Las aventuras y desventuras de un judío mexicano en Pittsburgh. Parte 1

EDUARDO SCHNADOWER PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Como algunos de ustedes ya sabrán, he tenido la fortuna de haber sido aceptado para estudiar un doctorado en la universidad de Carnegie Mellon en Estados Unidos, el cual estoy por comenzar el próximo lunes. Bajo este título estaré publicando cada vez que haya algún suceso interesante que considere digno de contarse, alguna frustración que desahogar o alguna alegría que compartir, lo cual probablemente no sucederá con una periodicidad regular. A continuación, comenzaré con mi primer relato.

Resulta que a pesar de lo que muchos de ustedes seguramente creen, Pittsburgh no es una ciudad industrial enfocada en el acero, al menos desde hace ya varios años. Ahora es principalmente una ciudad estudiantil. Hay algo muy curioso que sucede en julio con los estudiantes en Estados Unidos: se van. Y como no les importa que esos pobres dueños de edificios de departamentos se queden sin sus rentas que les dan de comer, los estudiantes de nuevo ingreso nos vemos obligados a venir en su rescate.

Entonces, para aprovechar ese momento de shock y tristeza en el que tantos arrendadores se quedan sin su querido inquilino y obtener el mejor trato posible, decidimos ir en búsqueda de nuestro futuro hogar a principios de julio.

Mi esposa y yo llegamos con una lista de propiedades ya armada en los vecindarios de Oakland, Squirrel Hill, Greenfield y Shadyside, los más cercanos a la universidad. Squirrel Hill en particular es el lugar donde se ubica la mayor parte de la comunidad judía, por lo que nuestra lista incluía un mayor número de propiedades en esta zona.

Antes de esta visita en julio había tenido yo la oportunidad de visitar Pittsburgh en marzo, y en aquella ocasión hubo un comentario que todo el mundo hizo del vecindario de Oakland: “No creo que sea un buen lugar para vivir con una familia: es la zona de los estudiantes de nivel licenciatura, y son muy ruidosos”. Por supuesto, siendo yo de la ciudad de México, pensé: – ¿y eso qué? Aquí no importa dónde vivas, siempre hay vecinos ruidosos, puedo lidiar con ello.

Por supuesto, hubo otras cosas en Oakland con las que no pude lidiar: una casa oscura, enorme; de cuatro recámaras, pero sucia y maloliente. Mientras la recorría se escuchaba en mi cabeza: Scooby doo, ¿dónde estás? Luego vimos una propiedad más o menos decente, pero con un arrendador que nos saludó diciendo: “No me dijiste que tenías una hija, y te recuerdo que la ley de Pennsylvania me permite decidir si quiero o no rentar a familias con bebés”. A eso le siguió una discusión surrealista para tratar de quedar en paz con ese tipo, aun sin tener la más mínima intención de rentarle, y queriendo todo el tiempo irme de ahí, pero sin poder hacerlo por mi terquedad en querer quedar bien con todo el mundo, como suele ser mi costumbre.

Vimos propiedades hermosas en “Greenfield” y “Point Breeze” pero lejos de la zona que nos interesaba. Shadyside, que parecía una zona hermosa con edificios tipo palacio al verla por Internet, resultó ser más bien una zona de edificios de departamentos viejos donde los expertos en Photoshop hicieron un excelente trabajo.

En uno de los departamentos que visitamos, ya no recuerdo en cuál de las zonas, aún antes de siquiera entrar, el arrendador nos dijo: “no se preocupen, lo vamos a lavar bien antes de que lo ocupen para que no tenga ese olor”. Al entrar le comento a mi esposa: “este lugar huele a Curry”. En ese momento, de forma inesperada, se aparece el estudiante de origen indio que estaba por dejar ese departamento y nos saludó, mientras yo deseaba hacia mis adentros que no me hubiera escuchado o al menos entendido. Al no haberse mostrado ofendido creo que fue más bien la primera.
Visitamos otros departamentos que no se veían tan mal pero que ante el caos que dejaban los estudiantes que ya se estaban yendo, resultaba difícil discernir cómo sería cuando se mudara una familia a ese lugar. Llegamos a sentirnos desmotivados, pero finalmente encontramos la propiedad que nos gustó en Squirrel Hill. Firmamos el acuerdo, dejamos por adelantado un depósito, el primer mes de renta y quedamos tranquilos para pasar un Shabat en casa de una familia de Jabad.

