DAVID HOROVITZ
Cuando el candidato republicano no parece capaz de convertir a nadie, la hasta ahora problemática candidata demócrata resulta cada vez más atractiva para un pequeño país, en una región incómoda, que depende de sus vínculos con los EE.UU.
SILVIA SCHNESSEL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – La sucesión parece inevitable. Tenemos dos políticos del mismo partido, compañeros de toda la vida con posiciones políticas muy similares, con las encuestas enfáticas respecto al resultado. Claro, el día de la votación está todavía a un par de meses de distancia, pero el candidato de la oposición es considerado como no apto – desacreditado y sin experiencia y ampliamente rechazado.
Obviamente, estoy pensando en Barack Obama, Hillary Clinton y Donald Trump. Pero algunas características similares se aplicaban, hace 20 años, a Isaac Rabin, Shimon Peres y Benjamin Netanyahu.
1995-6 no fue un período de transición política ordenada ni remotamente. Rabin no completó de forma rutinaria su tiempo en el cargo y preparó el terreno para Peres. Rabin fue asesinado, y Peres asumió el cargo de primer ministro interino y luego se preparó para cimentar el potencial legado pacificador de su asesinado rival convertido en aliado. Pero al igual que con la sabiduría abrumadora actual en torno a las elecciones en Estados Unidos, la confirmación de Peres pareció casi segura cuando 1995 se convirtió en 1996. En el traumático período inmediatamente posterior al asesinato de Rabin, Netanyahu fue considerado como la cabeza emblemática de la jerarquía de la derecha de donde había surgido el asesino. Apoyar públicamente a Netanyahu en esas primeras semanas post-asesinato era arriesgarse a ser percibido como simpatizante tácito de fuerzas oscuras.
Sólo entonces, durante 10 días desde finales de febrero a principios de marzo de 1996, cuatro atentados suicidas de Hamas en Ashkelon, Jerusalem (dos veces) y Tel Aviv mataron a 67 israelíes. Y esos ataques terroristas rehicieron el estado de ánimo nacional – y el mapa político. En lugar de percibir la casi obligación de votar por Peres en solidaridad con el Rabin asesinado y en defensa de una democracia tambaleante, la narrativa ahora transformada sostenía que el tan llorado Rabin, con el mayor respeto, demasiado evidente y trágicamente había fallado en frenar el terrorismo palestino; que si Rabin no logró hacerlo, el soñador pacifista de Peres ciertamente no lo lograría; y que el hasta ahora tóxico Netanyahu, que había criticado a Rabin por rehabilitar al terrorista Yasser Arafat, estaba en lo cierto y ahora era el único hombre que podía restaurar la seguridad destrozada de Israel.
Crucemos el océano y saltemos 20 años, nos encontramos con Hillary Clinton ahora avanzando más y más delante de Donald Trump que, mediante un asalto implacable en una serie cada vez mayor de sectores demográficos, finalmente, parece estar destruyendo sus perspectivas de victoria. Ha tomado un tiempo terriblemente largo. Pero el candidato ridículo, el populista fanfarrón que nunca iba a sobrevivir mucho tiempo en las primarias republicanas, y luego que ciertamente nunca sería nominado, y luego que era absolutamente seguro que nunca sería elegido, finalemten está reivindicando a todos los expertos que habían predicho su implosión.
Sin embargo, en este punto vale la pena recordar la historia de Israel en 1996. Salvo alguna maquinación política es muy poco probable que se produzca un tercer candidato viable – y nadie debería descartar lo muy poco probable en estos días de crisis política de Estados Unidos, cuando incluso los esfuerzos más extravagantes en la sátira son superados por la realidad casi a diario – sólo hay dos personas hoy con una oportunidad legítima de ganar la presidencia. Y no importa lo inverosímil que se ha convertido últimamente una victoria de Trump, el hecho es que si algo tremendamente dramático le pasa a Clinton (problemas legales, problemas de salud, lo que sea), o si algo tremendamente dramático le pasa a América, es visto en profundo descrédito del planteamiento político de Hillary Clinton (con la amenaza del terrorismo, Dios no lo quiera, a la cabeza de la lista), Trump sería el último hombre en pie.
El más espabilado operador político de Israel, a gran distancia, el propio Netanyahu, todavía con nosotros 20 años después, evidentemente, ha interiorizado esta verdad inconveniente. El primer ministro acusado de haber apostado erróneamente la última vez por la presidencia de Romney hoy opta por no sacar provecho político de las acusaciones de que los fondos del Departamento de Estado indirectamente se concedían a las arcas de los que hicieron campaña contra él el año pasado. El primer ministro criticado en Washington por lamentarse el día electoral que los árabes israelíes iban en masa a las urnas hoy emite un vídeo improbable alentando a los árabes israelíes a que ocupen el lugar que le corresponde en el mosaico político israelí. Desanima una visita de Trump a Israel. Se escabulle para distender la crítica incendiaria de su ministro de Defensa al amado acuerdo nuclear con Irán de Obama. Da pasos para cerrar rápidamente el paquete de ayuda militar de 10 años que previamente había parecido dispuesto a dejar abierto para la próxima administración de Estados Unidos.
Hace semanas, Netanyahu puede haber calculado con recelo que, si tuviera que finalizar el acuerdo de ayuda, esto podría dejar al presidente Obama en mejores condiciones, como defensor recién confirmado de la seguridad de Israel, para utilizar la zona de penumbra de fin de año entre las elecciones presidenciales y el traspaso presidencial con el fin de socavar el gobierno de la derecha en Jerusalem – respaldando incómodas resoluciones del Consejo de Seguridad, hablando en una cumbre de paz de París, publicando parámetros palestinos, o algún tipo de intervención así. Ahora, claramente, la pura y cruda imprevisibilidad insostenible de Trump, y la perspectiva poco probable pero grave de que Trump se convierta en presidente, es mayor que dicha consideración matizada. En Trump, Estados Unidos tiene un candidato potencialmente capaz de hacer cualquier cosa y todo – ¿Por qué no usamos esas armas nucleares? – y capaz de convertir a cualquiera y a todo el mundo – incluso a los padres en duelo de una víctima de guerra.
En esta nueva y francamente loca realidad, para un pequeño Israel tan dependiente de la poderosa América en medio de la masa hirviente de imprevisibilidad de Oriente Medio, la ostensiblemente miope empatía palestina, el vapuleo a los asentamientos, la legitimación de Irán por parte de Barack Obama ahora parece bastante un alma templada de sabiduría. Y Hillary Clinton, previamente cubierta de alquitrán en los círculos de derecha israelíes por su asociación con y el empoderamiento del mal querido Obama, ahora parece responsable, seria, adulta.
En comparación con Donald Trump, de hecho, Hillary Clinton actualmente significa para Israel el epítome cercano a la salvación presidencial. No se habría predicho, pero Netanyahu hoy probablemente se encuentra a sí mismo esperanzado de que nada dramático le acontezca a ella, o a América – es decir, nada que pueda rehacer la corriente de pensamiento de que Trump está finalmente acabado para la elección presidencial.
Fuente: The Times of Israel – Traducción: Silvia Schnessel – © EnlaceJudíoMéxico
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