ELJANAN MILLER
El Mayor Alaa Waheeb es un duro oficial de carrera en las Fuerzas de Defensa de Israel, que tiene un parecido sorprendente a Theodor Herzl. Además de su aspecto, comparte un sueño en común con el fundador del sionismo.
SILVIA SCHNESSEL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – “Durante el tiempo que puedo recordar”, me dijo, “siempre he tenido este sueño: ser como todos los demás”.
El camino de Waheeb a las FDI comenzó a la edad de 12 años, cuando hubo una revuelta en su ciudad natal de Reineh en Galilea. Jóvenes airados arrojaban cócteles molotov en la carretera cuando llegaban a la escena chirriantes jeeps de la Policía de Fronteras. “Me recuerdo saliendo con los chicos, agarrando una piedra”, recordó. “Me veo mirándola y preguntándome: ¿Qué haces? ¿Qué vas a destruir? ¿Quemar otro banco? ¿Otro contenedor de basura? ¿De qué sirve hacer eso? Así que descarté la piedra y me fui a casa, por lo que llegaron a llamarme el gallina de mi grupo”.
Waheeb-que hasta hace poco supervisó la vasta zona de entrenamiento de las Operaciones en Tierra en el desierto de Negev-admitirá fácilmente que todavía se considera un ave extraña tanto dentro del ejército israelí como en su comunidad árabe-musulmana. Pero ese momento preadolescente daría forma a su decisión de renunciar a su identidad de grupo y convertirse en un israelí a través del servicio en las FDI. Su historia familiar única arroja algo de luz sobre la decisión de Waheeb de unirse a una fuerza militar que todavía está oficialmente en guerra con sus hermanos a través de la frontera. Su padre, un sirio de Alepo, emigró con su familia al Mandato de Palestina en 1937 siendo él un niño de 4 años, estableciéndose en la comunidad judía religiosa de Yavne’el en la costa sur del Mar de Galilea.
Las estrechas relaciones de Waheeb con sus vecinos judíos más tarde lo llevarían a incorporarse a la Policía de Fronteras, un movimiento inusual para un árabe-israelí en los años 1970 y 1980. “Se lo consideraba un extraño alienígena en su sociedad”, dijo su hijo. Pasaron los años, y el Sr. Waheeb se reubicó con su padre y dos hermanos de la aldea árabe de Reineh, donde tomó a la madre de Alaa- una musulmana devota como su segunda esposa. A pesar de crecer entre los clanes conservadores de su madre, Alaa fue enviado a una escuela cristiana en las cercanías de Nazaret, que dice que dio forma a su visión del mundo liberal. Pero cuando se acercaba al final de sus estudios y tuvo que decidir el siguiente paso, las diferencias ideológicas entre sus padres tomaron la delantera.
“Mi tío materno se oponía totalmente a que ingresara en el ejército, porque contradecía todos sus valores. Él tenía un gran impacto en mi madre, mientras que mi padre siempre me apoyó”, dijo Waheeb. “La sociedad en la que crecí no daba ninguna importancia a la integración en el estado, especialmente a través del ejército. Podemos trabajar y circular libremente por el país, pero el sistema militar estaba fuera de los límites, o al menos se pensaba así”.
“El 20 de marzo de 2000, recibí una llamada telefónica notificándome que sería reclutado en dos días”, recordó. “No tenía idea de cómo prepararme, sin hermanos mayores que hubieran pasado por el proceso. Tiré todo tipo de cosas en una mochila, sin tener idea de qué llevar ni cuánto tiempo estaría ausente”.
En la base, Waheeb inmediatamente enfrentó su primer reto: hablar hebreo. Había aprendido el idioma como asignatura en la escuela, pero rara vez tenía la oportunidad de hablar con hablantes nativos. Luego vino el tema de su colocación. La unidad natural para Waheeb, sus comandantes creían, era el Batallón de Reconocimiento beduino. “¿Dónde sino iban a colocar a un musulmán-árabe?”, se pregunta irónicamente. Al negarse, le ofrecieron un puesto en la Policía de Fronteras, una unidad que contiene un alto porcentaje de drusos de habla árabe.