Previo a la salida del Shabat, pero después del rezo de minjá, en el templo de Jabad se organizó un gran evento por el aniversario luctuoso del Rebbe. Un rabino muy importante vino a dar un excelente discurso del cual yo no entendí absolutamente nada, pero su entusiasmo y gran uso del lenguaje corporal me dejaron muy convencido, aunque nunca supe de qué. Este rabino era proveniente de Minnesota, pero su habla era más parecida a la de un montañés. Al preguntar a uno de los asistentes si este rabino era de Alabama o de dónde, pasé una pequeña vergüenza cuando me dijo que hablaba así porque había perdido algunos dientes, y para mi fortuna los que me rodeaban se mostraron empáticos ante mi incapacidad para entenderle. Poco después me mostraron una foto de hace algunos años en la que este Rabino estuvo en la oficina del presidente Reagan.

Regresamos a México sabiendo que pronto tendríamos que regresar a Pittsburgh, y de forma definitiva. Como es natural, un mecanismo de defensa para no sentir tristeza comenzó a activarse. Esos defectos que tiene tu localidad y con los que has vivido toda la vida y que incluso les has agarrado cariño en una especie de síndrome de Estocolmo se vuelven insoportables y entonces uno empieza a decir: “qué bueno que ya me voy”.

—Hay mucho tráfico, qué bueno que ya me voy.
—Caí en un bache, qué bueno que ya me voy.
—Llovió y se inundó la ciudad, qué bueno que ya me voy.
—Tronaron cohetes a media noche entre semana, qué bueno que ya me voy.
—Se me pasó el picante en los tacos, qué bueno que ya me voy.
—Tengo sed y no hay naranjas, qué bueno que ya me voy.

…Y así con cualquier cosa que a uno le moleste, al grado de que uno se empieza a convencer de que la ciudad le está “expulsando”, aunque la única verdad es que todos viven su vida como siempre lo han hecho.

Al empezar agosto ocupamos el departamento, y gracias al apoyo de la comunidad judía de Pittsburgh lo amueblamos prácticamente gratis. Cuando llegamos incluso ya nos habían hecho el favor de traer algunos de los muebles, aunque aún hubo que armarlos y acomodarlos. Por supuesto, debido al entusiasmo que tuvo la comunidad por ayudarnos, tuve que ser muy cuidadoso de fijarme bien en lo que me estaban regalando para no tener muebles duplicados, en especial aquellos de gran tamaño. Y naturalmente mi minuciosidad tuvo el gran resultado de que lo único que se nos duplicó fue un mero colchón tamaño King Size.

Si alguno de ustedes ha tenido la oportunidad de pasar una noche en una bodega, probablemente entenderá lo que sentimos las primeras dos noches en las que nos vimos obligados a dormir en un colchón colocado en el suelo y rodeados de muebles desarmados. Ya para la tercera noche ese asunto había quedado resuelto y ya dormimos en una cama digna.

Por supuesto, no todos los que nos regalaron muebles estaban en posibilidades de transportarlos. Lo más normal, ustedes pensarían, sería contratar una mudanza. Eso quizá en México, pero en Estados Unidos es muy caro. Así que le pagué a un israelí muy agradable para que me llevara con su pick up a recoger los muebles, mover el colchón King Size que tenía demás a casa de una persona interesada, y de paso hacer algo de plática. Por supuesto, él era solamente uno, así que ya se podrán imaginar quién fue la otra persona que estuvo cargando. Dado que, a pesar de mi falta de ejercicio, mis brazos flacos y mi panza pronunciada, pude aguantar sin problemas las tres horas y media de trabajo pesado, el israelí se vio sorprendido y me felicitó. Todo sea por tener una casa digna.

Esa semana pasamos una agradable cena de Shabat en casa de una familia de judíos ortodoxos a quienes les gusta el Heavy Metal. Así es, lo que leyeron es completamente cierto. Vestidos de forma recatada y tanto el papá como los hijos con peyot, comida Kosher y todo lo demás, pero conocedores de la buena música, y el esposo en particular combina sus peyot al estilo jasídico con el pelo largo de un rockero. Una pareja tan agradable como única.

Para no atosigarles, hasta aquí dejo mi relato por el día de hoy, espero que les haya gustado y estén atentos para la próxima entrega.

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