Desde Monterrey con cariño / Antes de la llegada de las Grandes Fiestas, un homenaje a quien más lo merece

Hoy, que tengo la gran suerte y alegría de ser esposa, madre y abuela, volteo hacia mi pasado. Hacia aquel pasado en el que, siendo tan solo una niña, daba todo por hecho. Una niña que intuía que las mujeres que se encargaban de que los Jaguim fuesen inolvidables, mis abuelas y mi madre, conocían secretos que algún día revelarían.

THELMA KIRSCH PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Obviamente, el tiempo no lo medía como lo hago hoy en día, y los años, que ahora me parecen demasiado cortos, en aquel entonces eran interminables.

Las mesas puestas con sitio para toda la familia, y con todos los detalles necesarios para los Jaguim eran momentos de alegría, momentos de reuniones familiares donde primos, tíos, abuelos y padres nos uníamos después de los servicios religiosos para continuar alimentando el alma con las delicias que las manos expertas de nuestras bobes y nuestras madres preparaban.

En aquel entonces todo lo daba por hecho. ¿Qué simple, no es verdad? La infancia tiene una ventaja única que debemos mantener viva en el corazón de nuestros niños: la ingenuidad.

Sin embargo, pasaron los años, el calendario no tiene pausas y las preguntas empezaban a unirse como cadenas que no encontraban un broche del cual prenderse para hallar respuestas. Seguíamos reuniéndonos, las mesas eran perfectas: las Jalot redondas y deliciosas, la miel sobre la fragante manzana, la fruta para ser bendecida, las granadas dispuestas y simbolizando nuestro pueblo y las Mitzvot ordenadas por D’s.

Todo, sí, todo estaba listo, menos las respuestas a mis interrogantes.

¿Dónde aprendieron estas mujeres a preparar y cuidar a una familia de acuerdo a las leyes que manda el judaísmo?

¿Dónde sus manos se enseñaron a transformar para ser cuna, descanso, amor y alivio de los bebés que nacían en este continente?

Mujeres alejadas de sus familias o desprendidas de ellas por el horror y la muerte, que en sus pueblos natales sucedía en aquella época. Niñas huyendo de la más terrible de las suertes y sobreviviendo para iniciar una nueva vida. ¿De dónde les llegó la fuerza? ¿Cómo obtenían los conocimientos sin haber tenido la oportunidad de vivirlo con anterioridad con sus madres, con sus hermanas o quizás sus tías?

Mi bobe Sonia, Z’L llegó a este país a los 13 años de edad, acompañada de su hermana. Su madre llegó poco después pero murió casi inmediatamente por una enfermedad intestinal para la cual no existía cura todavía. Y yo, en mi inocencia, en mi falta total de conocimiento… le preguntaba: ¿Aprendiste de tu mamá a preparar los coclets? ¿El Gefilte fish? ¿El Kugl de manzana?… Ella, algunas veces guardaba silencio, otras deseaba hacerme reír y no dejarme penetrar la coraza que había construido para no dejar salir su sufrimiento e invadir con este a toda su familia.

Fui mayor, y mis responsabilidades como mujer judía eran parte de mi vida diaria, entendí que había muchos capítulos abiertos y que solo nosotras, la generación que tuvimos la suerte de nacer cuando el Estado de Israel ya existía y que podíamos vivir nuestro judaísmo abiertamente, teníamos que poner un punto final a estas preguntas que seguían vivas, aunque fuese con una puntada dada con hilo blanco sobre un manto de tela negra.

-¿Mi mamá? Me respondía mi bobe: -Casi no la conocí, llegue aquí siendo una niña y la perdí inmediatamente. ¿Qué cómo aprendí? Yo no lo sé. Tal vez porque no tuve otro remedio, tal vez pregunté alguna vez, o recordé trozos de mi infancia…

-No te puedo contestar porque yo misma no poseo la repuesta.

-¿Cómo aprendí a cuidar a un bebé? ¡Pues así, como se aprende!

Y tal vez esa fue la única respuesta cierta a tantas interrogantes.

¡Así, como se aprende! ¿Podría esta generación, podría yo sola llevar a cabo todos estos actos impecablemente? ¿Mostrar a mis nietos que el conocimiento viaja por el tiempo en una conciencia que quizá va pasando de generación en generación? ¿Una conciencia colectiva que aunque suene irónico lleva consigo las recetas que por familias representan sus orígenes, su procedencia, su forma de vida, además de los símbolos de los días que vivimos?

Sigo sin tener nada que decir, pero hay algo que llevo conmigo y que muchas veces sale en mis palabras mencionar a estas maravillosas mujeres Yehudiot que fueron tan lejos y tan virtuosas como nuestras matriarcas, y que a pesar que el destino les hizo caminar por una senda que no deseamos repetir, trajeron con ellas una carga cultural y social imposible de medir, conocimientos que cualquier otro ser humano requeriría de años y de prácticas para llevarlo a cabo a la perfección.

Hoy, faltando todavía algunas semanas para las fiestas, hablamos a las familias y enviamos Kartisei Brajá. Nuestra mente vaga por esos caminos pensando en lo que prepararemos para tener una cena especial o cómo lucirá la mesa.

Deseo que estas palabras sean un homenaje para todas aquellas mujeres que nos dieron vida, amor, coraje y fuerza. Que nos enseñaron que se puede tener todo listo y pararse erguidas dando la cara al Arón Hakodesh en la Sinagoga siguiendo el rezo, pidiendo salud y bienestar para sus familias y sus amistades, con los ojos secos, como si el pasado no hubiese existido, como si sus pérdidas jamás hubiesen ocurrido. Con la valentía, con el valor, siendo plenamente una Eshet Jail.

“Eshet jail mi imtza verajok mepeninim mijrah”
(A una mujer virtuosa, ¿quién puede hallar? Es más preciosa que las perlas.)

A mis abuelas que D’s les dio el conocimiento supremo que posee la mujer. A mi madre, que deja escaper su alma por sus hijos. A mis hijas, a mis nueras que llenan de felicidad a mi familia, y a mis nietas, en quien confío la continuidad de nuestro pueblo, de nuestra familia. Que D’s nos dé vida, nos dé salud, nos otorgue la Paz que el Pueblo de Israel ansía para que Jerusalem siga siendo la corona de la Tierra.

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