BRET STEPHENS
Un eco de la década de 1930 en la alianza en ciernes de Rusia, Irán, Turquía y China.
En el otoño de 1940 los gobiernos de Japón, Italia y Alemania—enemigos amargos en la Primera Guerra Mundial—firmaron el Pacto Tripartito, prometiendo apoyo mutuo para “establecer y mantener un nuevo orden de cosas” en Europa y Asia. Al cabo de cinco años, 70 millones de personas serían asesinadas en la campaña para construir, y luego destruir, ese nuevo orden.
El Pacto fue el acto culminante en una serie de tratados de no agresión, amistad y neutralidad firmados por las dictaduras de la época, a veces para engañar a democracias ansiosas pero más a menudo para repartir los botines anticipados de la conquista. Así que vale la pena notar nuestra nueva era de cooperación entre dictaduras—y pensar acerca de dónde podría llevar.
Esa era comenzó en julio del 2015, cuando Qasem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds de Irán, hizo una visita a Moscú para proponer un plan para salvar del colapso al régimen de Bashar Assad en Siria. Irán y Rusia no son aliados naturales, aun cuando tienen un cliente en común en Damasco. Los iraníes tienen recuerdos amargos de la ocupación soviética de Afganistán en la década de 1980, y el Kremlin nunca ha sido afecto a los islámicos, ni siquiera de la variedad chií.
Pero lo que inclinó las balanzas en favor de una operación conjunta fue un deseo compartido de humillar a Estados Unidos y expulsarlo del Medio Oriente. “El plan a largo plazo de Estados Unidos para la región es en detrimento de todas las naciones y países, especialmente Irán y Rusia, y debe ser frustrado a través de la vigilancia e interacción más estrecha”, dijo el Líder Supremo Ali Khamenei a Vladimir Putin durante la visita del ruso a Teherán en noviembre pasado.
Desde entonces, Teherán ha aceptado adquirir u$s8 mil millones en armas rusas de excelencia y está buscando la ayuda de Moscú para construir otros 10 reactores nucleares—recordatorios útiles de cómo los mulas están gastando su ganancia inesperada del alivio de sanciones. Los dos países han conducido también ejercicios navales conjuntos en el Mar Caspio. Apenas la semana pasada Rusia utilizó bases aéreas iraníes (un poco muy públicamente para el gusto de Teherán) para conducir operativos de bombardeo sobre Siria.
Todo esto está sucediendo cuando el acuerdo nuclear se suponía estaría empujando a Irán en una dirección más pro-estadounidense. También está sucediendo cuando Moscú y Ankara se están moviendo hacia el acercamiento e incluso una posible alianza, menos de un año después que los turcos derribaron un avión ruso. El primer ministro turco Binali Yildirim permitió la semana pasada que Assad permanezca en el poder por el futuro cercano, y los medios noticiosos rusos están promoviendo la posibilidad que aviones rusos podrían usar la base aérea en Incirlik para bombardear objetivos en Siria. Eso casi supone la retirada de Estados Unidos.
¿Perdería el presidente turco Recep Tayyip Erdogan una alianza con Estados Unidos en el nombre de un condominio con Rusia, el enemigo histórico de su país? La maravilla real es que eso no haya ocurrido ya. Washington primero probó ser inútil para Ankara al no lograr deponer a Assad. Nuevamente está probando ser inútil al no lograr destruir al Estado Islámico.
Barack Obama se salió de su camino para cortejar a Erdogan en su primer mandato, pero los caudillos siempre tienen un desprecio instintivo por los moralistas irresponsables. Hay una razón por la cual los diarios turcos—todos ellos órganos del estado—están azotando a los turcos dentro de un frenesí anti-estadounidense con acusaciones que generales estadounidenses retirados estuvieron detrás del golpe fallido de julio. Erdogan está iranizando rápidamente a su régimen en el modelo de Khomeini. Convertir a Estados Unidos en un Gran Satán es una parte necesaria del proceso.
Luego está China. El lunes, un portavoz del ejército ruso anunció que la flota del Pacífico de su país conduciría operaciones conjuntas con la armada china en el Mar del Sur de China. Esto sigue a una campaña aparentemente coordinada por parte de las dos armadas en junio para invadir aguas territoriales japonesas cerca de las disputadas islas Senkaku.
Las relaciones de Putin con Beijing no siempre han sido tranquilas—China es tan adepta a robar tecnología militar rusa como lo es a hackear secretos estadounidenses, y los rusos no aprecian ser tratados como socios menores. Pero los simulacros en el Mar del Sur de China son otro recordatorio de que el objetivo principal de política exterior del Kremlin es maniatar y disminuir a Estados Unidos. Es un objetivo que Beijing parece compartir.
¿Y por qué no? El Presidente Obama y sus asesores continúan insistiendo en que el mundo nunca ha sido un lugar mejor, más seguro y más feliz que bajo su benigna administración, queriendo decir que ellos ya ni siquiera registran los continuos bochornos de su política exterior. La administración se ha vuelto el Caballero Negro de “Monty Python y el Santo Grial,” cómicamente indiferente a su propio desmembramiento. ¿Brazos y piernas todos cortados? “¡No es más que un rasguño!”
Tal vez está en la naturaleza de todo caudillo buscar y admirar su reflejo político siempre que lo encuentra, ya sea que es un zar, un ayatola, un sultán o un secretario general. Entonces nuevamente, lo que une principalmente a los líderes del club de nuevos dictadores es la percepción compartida de que ellos tienen muy poco que perder al trabajar contra un país al que detestan y un presidente al que desprecian.
Esa es una percepción que es improbable que cambie con el siguiente gobierno estadounidense. Los lectores que están buscando analogías históricas con el presente estarían equivocados en llegar al Pacto Tripartito. Pero los ingredientes de los cuales fue hecha esa sopa asquerosa ahora han sido depositados sobre la mesa.
Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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