JACOBO KÖNIGSBERG
Capitulo II
Auxilio no solicitado
Del lunes al miércoles, se repitieron las mismas escenas. Simón sin atreverse a salir de la cama o haciéndolo cuando era imprescindible, sin voltear para no mirar su lecho vacío. Sin rasurarse, ni bañarse.
Empezaba a verse demacrado por la deficiente alimentación y la barba canosa que lo avejentaba más.
Las llamadas desde la oficina se hicieron cada vez menos frecuentes, en virtud de las invariables contestaciones de Cuca: “El Señor se siente malo y no quiere comer”.
Los parientes se conformaron con preguntar por su salud por teléfono. Cómo está el tránsito de la urbe, llegar a Polanco desde Tlalnepantla, donde está la empresa o desde Tecamachalco, donde habitan, es algo que se piensa dos veces antes de lanzarse a tan fastidioso recorrido.
Los hijos de Simón, que viven en los Ángeles y San Diego, y que hablan cada diez o quince días, por supuesto nada sabían.
El viernes por la mañana llegó al departamento de Simón Narfeld el Doctor Jorge Winacur, que tiene su consultorio cerca, en la Avenida Horacio.
Lo mandó llamar el tío de Simón, Aarón, que es amigo del médico desde la infancia y como informó, “por él accedió a venir, porque no da consultas a domicilio”.
El viejo galeno auscultó al enfermo y lo encontró sano. Este le confesó que “de repente sentía temores incomprensibles y el miedo lo obligaba a meterse a la cama”.
El médico recetó un ansiolítico y le recomendó que de inmediato lo comprara y le dio instrucciones de cómo y cuándo tomarlo. Le indicó que “pasara en dos semanas al consultorio para un chequeo”. Además le anotó en una tarjeta sus teléfonos para que le hablara en tres días, para saber cómo se sentía. Se despidió sin cobrarle y salió junto con la criada, que iba a comprar el medicamento.
Con ansias de olvidar esa pesadilla tomó el ansiolítico apenas lo trajo la muchacha. Por la noche, ya estaba más tranquilo.
El domingo siguiente, al medio día, al ser informado por teléfono que su tío Aarón vendría a visitarlo, tambaleante se levantó del lecho y sin volver la vista para no mirarlo, se dirigió al cuarto de baño y después de constatar ante el espejo lo mal que se veía, procedió a rasurarse.- Se bañó y sin mirar la cama, regresó a buscar ropa limpia y a vestirse, listo para recibir al hermano de su padre. No sin antes indicarle a Cuca que “Cambie la ropa de cama”, abriendo la ventana.
Refrescado se sentó en la sala a esperar al pariente. Cuando llegó éste, se paró con dificultad a recibirlo. Se abrazaron efusivamente, después de saludarse de mano. Cuando tomaron asiento, el tío le dijo con la franqueza que lo caracteriza:
– Que mal te vez sobrino.
Simón tragó saliva y se limitó a sonreír con amargura.
– Ya se lo dije a mi hijo y te lo digo a ti, tú estás agotado de tanto trabajar y preocuparte por nada. Llevas siete años sin parar, por lo menos. Tres o más de la enfermedad de Esther y tres desde que murió. No vas ni al deportivo los domingos. Ya llegas a los setenta y sigues pegado a ““Rodamientos””, como hace treinta y tantos años. Sigues pegado a ventas y bodega y ya nada es como antes. Ni tú ni la locura de marcas y medidas que hay hoy. Ya te fletaste bastante por la familia y quién sabe si te lo van a agradecer. ¿Quién se lo agradeció a mi hermano Musí que en paz esté, que se mató trabajando? Ni mi hijo ni su yerno.- Deja que ellos se encarguen, son jóvenes y traen sus ideas. Los tiempos han cambiado. Ahora que ellos te mantengan a ti.
– Puede que tengas razón tío. – Musitó Simón.
– Tu padre era un exacto, puntual, impecable Yeke. En el equipo de futbol lo apodaban Musí el “Prusiano”. Recuerda como llevaba la contabilidad de todo en su libretita, que siempre traía en la bolsa. Hasta a la sirvienta le pedía cuentas exactas, cuando enviudó. Y todo lo anotaba. Yo creo, y se lo dije, que hizo mal en forzarte a entrar a “”Rodamientos””, aprendiste a dirigir la empresa, pero eso no era para su temperamento.
