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viernes 22 de noviembre de 2024

Se nos fue un grande del humor judío: Gene Wilder

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Ha fallecido uno de los titanes de la comedia judía. ¿O uno de los titanes judíos de la comedia? Difícil decidirlo: Gene Wilder (1933-2016) supo mezclar el humor con su bagaje ancestral judío de un modo casi inigualable, y sin duda eso lo convirtió en un patrimonio de ambos mundos: la comedia y el Judaísmo.

Nació en Milwakee, en un familia judía de origen ruso. Egresado de la Universidad de Iowa, para ganarse la vida en los inicios de su carrera artística condujo limousinas y dio clases de esgrima. En 1961 llegaron los primeros buenos papeles en el teatro musical llamado “off-Broadway”, y en 1964 fue contratado para participar en un montaje de Madre Coraje y sus hijos (una de las obras emblemáticas de Bertolt Brecht), en el papel coestelar con Anne Bancroft. La actriz quedó tan encantada con el trabajo de Wilder que lo recomendó con el director y humorista judío Mel Brooks, y allí se empezó a gestar una relación que habría de provocar muchísimas carcajadas en años posteriores.

Su debut en el cine fue con la cinta Bonny and Clyde (1967), de Arthur Penn, y de inmediato comenzó su colaboración con Brooks en Los productores (1968); pero la consagración definitiva vino con su papel de Willy Wonka en Charlie y la fábrica de chocolates (1971), dirigida por Mel Stuart (producción considerada por la crítica como muy superior al remake de Tim Burrton con Johny Depp en el papel protagónico).

Después vinieron las películas memorables que lo convirtieron en todo un icono de la comedia estadounidense: Todo lo que usted quería saber del sexo y no se había atrevido a preguntar (1972), de Woody Allen; El joven Frankenstein (1974), de Mel Brooks; Locura en el Oeste (1974), también de Brooks; El hermano más listo de Sherlock Holmes (1975), del propio Wilder; El rabino y el pistolero (1979), de Robert Aldrich.

Pero, fuera de toda duda, las más graciosas fueron las que hizo compartiendo estelares con Richard Pryor (1940-2005): El expresso de Chicago (1976), Locos de remate (1981), No me chilles que no te veo (1989) y No me mientas que te creo (1991).

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Curiosamente, la relación entre Pryor y Wilder nunca fue precisamente amable. En realidad, había muchas tensiones, y muchos consideran que eso fue debido a los fuertes problemas de adicciones que, por entonces, tenía Pryor. De todos modos, Wilder siempre reconoció que no hubo otro actor con el que pudiera lograr la química cómica que tuvo con él.

Wilder se casó en 1984 con Gilda Radner (1946-1989), también judía y célebre actriz y comediante, cuya muerte en 1989 a los 42 años de edad y como consecuencia de cáncer de ovarios conmocionó al público estadounidense. Desde entonces, Wilder empezó a dedicar mayores esfuerzos al activismo para concientizar a la gente sobre este tipo de enfermedad. Primero fundó la asociación Gilda’s Club dedicada a la memoria de su esposa, luego en 1998 escribió el libro La enfermedad de Gilda, y un año después abandonó de manera definitiva su carrera como actor para dedicarse a las actividades altruistas.

En 2005, publicó sus memorias bajo el título Bésame como a un extraño, y en 2007 publicó una novela ambientada en la Primera Guerra Mundial y titulada Mi prostituta francesa.

En todo ello aflora mucha de su personalidad judía: la comedia, el altruismo, la tragedia y la convicción por hacer algo útil a partir de ello, y la vocación de escritor.

Sus momentos hilarantes en la pantalla grande son muchos y memorables.

Por ejemplo, su participación en un sketch sobre la sodomía en la película Todo lo que usted quería saber del sexo y no se había atrevido a preguntar, de Woody Allen. Wilder es un psiquiatra que empieza a atender a un campesino armenio que se ha enamorado de una de sus ovejas, y cuando el animal es llevado al consultorio, Wilder también se enamora perdidamente. Se lo lleva con él y empieza una doble vida que poco a poco lo va consumiendo. El clímax, woodyallenesco al máximo, es cuando la esposa, su abogado y un fotógrafo irrumpen en el cuarto del hotel donde está Wilder con la oveja, y le toman fotos para usarlas como pruebas en el juicio de divorcio. Wilder está en pijama y la oveja tiene puestos ligueros (lencería) negros.

O en El joven Frankenstein, parodia de la novela clásica de terror, donde Wilders interpreta al doctor obsesionado con resucitar a un cadáver, y hace mancuerna con un formidable Marty Feldman (1934-1982) en el papel de Igor. Una de las escenas más maravillosas sucede después de que Frankenstein le pide a Igor que se robe el cerebro de un gran científico ya fallecido; torpe como él solo, Igor revienta en el piso el cerebro que le habían encargado, y toma otro esperando que Frankenstein no se dé cuenta.

