Cercana a la Cinemateca y ubicada en las faldas del monte Zión, con la ciudad dorada de Jerusalén a sus espaldas, la llamada Piscina del Sultán es un enorme terreno en el cual se llevan a cabo multitudinarios eventos públicos, como conciertos o proyecciones de cine.
José Valdés
AGENCIA DE NOTICIAS ENALCE JUDÍO MÉXICO – Poco más de 3000 personas nos reunimos bajo las estrellas para iniciar las actividades del 33 Jerusalem Film Festival en la noche del 7 de julio de 2016. Participaron en el podio la doctora Noa Regev, directora de la Cinemateca y del JFF, además del alcalde de Jerusalén, Nir Barkat. Polémica resultó la intervención de Miri Regev, Ministro de Cultura y Deporte de Israel, cuyos comentarios acerca de cierto elitismo en la difusión de la cultura israelí por parte de la comunidad Ashkenazi provocaron abucheos por parte de un público que, ahí descubrí, no es afecto a quedarse callado ante las declaraciones de sus autoridades y tiene un carácter bastante crítico; lo cierto es que fueron afirmaciones fuera de contexto en medio de un evento cinematográfico dedicado a exaltar el espíritu artístico de las imágenes en movimiento.
Una vez presentado el invitado de honor del JFF, el cineasta estadounidense Quentin Tarantino, quien recibió las llaves de la ciudad de Jerusalén e impartió una multitudinaria masterclass con exhibición previa de Tiempos violentos (1994) a cuyas puertas de la sala de la Cinemateca en la cual ocurrió el evento se orquestó casi un motín de gente que ya no pudo entrar, comenzaron las actividades propiamente dichas.
Antes de la proyección de Julieta (España, 2016) de Pedro Almodóvar, la película inaugural, el JFF rindió homenaje a dos cineastas del Medio Oriente recientemente desaparecidos. Uno de ellos, el maestro iraní Abbas Kiarostami, autor de clásicos como ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1984) y El sabor de la cereza (1997), fallecido por complicaciones relacionadas con el cáncer. Con él se va el gran maestro del neorrealismo iraní contemporáneo. La otra personalidad fue Ronit Elkabetz, actriz, guionista y cineasta israelí conocida en México por su película El juicio de Viviane Amsalem (2014), que protagonizó y dirigió con su hermano Shlomi. Ambos fueron objeto de sendas retrospectivas en la programación del festival.
Julieta (2016), el vigésimo largometraje de Pedro Almodóvar, tiene como punto de partida tres relatos de la escritora canadiense Alice Munro. Con ese antecedente y declaraciones del cineasta argumentando que deseaba hacer un filme eminentemente literario, uno puede entender las razones por el cual la cinta naufraga sin remedio. El realizador de Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) trata de entrelazar tres líneas dramáticas distintas pero identificables (la tragedia de una pareja de amantes malditos, la soledad de una mujer rechazada por su hija y el mundo interno de una mujer revelado a través de una acuciosa investigación) para orquestar un nuevo entretejido en el cual el melodrama, los universos femeninos y la pasión, obsesiones del cineasta manchego, se hacen presentes. Es su mundo y en él se siente a gusto, estéticamente hablando, sobre todo; es decir, que cada vez Almodóvar es un cineasta más elegante, muy lejano al director cutre de películas guarras como Luci, Bom y otras chicas del montón (1981). El problema no es orquestar un filme literario, sino que en la imagen fílmica no ocurra nada importante. Demasiado tediosa y laberíntica sin necesidad de serlo, con personajes inocuos como el de Emma Suárez, muy inerte para un melodrama, Julieta es un filme que ocurre en su guión, en sus diálogos, que quizás hubiese existido mejor en un formato de radionovela. Porque como cine no tiene ningún sentido, más allá de ciertas imágenes muy atractivas (ese ciervo corriendo junto al tren o ese mar embravecido que separa a los amantes). El resultado es un Almodóvar extrañamente vacío, frío y distante, algo inusual en el cineasta pasional de La ley del deseo (1986) y otros clásicos suyos). Terminada la proyección, ya cerca de la medianoche, el público asistente se retiró en silencio, curiosamente, como era el título original de la cinta durante su filmación.
Promoviendo la participación de miles de familias judías, tanto en Jerusalén como en el extranjero, la Jerusalem Foundation ha conseguido recaudar más de 6 billones de dólares para el mejoramiento de la ciudad y la calidad de vida de sus habitantes. A lo largo y ancho de la ciudad, pueden apreciarse los escudos de esta institución no gubernamental, particularmente en lugares públicos y sitios culturales. Tal es el caso del parque Koret Liberty Bell, un espacio cultural y de esparcimiento en el cual pueden verse desde muy temprano a grupos escolares o familias que disfrutan de un día de campo o se refrescan divertidos en las aguas de sus fuentes, además de exhibiciones de escultura y otras disciplinas. Este sitio nunca cierra sus puertas y cuenta con un foro estilo antiguo donde se representan obras teatrales y se llevan a cabo conciertos varios.
Fuente: Blog Cinema Red – RadioRed
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