Israel: la música que une y también separa

Las nuevas generaciones de israelíes impulsan una aproximación entre culturas a través de la música pop que triunfa en la radio y las discotecas

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Para comprender a las nuevas generaciones de israelíes y su postura ante al conflicto con el mundo árabe –que observan como algo definitivamente insostenible– es interesante echar un vistazo a la música que se escucha en el país. La cultura es siempre puente de entendimiento, y en el caso de Israel, el verdadero encuentro entre ambos bandos se está produciendo en lo musical. También en lo culinario, es cierto, pero especialmente en la música. Un prodigioso cruce de estilos causa sensación en las emisoras de radio y en las discotecas de las principales ciudades. ¿Es árabe lo que suena? ¿Es judío? ¿Por qué triunfa tanto? ¿Quién lo interpreta? ¿Y quién va a la ópera y a los conciertos de clásica en Israel? ¿Quién gusta del jazz de vanguardia?

La radiografía de los gustos musicales dice mucho de un país fundado en base a unas creencias religiosas, pero que encierra tantas y tan dispares culturas.

“Existe una interesante mezcla de música árabe y pop de Oriente Medio”, explica Yuval Klein, empresario del turismo y de la noche, mientras salimos del Valium Club de Tel Aviv. Le hemos preguntamos por esa mágica combinación que ha logrado el dj, pinchando hits disco internacionales y ese curioso electro pop israelí de regusto árabe que resulta tan pegadizo. Sonaba Eyal Golan, ¿verdad? El judío que copa los hits del verano, el nuevo rey de la escena israelí.

“Ese pop que llamamos mediterráneo obrará de puente entre palestinos y judíos israelíes”

“Es un estilo muy popular en estos momentos –apunta Klein–. No es árabe, no es europeo, más bien está a medio camino. Lo llamamos música mediterránea. Y es interesante que nuestros padres que llegaron emigrados de Europa, los judíos askenazi, no pudieran soportar escuchar esa música, la música de los judíos árabes, los sefardíes. Les parecía basura. Fueron condescendientes con ellos en las primeras décadas del Estado de Israel. Seguían estudiando inglés como locos y ni una palabra de árabe. Y lograron controlar la escena musical. ¡Yo crecí sin saber que existía Zohar Argov! Mis padres eran askenazi puros. Pero en el ejército pasé cuatro meses en el Líbano con tres soldados sefardíes y me pasaron una cassette. Aluciné”.

Ahora, la tercera y la cuarta generación de judíos, ya sean askenazi o sefardíes, adoran esos sonidos. Los sefardíes, que llegaron expulsados de los países árabes al fundarse el estado de Israel, han vuelto a sus raíces y están extendiendo su influencia. Imaginen a cientos de miles de pelirrojos y rubios askenazi bailando su música.

“La bailamos como los árabes, al tiempo que bailamos el pop-rock como los europeos. Incluso en las bodas askenazi se pone música mediterránea con ese sonido oriental. Curioso, ¿no? Somos europeos en el exilio atravesando una evolución, una metamorfosis”, reflexiona.

Los sonidos son los de la escala árabe, con sus tonos menores y ese ritmo envolvente que tiene efectos euforizantes entre los jóvenes israelíes, al tiempo que resulta devastador para algunos de sus padres, pues de algún modo amplifican las secuelas de un conflicto inagotable.

“Aún les resulta duro a los askenazi escucharlo –prosigue ese empresario en la trentena–; a mí me gusta, aunque entiendo que es facilona, no es clásica ni música compleja, es una evolución popera y más cercana a la música hebrea de aquello tan maravilloso que hacían los verdaderos padres de la música árabe: Abdel Halim Hafez, Umm Kulthum… Es desde luego un puente entre las nuevas generaciones de askenazi y sefardíes. Y será puente entre palestinos y judíos israelíes”.

