GEORGE CHAYA
Para muchas personas, la laicidad es un atractivo que no necesariamente debe llamarse secularismo, la laicidad no significa adherir o negar la religión. Sencillamente, significa tener un vínculo mayor con la religión en aquellos que lo desean y menor en quienes no la priorizan. En otras palabras, significa la libertad de escoger o descartar la religión según las personas lo deseen.
Guste o no a religiosos de cualquier confesión, significa otorgar menos poder e influencia a lo religioso en la organización política y social del Estado, lo cual no cambia en nada la existencia de las personas que se ganan honradamente la vida con el fruto de su propio trabajo. No es más que eso. Tal vez por esa razón muchos tratan la laicidad como una obra de Satanás sobre la conducta de los seres humanos.
Los evangélicos consideran al islam una razón de preocupación dado su crecimiento en Estados Unidos y Europa, pero sus líderes, los que viven de la religión evangélica, entienden que el laicismo es una amenaza mayor. Aunque para esa gente pedir que les envíen dinero en el nombre de Jesús no difiere en mucho de una fatwa de un sheikh de Islamabad o del sermón de un pastor de Ohio.
Estas creencias a menudo confunden multiculturalismo con dhimmitude y culpan a las personas laicas de no oponerse al islam. En cierto modo puede que tengan razón, un laico que no se opone a la sharia puede ser considerado un dhimmi. Pero no estoy de acuerdo en todo con tal teoría.
Sostengo que el secularismo es la mejor valla de contención para que el dogma del integrismo radical no disponga de sustento dentro de las comunidades cristianas, musulmanas o católicas. De allí que afirmo que esa línea de pensamiento de clérigos cristianos no tiene ninguna base sólida.
Lo cierto es que el secularismo hoy está amenazado como nunca antes por creencias que se fundan en el delito, sea de la violencia, el fraude o el pedido permanente de dinero; pero también por el relativismo occidental sobre un multiculturalismo insustentable, basado en la creencia y el respeto a religiones que no respetan la vida humana.
Muchos dirigentes políticos están explotando esto, y la verdad es que lo hacen porque, en primer lugar, son líderes políticos y usan la religión para sus fines primarios —los políticos— y no parecen tener ningún respeto en tergiversar la laicidad para ejecutar egoístamente sus fines. Así, son cómplices necesarios de la expresión más peligrosa del planeta, el islamismo y su yihad criminal.
Esa doctrina —de la radicalización de la yihad— se ha constituido en un rasgo prominente de la vida occidental por los últimos 30 años en que se las arregló para devorar libertades individuales y civiles con cierto éxito a través de su demanda constante de un trato especial y siempre bajo la implícita amenaza de la violencia.
Como consecuencia de tal estado de confusión, hoy vemos que Francia ha dado marcha atrás en la prohibición del uso de la controvertida burkini y tenemos tribunales que aplican la sharia en el Reino Unido, Bélgica y Alemania, donde las mujeres son consideradas la mitad del valor del hombre.
Como laico, yo no me acostumbré a eso, conozco y hago la diferencia entre islam e islam-político, pero pareciera que el Vaticano y casi todo Occidente sí se acostumbraron a leyes discriminatorias y represivas cuya peligrosidad es mayor a la opinión de no criminalizarlas en nombre de no ofender al islam.
Lo cierto es que donde quiera que la religión se mezcle con la política es secuestrada por radicales, hay intolerancia, conflicto, violencia, la vida de las personas se vuelve menos libre y ya no hay excusas ante tanta barbarie consentida desde el doble estándar o discursos políticamente correctos de dirigentes políticos e incluso del Papa de Roma.
El lector puede acordar o disentir. Sin embargo, ya no cabe duda de que sólo una sociedad secular será la valla de contención a la violencia político-religiosa. Por tanto, mal que pese a religiosos católicos, judíos y musulmanes, tan proclives a confraternizar en sus diálogos interreligiosos (aunque con pocos éxitos visibles si observamos el destino de los cristianos en Irak, los baháis en Irán o los cristianos coptos en Egipto), les resultará difícil mantener sus discursos de hermandad e intercambios pacifistas o decir que el secularismo es la personificación del mal. Incluso el Papa en el Vaticano debería abandonar su discurso sobre las profundas cicatrices generadas por el secularismo en países tradicionalmente católicos.
A mi juicio, el secularismo ha dejado cicatrices mucho más pequeñas que las que generaron la inquisición y las actuales barbaries del islamismo. El papa Francisco dice creer que “la humanidad está buscando a ciegas en la oscuridad”. Pienso que no debería ser tan modesto, Francisco es muy capaz de distinguir entre el bien y el mal, y ello más allá de la ambivalencia de sus declaraciones sobre el islam. A lo largo de la corta historia de su Papado hemos tenido evidencias muy claras sobre este punto.
No creo que la Iglesia Católica y los hombres que la dirigen sean incapaces de distinguir entre el bien y el mal. Más bien, sostengo que deberían dejar de lado lo inconducente de sus concesiones con el islam político por ser este el único factor disparador y causante de la violencia emergente de su dogma pétreo.
El lector está en su derecho de pensar lo que desee. Sin embargo, negar lo anterior es francamente más que una manifiesta perversidad. Es como si Adolf Hitler renaciera y se postulara a unas elecciones en Alemania y ganase abrumadoramente.
@george_chaya
El autor es consultor experto en Oriente Medio en relaciones internacionales, seguridad y prevención del terrorismo. Es autor de “La Yihad Global, el terrorismo del siglo XXI”, entre otros libros. Además, es columnista especializado en Oriente Medio del diario “La Razón”, de Madrid.
Fuente:infobae.com
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