OREN KESSLER
La semana pasada Egipto celebró el Día de la Revolución, conmemorando la revolución de los Oficiales Libres de 1952 que derrocó al rey playboy Faruk. En la puerta de al lado, en Israel, la embajada egipcia hizo una fiesta.
Asistieron el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu y su esposa, como lo hizo su presidente. Flamearon banderas de ambas naciones; fueron cantados himnos de ambas. Fueron esparcidos globos con los colores egipcios sobre la piscina de la embajada, y una mujer vestida como Cleopatra hizo comentarios. Fue la primera vez en seis años que la embajada de Egipto en Tel Aviv conmemoró públicamente el hecho.
Fue un gesto extraordinario, y estos son tiempos extraordinarios en la relación entre dos de los aliados cruciales de Washington en el Mediterráneo oriental. Dos semanas antes, Sameh Shoukry se convirtió en el primer ministro del exterior egipcio en nueve años en visitar Israel — rompiendo años de protocolo gubernamental no escrito de que los vínculos con el estado judío serían manejados por los servicios de inteligencia.
Mientras estuvo allí, él también infringió otra de las reglas no escritas de Cairo: la que está en contra de mantener reuniones de estado en esa ciudad tan discutida: Jerusalem. Ambos se reunieron durante dos horas, dijo en árabe el Ministerio del Exterior de Egipto en su página de Facebook, luego continuaron la charla en la residencia del primer ministro, donde incluso miraron algo del campeonato de fútbol de la Eurocopa.
Desde la expulsión en el 2011 del ex Presidente Hosni Mubarak, los vínculos entre Cairo y Jerusalem se han centrado en asegurar la Península del Sinaí y en la Franja de Gaza. En Sinaí, un afiliado al Estado Islámico en Irak y Siria (ISIS) ha librado una insurgencia de cinco años que ha matado a al menos 700 personas — principalmente soldados y policías egipcios, pero también algunos israelíes — y el intercambio de información bilateral es íntimo.
Al lado de Sinaí, en Gaza, el movimiento gobernante Hamas no sólo está conjurado con la destrucción de Israel sino que está cooperando con militantes en Sinaí y enriqueciéndolos a través de la economía de los túneles. Y Hamas es la escisión palestina de la Hermandad Musulmana, el grupo que Cairo ve como el único gran peligro para su seguridad nacional.
En décadas anteriores, los líderes israelíes vieron a Egipto en la forma que ven ahora a Irán: la amenaza existencial alrededor de la que giró prácticamente toda otra estrategia. El tratado de paz de 1979 entre Egipto e Israel terminó el estado de guerra entre ellos, pero el persistente derramamiento de sangre israelí-palestino y la ira generalizada de los egipcios por el estado judío significó que la paz era helada. El comercio y el turismo han seguido siendo mínimos, y las cuestiones de seguridad y diplomacia han sido conducidas generalmente en privado.
Ahora, siempre tan gradualmente, eso está comenzando a cambiar. Egipto ahora teme que su influencia regional tradicionalmente formidable esté en decadencia — en medio de las crisis en Irak, Siria y Yemen, su rol es minúsculo, comparado con los pesos pesados regionales Arabia Saudita e Irán. En el frente israelí-palestino, por el contrario, es un actor de primer nivel en temas de guerra y paz. Cairo negoció ceses del fuego en las últimas dos guerras entre Israel y Hamas, en los años 2012 y 2014, y mientras Washington se hace a un lado como mediador de la paz de Medio Oriente, tanto los líderes israelíes como palestinos parecen preferir a Cairo que a aspirantes a intermediarios como Francia.
Al mismo tiempo, Egipto ve a Israel en una lista diplomática y económica, y quiere ingresar. En junio, los israelíes se reconciliaron con Turquía, significando que Ankara ahora es un competidor directo con Egipto para un acuerdo para enviar el gas natural de Israel a Europa. Entonces el mes pasado, Netanyahu terminó una gira a cuatro naciones en el patio trasero de Egipto de África oriental, anunciando nuevos emprendimientos empresariales en cada parada (incluida Etiopía, con la cual los egipcios están encerrados en una disputa por sus planes de construir una represa en el Nilo). A Cairo le irrita ver estancarse su propia influencia en el continente africano mientras que su vecino oriental factura.
Más generalmente, tanto Cairo como Jerusalem temen que Washington se esté desconectando militarmente y diplomáticamente del Medio Oriente. En medio de las amenazas compartidas presentadas por una República Islámica envalentonada, un ISIS determinado y una amenaza continua de Hamas, las viejas enemistades parecen estar pasando a un segundo plano.
Los vínculos que se están reforzando entre Egipto e Israel son un ejemplo cada vez más raro de aliados meso-orientales de Estados Unidos cooperando para beneficio mutuo. Con la región enturbiada por guerras civiles en Siria e Irak, y una purga pos-golpe en Turquía, la colaboración entre Cairo y Jerusalem es una rara parte de buenas noticias en una región que está ofreciendo poco de eso.
Fuente: The Hill
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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