Waheeb habría optado por la brigada de infantería Golani, la unidad de las FDI más conocida entre sus pares árabes. Sin embargo, un amigo de la familia le advirtió del racismo generalizado en la unidad de combate popular. Finalmente, fue colocado en Nahal, una brigada de infantería famosa por sus voluntarios de kibutz ashkenazis y estudiantes de religiosos de yeshivá. Inflexible en demostrarse a sí mismo como soldado excepcional, Waheeb se ofreció para probar la unidad de las fuerzas especiales de la brigada. Destacó en la dura prueba física, pero fue retirado de la unidad dos semanas más tarde.
“Lloré sin parar”, recordó. “Nadie quería decirme por qué me trasladaron. Todo el mundo sabía que yo era mejor en todo. Presioné a mi comandante para que me diera una explicación durante todo un mes, y finalmente se rompió y me dijeron que era porque no tenía la autorización de seguridad necesaria”.
El momento del reclutamiento de Waheeb también resultaría lamentable. Seis meses después de unirse a la FDI, estalló la segunda intifada, que rápidamente se propagó por ciudades y pueblos árabes dentro de Israel. A lo largo de octubre del 2000, 13 lanzadores de piedras árabe-israelíes morirían a tiros por la policía israelí. Cuando Waheeb volvía a casa en uniforme los fines de semana desde la formación básica, esperaba en una parada de autobús fuera de su ciudad hasta la noche, y luego caminaba a casa. “Todo hervía”, dijo. “Era muy difícil para la gente verme como soldado, así que rehuí la fricción, pero nunca oculté mi identidad”.
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La cuestión de los voluntarios en las instituciones del Estado, como el ejército o la Autoridad Nacional de Servicio Cívico, sigue dividiendo a la sociedad árabe-israelí. La miembro de la Knéset por el partido Balad Hanin Zoabi ha respondido a la creciente cantidad de voluntarios árabes en el servicio civil tachándolos de traidores. Su colega, el diputado Jamal Zahalka, se enfrentó a una iniciativa del gobierno para fomentar el voluntariado árabe con una advertencia de que la juventud integrada será rechazada y no encontrarán pareja para casarse. El servicio en las FDI es aún más controvertido. Unos 1.000 árabes musulmanes (en su mayoría de la comunidad beduina del Negev) ahora sirven en las FDI como voluntarios, mientras que Gabriel Naddaf, un sacerdote griego-ortodoxo, se esfuerza por ampliar el número de voluntarios del ejército dentro de la comunidad árabe-cristiana.
Sin embargo, Waheeb cree que los intentos de establecer distinciones entre cristianos y árabes musulmanes en función de su lealtad al Estado de Israel están condenadas al fracaso. “Los árabes no quieren ser divididos por la religión”, ha opinado. “Los cristianos son todavía en gran parte nacionalistas árabes”. Waheeb, que no es beduino, ha logrado convencer a dos de sus primos que se unan al ejército, persuadiendo incluso a su antagónico y nacionalista tío. “Hoy, cuando me ve con el rango de mayor, no podría estar más orgulloso”.
“Creo que los que se niegan a reconocer la existencia de Israel y llaman a esta tierra ‘Palestina’ son hipócritas”, dijo. “Puedo entender a los drusos del Golán que rechazan la ciudadanía israelí y exigen ser sirios, pero estas personas tienen documentos israelíes y disfrutan de los beneficios del Estado. Reconocen la eficacia del régimen israelí. No puedo entenderlo”.
Sentado en la oficina vacante del embajador israelí en Londres el pasado mes de febrero Waheeb recordaba la fría recepción que recibió de los estudiantes de yeshivá que sirvieron en la unidad de infantería en la que se colocó. “Algunos no querían hablar conmigo”, recuerda. “Me dijeron: ‘Entendemos que es árabe, y no tenemos ningún problema con él, pero ¿qué está haciendo aquí? Este no es su lugar’.”
Al escuchar esas palabras, Waheeb siempre se tragarse su orgullo y sonríe. “El reto no es romperse sino más bien imponer tu amor a estas personas”, dijo. “Es fácil amar a alguien que te ama; pero lo grande es amar a alguien que no te ama. Eso es amor de verdad”.
Fuente: Tablet – Traducción: Silvia Schnessel – © EnlaceJudíoMéxico
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