Cuando por fin el monstruo es regresado a la vida pero empieza a tener severos problemas de todo tipo (comportamiento, lenguaje, psicomotricidad) y se hace evidente que es un bruto, Frankenstein interroga a Igor, que no tiene más remedio que admitir que tuvo que llevar otro cerebro. El ya bastante histérico doctor le pregunta el nombre a su sirviente, que empieza a decirle “oh, se llamaba… Abe (normalmente, diminutivo de Abraham)… Abe… algo, no recuerdo… oh, era Abe Norman”. Y Frankenstein empieza a adivinar poco a poco hasta que revienta en gritos: “¿Abe? ¿De casualidad no era… Abe.. Normal?” Igor contesta extasiado que sí, que el tipo de llamaba Abe-normal, en realidad, abnormal, que en español se traduce “subnormal”.

https://youtu.be/q9EySCBPodM

Pero acaso a los judíos nos resulta más entrañable el papel que hizo en El rabino y el pistolero, donde compartió créditos con un recién estrenado Harrison Ford. Wilder hace el papel de Abraham Belinski, un rabino polaco del siglo XIX que ha sido contratado para hacerse cargo de la comunidad judía de San Francisco, pero tiene que cruzar todo el país desde Nueva York hasta California. Recién llegado a Filadelfia, entra en contacto con tres forajidos: los hermanos Dan y Darryl Diggs, y su socio, el Sr. Jones. Después de robarle casi todo lo que tiene, lo dejan abandonado a su suerte y herido. El rabino Belinski es salvado por una comunidad Amish (menonitas radicales), y se generan una gran cantidad de confusiones porque Belinski piensa que son judíos.

Su travesía sigue y por fin conoce a Tommy Lillard (Harrison Ford), también forajido, pero con el cual establece una relación entrañable que va madurando pese a lo distintos que son (por ejemplo, cuando Lillard roba un banco, y resulta que no pueden huir como quisiera, porque Belinski no está dispuesto a montar a caballo en Shabat). Las aventuras siguen, y uno de los momentos más hilarantes es cuando son hospedados en un Monasterio Cisterciense donde los monjes tienen voto de silencio, y Belinski provoca que uno hable y todos se rían, rompiendo con ello un voto que llevaban varios años guardando fielmente.

Belinski va a explicando poco a poco a Lillard de qué se trata el Judaísmo, aunque no logra explicarle dónde está Polonia. Le dice que queda “cerca de la República Checa”, y Lillard pregunta, ingenuo, si acaso eso queda por Pittsburgh. Por supuesto, tampoco logra hacerle comprender como algo “muy lógico” que parte de su contrato como rabino incluya casarse con una mujer que no conoce, hija de uno de los líderes más prominentes de la sinagoga.

El momento más crítico es cuando el rabino Belinski no tiene más alternativa que matar a uno de los hermanos Diggs, con quienes han vuelto a tener problemas. El otro hermano, obsesionado con vengarse, los perseguirá hasta San Francisco, donde Lillard se encarga de obligarlo a huir, no sin que el rabino Belinski, frente a toda su congregación, le responda al criminal en un estilo completamente talmúdico:

“Te regalo el mundo entero, pero a mí déjame San Francisco”.

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Pero no todo parece feliz: pese a que la comunidad judía de San Francisco recibe a Belinski con toda la felicidad del mundo –e incluso a Lillard, sorprendido por tanta hospitalidad– resulta que en el lapso de ese tiempo la hija del Sr. Bender, prometida como esposa al rabino, ya se ha casado.

Bender está profundamente apenado, pero para desconcierto de Lillard que sigue sin entender las costumbres judías, le dice a Belinski que tiene otra hija menor y que puede casarse con ella. La hija menor resulta ser una hermosísima Penny Peyser, y la boda se realiza como toda buena boda judía: llena de simjes (alegrías), najes (satisfacciones) y brojes (bendiciones).

Se ha ido un grande. Su qué hacer entre nosotros terminó, y deja lo mejor que puede dejar un ser humano al partir, a juicio de varios autores judíos desde la antigüedad: un buen nombre.

Nos hizo reír mucho con sus películas, pero un día decidió abandonar ese oficio. Y se dedicó a ayudar. Entendió que ni siquiera la risa tiene sentido si el ser humano no hace el esfuerzo por aliviar el dolor de otros.

Habrá que decir Kadish por Willy Wonka, Víctor Frankenstein, el Rabino Belinski y muchos otros más, todos al mismo tiempo.

Descance en paz, Gene Wilder (Zijronó Librajá – que su recuerdo sea bendición).

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