrevivientes. Mi mensaje sería el siguiente: hay que estar preparados.
Fuente:infobae.com
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