JOHN VINOCUR
Si la democracia no puede responder en forma vigorosa a las amenazas terroristas, elementos menos sabrosos de la sociedad llenarán la brecha.
Patrick Calvar es el director general de la inteligencia interna de Francia. Contestar con evasivas no parece encajar con su noción del empleo.
“Ustedes tendrán un enfrentamiento entre la extrema derecha y el mundo musulmán—no los islámicos sino, de hecho, el mundo musulmán,” dijo él a una audiencia parlamentaria a puertas cerradas en mayo. Sus comentarios fueron divulgados la semana pasada, dos días antes del ataque terrorista con camión del Día de la Bastilla que mató a 84 personas que estaban celebrando en Niza.
“El enfrentamiento es inevitable,” dijo Calvar, quien se ha referido a Francia como el objetivo central de los islámicos pero considera a Europa en gran peligro. Como fue informado por los medios de comunicación franceses, él dijo que la “radicalización de la sociedad y el movimiento profundo que tira junto con ella” es una amenaza mayor que el terrorismo que él sostiene será derrotado.
“Uno o dos ataques más, y sucederá,” dijo Calvar, hablando sobre “el enfrentamiento entre comunidades” que “todos estos grupos. . . quisieran encender.” Este escenario de horror oficial empequeñece en alcance a los tres ataques asesinos desde enero del año pasado que han incapacitado a Francia.
¿Excesivo? Observen a los salafistas (un estimado de 15,000 entre los cinco a siete millones de musulmanes de Francia) cuyo credo fundamentalista radical domina muchos de los proyectos de vivienda predominantemente musulmanes en los límites de ciudades tales como París, Niza o Lyon. Sus predicadores llaman a una guerra civil, con todos los musulmanes con la tarea de eliminar a los herejes en la calle. Al mismo tiempo, los extremistas de derecha señalados por Calvar serían ideológicamente capaces de disparar a cualquier musulmán.
Aquí hay desesperación encima de desesperación. Pero la respuesta de la mayoría de los políticos franceses refleja oportunismo, evasión y señalamiento insignificante. El contexto es sus disputas dominantes e intra-partidarias llevando a primarias presidenciales antes del fin de año para las elecciones de mayo del 2017.
El ataque en Niza contiene un punto de acuerdo único: Representa el fin de una época y el inicio de otra en la cual Francia debe llegar a un acuerdo con la casi certeza de nueva tragedia y nuevas víctimas. El presidente socialista François Hollande fue citado diciendo durante el fin de semana que, “Nunca desde la Segunda Guerra Mundial las democracias han estado tan amenazadas.” Es razonable hoy agregar que Francia no ha aparecido así de disfuncional y políticamente destrozada desde 1939.
Horas antes del ataque en Niza, en el anochecer del 14 de julio, Hollande dijo que nuevos procedimientos, ahora en vigencia, permitirían que sea levantado el estado de emergencia para el fin de mes—un claro gesto electoral para su ala izquierdista, la cual etiquetó como anti-democrático, histérico e islamofóbico el período de emergencia aprobado por el parlamento. A las 3:45 de la mañana siguiente, el presidente estaba en televisión para hablar de Francia combatiendo—atención la Casa Blanca—“al terrorismo islámico” y al “salafismo,” y para decir que sería mantenido el estado de emergencia.
Pero Hollande no ha tenido tiempo de explicar lo que la Francia cotidiana sigue preguntando: ¿Cómo un ariete de camión de 19 toneladas, manejado por un inmigrante tunecino con un historial criminal, logró ingresar al Promenade des Anglais frente al mar, supuestamente sellado al tránsito por parte de la policía nacional y local durante un espectáculo de fuegos artificiales?
En vez de instar a la unión nacional, los llamados típicos por parte del Partido Republicano conservador de Nicolas Sarkozy han etiquetado como “autista” al gobierno y dijeron que la policía nacional debió haber estado armada con lanzadores de cohetes. El gobierno ha contrarrestado conque fue de hecho Sarkozy, durante sus cinco años como presidente, quien redujo a las fuerzas policiales bajo su control por 12,500.
A propósito, y dirigiéndose a la clase política francesa entera, el tabloide Le Parisien rogó en un titular, “Por favor, un poco de decencia.”
En un sentido, nada de esto fue al problema más grande. Hollande ahora ha subido la escalera de la realidad adonde él ya no describe más a los guerreros santos residentes de Francia como “oscurantistas.” Pero él no ha hecho nada por quebrar el control de los radicales islámicos, tanto físico como práctico, sobre las comunidades musulmanas francesas donde el yihadismo ha echado raíces.
Luego de 18 meses de terror, un compromiso big-band—una compensación de ventajas de empleo y educativas contra un compacto jurando adhesión musulmana a las normas de la sociedad francesa—es inconcebible. Sarkozy, quien una vez prometió un programa de acción afirmativa, pero se retractó de él mientras era presidente, ahora exige la “asimilación” musulmana en vez de la “integración.” En cuanto al Consejo Francés de la Religión Musulmana, una agrupación islámica nacional, condenó el ataque en Niza sin utilizar la palabra terrorismo.
Francia está en un mal lugar. Su incertidumbre es palpable, sus divisiones se cortan con cuchillo. Y, como ha advertido Calvar, el jefe de la inteligencia interna, su potencial para la violencia es peor que su presente sangriento.
El país necesita ayuda palpable de sus amigos, incluido apoyo militar para que sus tropas en África puedan ser reasignadas en casa.
Más que nada, para enderezarse, Francia debe desplegar toda la autoridad que su democracia puede tolerar para lo que el primer ministro socialista Manuel Valls hace tres meses llamó la “reconquista” de la República “en la batalla por la cultura e identidad.”
Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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