SONER CAGAPTAY
Empoderado por sobrevivir a un golpe, Erdogan puede tentarse de alentar una contrarrevolución islámica.
Turquía está en un punto de inflexión en su historia luego del intento fallido de golpe del 15 de julio. El Presidente Recep Tayyip Erdogan, habiendo sobrevivido a la conspiración golpista, ganó nueva legitimidad y ganó un nuevo aliado: el fervor religioso en las calles. Erdogan puede utilizar este ímpetu ya sea para convertirse en un presidente de estilo ejecutivo, o puede alentar a las fuerzas de la religión a capturar el país, coronándose como un líder islámico.
Aunque la adquisición gradual de poder ha sido más su estilo en el pasado, el brote poderoso de apoyo islámico para él durante el fin de semana puede probar ser muy tentador. Este es el momento Irán 1979 de Turquía—¿una revolución islámica incipiente desbordará a las fuerzas del laicismo?
Mientras el golpe se estaba desplegando el viernes por la noche, Erdogan apeló a los sentimientos religiosos en el país, concentrando a sus partidarios a lanzar un contra-golpe. Bajo sus órdenes, fueron emitidos llamados a la oración desde las más de 8,000 mezquitas de Turquía a la 1:15 a.m.—no una hora en que se supone que la gente esté rezando. La estrategia funcionó, el llamado a la oración actuó como un llamado a la acción política, y los turcos religiosos salieron a las calles en desafío al ejército laicista. Junto con las fuerzas policiales pro-gobierno, ellos superaron en fuerza al intento frustrado del ejército.
Desde el 15 de julio, los sentimientos pro-Erdogan en Turquía han estado corriendo alto. Los llamados a rezar continúan durante el día (el Islam requiere sólo cinco llamados a rezar en horas fijas diarias), recordando a los turcos religiosos su deber político de ponerse del lado del presidente.
Erdogan, un político con un pedigrí islámico, llegó al poder en el año 2003 como primer ministro y jefe del partido gobernante Justicia y Desarrollo (AKP). En ese tiempo, él siguió una política de crecimiento económico para construir una base de apoyo. También se alejó de la política islámica, adoptando en cambio la reforma y buscando la membresía de la Unión Europea.
Después de obtener victorias electorales en los años 2007 y 2011 sobre una plataforma de buena gobernancia económica, sin embargo, Erdogan se volvió firmemente conservador y autoritario.
Ahora él reprime regularmente las libertades de expresión, reunión y asociación. Ha cerrado o tomado medios noticiosos. Prohíbe el acceso a las redes sociales, encierra a periodistas y envía a la policía a acosar las concentraciones de la oposición.
Erdogan también promueve intentos por imponer la religión: En Diciembre del 2014, el Consejo Superior de Educación, un organismo regulado por el gobierno, emitió una recomendación política para que sean enseñados a todos los estudiantes cursos obligatorios sobre Islam suní en escuelas financiadas públicamente, incluso a los pequeños de 6 años de edad.
En el 2014, Erdogan, accediendo a los límites del mandato, se bajó como primer ministro y como el jefe del AKP. En su lugar asumió la presidencia—un cargo anteriormente débil que él ha estado transformando en forma sostenida. El golpe da a Erdogan una excusa para empujar hacia adelante sus planes de improvisar una mayoría parlamentaria; él tiene intención de enmendar la Constitución de Turquía y capturar los puestos de primer ministro y presidente del AKP además de ser presidente.
Este proceso, que haría aErdogan la persona más poderosa en Turquía desde que el país se volvió una democracia multipartidista en 1950, encaja dentro de su enfoque gradualista para consolidar el poder. Al mismo tiempo, presenta un riesgo: En las dos elecciones más recientes, el AKP de Erdogan ha llegado a un máximo de apoyo del 49.5%, y aunque la popularidad del presidente ha aumentado desde el golpe, no hay garantía que este batacazo durará hasta las próximas elecciones, las cuales, dependiendo de cuando las convoque, podrían ser tan tarde como el año próximo.
Aquí entra un segundo camino, y más rápido al poder: la revolución islámica. Los partidarios de Erdogan—quienes salieron a las calles para desafiar al golpe, y quienes han seguido concentrándose a lo largo del país desde entonces—no son conservadores comunes partidarios del AKP, sino más bien islámicos, e incluso yihadistas. Durante el fin de semana, las turbas pro-Erdogan capturaron y golpearon a soldados que habían apoyado el golpe. Fueron subidas online imágenes según se informa, al estilo Estado Islámico, de un soldado que había sido decapitado.
Lamentablemente, los sentimientos yihadistas en Turquía se han vuelto cada vez más perceptibles últimamente, en gran parte debido a la política de educación de Erdogan, tanto como a su política hacia Siria, la cual ha permitido a radicales islámicos utilizar Turquía como una base de operaciones. Según una reciente encuesta del Centro de Investigación Pew, el 27% de los turcos no ven en forma desfavorable al Estado Islámico. Erdogan ahora puede aprovechar a estas fuerzas para hacer ingresar una revolución islámica.
Las revoluciones no necesitan mayorías, sino más bien minorías airadas y excitadas que estén dispuestas a actuar en forma violenta para tomar el poder. Luego de la conspiración golpista fallida, la política turca no se ha asentado, Erdogan todavía no está a cargo del país entero, es el motivo por el cual para el domingo al atardecer él no había regresado a la capital turca. No era todavía seguro para él. El fervor religioso está corriendo alto; las mezquitas llaman a oraciones a lo largo del día. Islámicos y yihadistas que están enojados con el ejército vagan por las calles, mientras la mayoría de los turcos de otros panoramas políticos tienen temor de abandonar sus casas.
Si Erdogan fuera a bombear más fervor religioso, podría convertir el contra-golpe de estado religioso en una contra-revolución islámica, terminando el estatus de Turquía como una democracia laica. Sumando a la tentación está el hecho que el ejército, dividido y desacreditado en la mirada pública luego del golpe fallido, no está en ninguna posición para impedir una contra-revolución.
Pero una revolución islámica llevaría riesgos. Turquía sería despojada de su membresía de la OTAN, exponiendo el país a los enemigos cercanos, incluida Rusia. También, casi con certeza, llevaría a una crisis económica, dañando la base de poder de Erdogan.
La primera situación, en la cual Erdogan usa el golpe para consolidar el poder, es más probable que la segunda, pero las posibilidades de una revolución islámica nunca han sido mayores en Turquía.
*Soner Cagaptay es un miembro principal en el Instituto Washington para Políticas del Cercano Oriente.
Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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