LEAH SOIBEL
Y vuelve el ministro de Exteriores de Irán, Mohammad Javad Zarif, de gira por Latinoamérica. Ya estuvo en mayo visitando Brasil, Nicaragua, Bolivia, Venezuela y Cuba, y ahora, entre el 21 y el 27 de agosto, estará en Cuba, Ecuador, Chile, Nicaragua y Bolivia. Forma parte de la batería de iniciativas que lleva a cabo el Gobierno del régimen de los ayatolás en su proceso de apertura internacional tras la firma del acuerdo nuclear con las potencias mundiales, hace un año.
Este acuerdo rajó el fin de las sanciones y los bloqueos a Irán, que ahora se afana en buscar mercados y establecer importantes intercambios económicos y comerciales. Sin embargo, y a pesar de la insistencia con la que determinados segmentos de la opinión pública pintan un Irán nuevo y alejado de la retórica belicista que lo ha acompañado desde la Revolución Islámica de 1979, resulta llamativo que el grueso de la agenda de las giras del canciller iraní se centren en el eje bolivariano. Mucho no han cambiado las cosas, ¿verdad?
Es muy loable, aunque sea cayendo en la ingenuidad, tratar de sumar a Irán al concierto internacional, y confiar en que el acuerdo nuclear firmado por los iraníes sienta las bases de un mundo más seguro. Pero no nos dejemos deslumbrar: a pesar de los esfuerzos reformistas del Gobierno iraní dirigido por Hassar Rouhani, no han dejado de escucharse las amenazas de siempre proferidas por el ayatolá Alí Jamenei, líder supremo en Irán, o por miembros del Consejo de Guardianes de la Revolución, por no hablar de las pruebas con misiles balísticos en desafío a las prohibiciones de la ONU. Es Irán, a día de hoy, desde luego, un socio muy poco fiable y con el que hay que andarse con muchas cautelas.
De vuelta a las visitas del canciller iraní a Latinoamérica, que busca fortalecer lazos que ya existían con algunos países desde hace décadas y establecer nuevas vías diplomáticas y comerciales con otros, hay una tarea que tienen que abordar los gobernantes de esta región del mundo: pedir a Irán que pague sus cuentas pendientes. El rastro dejado es abundante y hasta sangriento.
Irán se ha servido de la organización terrorista chií libanesa Hezbolá para expandir sus actividades por Latinoamérica durante muchos años. Ahí está el atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) de 1994, con 85 víctimas mortales, con las investigaciones que apuntan a Irán como autor intelectual y a Hezbolá como brazo ejecutor. Células de Hezbolá han ejercido la diplomacia paralela del régimen iraní en países como Ecuador, Bolivia, Argentina, Cuba, Nicaragua y Venezuela, y esta misma organización terrorista ha establecido nexos con el narcotráfico y con grupos como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) o los cárteles de la droga en México. Tráfico de armas, drogas, blanqueo… el historial es notable. Irán y Hezbolá se han valido de su inmejorable relación con el régimen venezolano para obtener visados y pasaportes falsos que les facilitan libertad de movimientos por todo el continente americano. Además, Hezbolá encuentra en la permeabilidad de la Triple Frontera (Paraguay, Argentina y Brasil) una base de operaciones para sus actividades delictivas.
La perspectiva del tiempo y de la historia reciente no debe dejarse de lado cuando se trata de proteger a los propios ciudadanos y los valores de libertad democrática que se van consolidando en esta región del mundo. Así las cosas, si llama Irán a las puertas de Latinoamérica para establecer relaciones basadas en la cordialidad y el respeto, bienvenidos sean; si lo que busca es perpetuar la infiltración del terror, las injerencias y la desestabilización, como ha venido haciendo hasta ahora, ciérrenle las puertas.
*La autora es fundadora y directora ejecutiva de Fuente Latina.
Fuente:cciu.org.uy
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