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jueves 21 de noviembre de 2024

“Médium”: Holocausto, oralidad y memoria

BECKY RUBINSTEIN F.

Ser “médium” es cosa de destino. Por lo meno en mi caso personal. He fungido como “médium” literario durante años, es decir, he tenido el privilegio de plasmar historias necesarias, indispensables. Sin ellas, las llamadas micro historias, la Historia con mayúsculas no sería la misma. Son historias que pueblan la llamada Historia del Holocausto, cuyas cicatrices aún están frescas. Quizá los testimonios, que no cesan, -millones fueron las víctimas judías o no de la terrible hecatombe- coadyuven a cicatrizar heridas profundas, infames e infamantes. A evitar cualquier otra hecatombe, otro Holocausto.

El olvidar o no olvidar no es cosa de voluntad. En ocasiones la memoria irrumpe violentamente y resulta necesario temperarla para soportar el dolor, la angustia: eso es papel de un “médium”; en otras, la memoria se fosiliza a causa del dolor y de la angustia y tan sólo un “medium” logra romper el magma “encierra cadáveres.”

Olvidar o no olvidar: esa es la cuestión. Generaciones van, generaciones vienen y sólo el testimonio de los sobrevivientes, asegura la supervivencia de los diezmados. No se trata de almacenar rencores: se trata de legar al mundo una conciencia moral, una conducta ética a futuro. Y el destino, repito, me ha elegido para plasmar en papel las vivencias de los privilegiados, de quienes, también, por destino literalmente hablando, están para contarlo.

¿Que si ya se ha agotado el tema? Para nada. Día con día los silentes se atreven a romper el silencio. Al parecer, esa es la tragedia, hay quienes han agotado las ganas de prestar oído a una tragedia de alcances universales, esenciales para el género humano.

Enrique Chmelnik, un joven periodista judío, en el Periódico Kesher del 15 de octubre de 2006 alude al olvidar o no olvidar, al callar o levantar la voz frente al para muchos trillado tema: el Holocausto.

En dicho artículo, intitulado “Ad Libitum ¡Basta ya de hablar de Holocausto!” leemos:“Aniquilada la tercera parte de un pueblo milenario. Uno de cada tres judíos del mundo. ¿A tu familia la componen más de tres personas? Porque eso significa que técnicamente murió cuando menos un miembro de cada familia judía compuesta por tres miembros. Cuatro o más miembros incrementan la estadística monstruosa ¿no te parece?

Y en eso (…) seguramente me voy a contradecir, pero esta historia no es sólo cuestión de números. La mía, es seguramente, una fijación por los números que vi, cuando niño, tatuados en el brazo de un hombre. No lo puedo olvidar. Y, sin embargo, la prensa ha abundado en detalles, Irán, en otros tiempos el poderoso imperio de Persia, cuestiona la existencia del Holocausto. Hombres y mujeres, hoy día ancianos muestran sobre su carne el tatuaje infamante de los elegidos para morir ya sea en cámaras de gas, colgados o fusilados frente a la sepultura cavada por sus propias manos. O bien en camino a los campos de exterminio tatuados en la geografía del mundo: Bergen-Belsen- Aushwitz, Majdanek, Treblinka…

De eso mismo tratan los testimonios … Empezaremos por Cuando el Sol se avergonzaba de don Isaac Kellerstein q.e.p.d., quien tras una vida de silencio, se decidió a plasmar sus experiencias en el inframundo. Y él, poeta sin saberlo, nombró poéticamente a su criatura y, cumplida su misión, partió al mundo de los justos, legándonos su testimonio imprescindible, irrepetible, sin odio, sin rencor.

Su recuento inicia como un cuento de hadas, muy alejado a la tónica de cuento de terror que pronto adquiriría:

Se cuenta que hace muchos siglos, el así llamado “Buen Rey” polaco, Kazimiez Wielki, invitó a los judíos alemanes participar en el desarrollo de Polonia, a quienes ofreció que gozarían de toda libertad. Fue así como muchos judíos emigraron a Polonia y se establecieron en grandes y pequeñas ciudades, así como en pueblos dispersos por todo el territorio.

Una de esas pequeñas ciudades era Bychawa, situada a unos veinticinco kilómetros de Lublin, ciudad capital del distrito del mismo nombre. De Lublin se llegaba a Bychawa por dos caminos, de los cuales sólo uno estaba empedrado. La ciudad, rodeada por pueblos y aldeas, estaba demarcada en un extremo por un río de aguas transparentes. Un viejo puente de madera era la entrada a Bychawa.

Por el otro extremo de la ciudad, se extendían algunos valles y pastizales y pequeños montes cubiertos de arbustos.

Para llegar al barrio judío se debía cruzar el puente de madera y subir por la calle principal…

Ahí vivían Shmuel Felcher, Samuel el curandero, Fishel Beker, Fishel el panadero, Yosel Shuster, o Yosel el zapatero. También Jaim Shtiler

Jaim, o Jaime el callado, Der gueler David o David el rubio, Der roiter Simón o Simón el colorado. También Leibush Warshever o Leibush el de Varsovia, Óscar Berliner u Óscar de Berlin, Samuel Litvak o Samuel de Lituania…

Desconocemos su sino y suerte durante el terrible Holocausto. De lo que sí estamos ciertos, don Salomón Kellerestein, no los contó, fue el recrudecimiento del antisemitismo en Polonia, las escenas domingueras cuando después de misa, oradores profesionales se instalaban en el centro de la plaza judía, desde donde lanzaban sus discursos. A menudo decían que los judíos era antipatriotas, amigos de Alemania, enemigos del pueblo polaco, o comunistas declarados.