– Puede que tengas razón tío, pero yo tenía que mantener una familia – dijo Simón meditando.
– Ya lo sé. Pero tu sensibilidad no era para estar metido en el almacén, tú estabas hecho para ser artista. No sé de qué, pero tenías la sensibilidad de un poeta. Recuerdo que yo comentaba que en ti había algo musical. Pero el temperamento de tu padre te aplastó. Era demasiado “Yeke”. Demasiado Puntilloso.
– Yo también lo soy, tío. – dijo como si disculpando a su progenitor.
– Ya lo sé- respondió el tío sin dejarlo casi hablar, como era su costumbre – ya lo sé, pero lo uno no excluye lo otro. No por eso puedes dejar de ser artista de corazón.
– Puede ser – Asintió el sobrino contemporizando- Pero ahora ya es demasiado tarde ya no soy un jovencito.
– Nunca es tarde para nada. Sólo es para aprovechar el día de ayer- Dijo riendo el viejo y agregó convincente- no es tarde para retomar algo interrumpido. Yo sé que aún brilla en ti la chispa del artista. No hay que ser un gran sicólogo para comprenderlo y sentirlo.
Simón miró a los ojos a su tío pensando mientras este hablaba: “El viejo me quiere encargar lo que él no se atrevió a hacer”. Aarón prosiguió:
– Recuerdo que de muchacho hablabas de realizar cosas asombrosas. Obrar portentos como cuando Moisés partió las aguas de Mar Rojo. ¿Dónde quedó este espíritu febril?
– En “Rodamientos” de Tlalnepantla – respondió Simón y agregó sonriendo con tristeza – Lo febril se volvió Fabril.
El tío celebró la “puntada”.
– Ves, no has perdido la chispa.- Rio y se luego dijo:
– Tengo ganas de reírme de a de veras. Veo en el libreto los viejos discos de Musí ¿Tienes alguno de Burstin o de Shepsel Kanárek? Me gustaría oír alguno para recordar los buenos tiempos. Acompañados de un caliente vaso de té.
– Él té no es problema, tío, se lo pedimos a Cuca. Los discos son longplay y no se sí funcione el tocadiscos.
– Hazme ese favor, dame un té y pon un disco.
Simón se puso de pie y de mala gana buscó un disco, mientras le ordenaba a la muchacha que preparara dos vasos de té negro y no se olvidara de meter una cucharita en el vaso, ante de llenarlo de agua caliente. En tanto buscaba, pensaba que “Ojalá no funcione el tocadiscos ¿Le diré a Aarón que no funciona?” No se atrevió a mentirle.
Sacó un disco de Shépsel Kanárek y mientras abría el antiguo aparato, dijo al colocar el disco:
– Hace como quince años que no se usa. – Lo encendió y para sorpresa suya empezó a sonar. Al escucharlo sintió una mezcla de gusto y disgusto. Lo primero porque aún servía y lo segundo porque tendría que seguir aguantando al tío. Al tiempo que éste se reía del relato en Yidish de las peripecias del actor, el sobrino lo miraba dubitativo. “¿Por qué tanto interés de Aarón: Quiere sacarme de ““Rodamientos””? No puede. Tengo la mitad de las acciones. Si los sobrinos se suben el sueldo me lo tienen que subir también a mí. Estoy bien amarrado. No, no es por allí. Aarón siempre me ha querido. Siempre me defendió frente a mi padre. Quizás es mi oportunidad de zafarme de “Rodamientos”. Nunca me hizo muy feliz”. Aarón lo sacó de sus cavilaciones:
– Ya no lees es tanto como antes ¿Verdad?
Cuca trajo dos vasos con te. Rodajas de limón y cubitos de azúcar, que quién sabe de dónde sacó.
– Como en los viejos tiempos – Comentó alegre el tío – Sólo falta la mermelada de fresa de tu mamá.
– De eso ya no hay – dijo Simón.
Tomaron el té, escucharon tres discos y mientras el tío se carcajeaba, el sobrino sonreía.
Por un buen rato, olvidó sus temores.
Cuando se terminó la audición discográfica, el tío se levantó para despedirse. Abrazó al sobrino y le besó una mejilla.
– Piensa lo que te dije.
– Lo pensaré. – dijo acompañándolo a la puerta. ¿Cuánto te debo del doctor?
– Nada, él me debe más a mí.
Cerró y quedó encerrado con sus fantasmas.
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