Desde su punto de vista, ese choque en Israel, entre ese 50% de askenazi y otro 50% de sefardíes, es símbolo del choque entre judíos y árabes. E incluso entre Occidente y el mundo musulmán. “Los europeos observan el conflicto como si no fuera con ellos, cuando de hecho es el mismo que sufren ellos: nosotros sólo somos la punta de lanza. Judíos y cristianos son el corazón de la cultura occidental, compartimos los mismos valores. En Israel se dan cita muchos de los valores cristianos: calvinismo, capitalismo, protestantismo… pero nosotros llevamos 65 años de experiencia con los árabes. Nos hemos tenido que entender, vivir bajo una bandera, una religión, una país, siendo dos culturas opuestas. Y mientras Europa ha estado durmiendo”, añade.

Yuval Klein lo afirma con un convencimiento natural, sin pretensiones, y se pone a sí mismo como ejemplo de la transición generacional. El sonido de la lengua árabe le es agradable al oído, dice, no sólo la música sino también las palabras. Y asegura que le encantaría aprenderlo. “El tiempo está haciendo su labor, y también las nuevas generaciones que nacimos en Oriente Medio. Estoy seguro que en una o dos generaciones el puente será obvio. Porque a su vez los árabes que nos rodean son cada vez más europeos, más educados, desean derechos humanos y democracia. Digamos que la influencia corre en ambas direcciones”.

Hay que tener en cuenta que el 74% de los 6,3 millones de judíos que viven hoy en Israel han nacido en el país, mientras que un 22% proceden de Europa y América, y una minoría de África y Asia. Por cierto, lo más in en las discotecas lo interpreta en rap Nechi Nech. Son etíopes que llegaron a Israel en los noventa y ya están rompiendo la escena musical. En cuanto a la población árabe no judía, suma 1,7 millones en el país, en su mayoría musulmanes, aunque hay un 8% de cristianos y otro 8% de drusos.

Aun tratándose de un Estado fundado en base a una fe religiosa, la práctica es cada vez menor: un 42% de los judíos se declaran no practicantes, y un 38% afirman seguir la tradición pero en combinación con elecciones personales. Con todo, el partido ultraortodoxo siempre acaba siendo necesario en la coalición de gobierno. El único momento en que no lo fue, hace dos años, el país aprobó que también los ultraortodoxos judíos (el 10% de la población) que viven dedicados al rezo –“el Estado nos paga y nosotros le mantenemos viva la tradición”–, tenían que hacer el servicio militar y aprender asignaturas como matemáticas o inglés en la escuela, para tener un futuro laboral y ser autosuficientes.

Pero volvamos a esa ruta musical que arroja luz sobre el entendimiento entre culturas o la falta de
él. En Jerusalén, una improvisada banda de amigos músicos se explaya en el Sira Pub haciendo un jazz de vanguardia en el que al clásico saxo, al bajo o la batería, se suma
un dj haciendo scratch y añadiendo bases electrónicas, y un rapero ocasional. Sorprendente. Muy intelectual. ¿Y muy judío? Desde luego no hay ningún árabe (judío sefardí) entre ellos, pero nadie lo echaría de más si así fuera. De nuevo, el tiempo lo dirá.

Donde sí está clara la ausencia de árabes es entre el público de la ópera y la clásica. Se lo preguntamos a la guía turística que nos introduce en el festival Mozart organizado por la Ópera de Israel en San Juan de Acre (Akko). “Los israelíes que proceden de Europa tienden a disfrutar más de la música clásica y la ópera, y de las artes en general, como los museos o el teatro. Más que los que tienen orígenes sefardíes. Tienen sus propias tradiciones y música, y sus propias formas de arte. Por cierto, ¡algunos de ellos son unos chef excelentes!”, comenta. Entre el público, en el patio de la fortaleza cruzada donde tiene lugar la ópera, destaca un niño que sigue muy atento la representación y que dice haber convencido a su abuela para venir a ver ese Rapto en el serrallo mozartiano, dirigido por un valor en alza entre los maestros israelíes, el joven Daniel Cohen, y con las voces de Gan-ya Ben-gur Akselrod y Nathan Haller en los papeles protagonistas. ¿La ópera se lleva en los genes? Sería tema para otro reportaje.

Fuente: La Vanguardia

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