El caso era culparlos de lo que fuese, inventando para ello cualquier pretexto (39) De ahí a los campos esclavistas de trabajo o de exterminio, sólo hubo un paso. Belzek, Budzin, Maidanek, Mielek,

Dachau…

Golpes de suerte, como el hallar una gallina extraviada o el ser “pelapapas” de oficio –anécdotas relatadas no sin dejo de humor negro, diríamos- ayudaron al joven Salomón a sobrevivir a malos ratos, hambre , desesperanza y desesperación…

En el epílogo don Salomón , quien llegó a México a fundar una familia,nos lega un testimonio inolvidable, como su persona: “Ha transcurrido ya medio siglo desde la tragedia del Holocausto. Las comunidades judías de todo el mundo siguen recordando, llorando y conmemorando la muerte de seis millones de hermanos y hermanas.

Los judíos nos hemos jurado no olvidar nunca lo acontecido y no permitir que se repita nunca más.

Tenemos fe en que se cumplirá la visión profética de Isaías: “Y llegará el día en que las armas se convertirán en arados, en que las ovejas pastarán junto a los leones, y en que el hombre no levantará la espada contra el hombre”.

En ese día el sol brillará sobre el mundo en todo su esplendor y no se avergonzará nunca jamás (181)

Lej, Leja Destino de una familia judía es el legado de don Peter Katz renuente por muchos años, a pesar de los ruegos de sus hijos, de plasmar en palabras su historia personal, la de un judío errante,desarraigado de su natal Viene, cuna de la cultura. En el prólogo confiesa el duro periplo personal previo a la escritura:

Después de muchos años de silencio, siento que tengo la obligación de hablar. Que es mi deber –por la memoria de los que ya no están-, de escribir y dejar un testimonio para las futuras generaciones.

“Traté de escribir mis experiencias desde la perspectiva de un niño de ocho años, hasta llegar a la de un joven de dieciocho, uno que en muchos aspectos había madurado, aunque en muchas otras era inmaduro. Simplemente porque no creció normalmente en un hogar y protegido por sus padres (III)”

Su historia es la de uno de los tantos niños, no muchos, por desgracia, quienes fueron salvados gracias a la intervención de la Cruz Roja. Peter es prolijo en detallar aquel suceso que cambiaría su vida, la de un huérfano, posteriormente un joven entregado en cuerpo y alma a la Resistencia, factor determinante en la derrota nazi:

Más tarde nos enteramos que el día primero de febrero de 1939, nos llevarían al centro de Bruselas, al “Hotel Albert Premier” para que nos vieran las familias judías que nos iban a acoger en su hogar.

La noche anterior vino a hablarnos la organizadora del proyecto. Era la Baronesa Lilianne de Rotchild, de la rama francesa, quien con la Cruz Roja Internacional de Ginebra había trabajado afanosamente en el proyecto, que, por cierto, funcionó hasta el estallido de la guerra.

Por suerte, lograron salvar varios miles de niños judíos de Alemania y Austria.

El inmenso salón se llenó bastante rápido. Pasaron varias gentes alrededor mío, para luego continuar recorriendo el salón. Ahora una pareja muy bien vestida. La señora con una enorme bolsa de piel y con sombrero; el hombre de tez oscura se parecía a los gitanos que había yo visto en Viena. Se me quedaron viendo y cuchicheaban entre ellos en un idioma que no pude reconocer de inmediato. Supe después que se trataba de húngaro. Al fin había yo estado en Hungría, a los siete años.

La pareja seguía allí, no se iba; siguieron discutiendo animadamente. Por fin el hombre preguntó en alemán: ¿Cómo te llamas? Hans Peter, le contesté y le dijo a ella: “Hans Peternek Hiviak Otet”. Mientras, ella se me quedó viendo de lado, inspeccionándome, supongo. Él se fue, regresando al poco rato con una de las damas del comité, con una libreta de “pedidos”. Él le pidió a su esposa su aprobación y la encargada procedió a levantar el pedido. Él firmó, eso fue el fin de la transacción. Luego me llevaron con ellos.”(45-6)

“La infamia en el pecho” es la entrevista de una sobreviviente de la familia judeo-francesa, los Gelmann. La madre, modista de alta costura del atellier de Jack Fatt, fue quien, gracias a su carácter a toda prueba salvó a sus dos hijos de la muerte cuando fueron convocados al Velódromo de Invierno , sinónimo de razzia de niños capturados en plena calle, de muerte, de solución final. Tras pretextar una visita al baño, huyen, madre y criaturas, por la ventana.

Tres boletos y un tren poblado en su mayoría por colaboracionistas, mezclados con miembros de la Resistencia y una estrategia que les salvó la vida. “El fuera de servicio” en los baños bastó para que Madame Gelmann se resguardara cinco horas seguidas.

Simone, su niña, tenía miedo, hambre, fiebre. Eran las amígdalas infectadas. En Brieve aparece un doctor, el doctor Kelnet y su bisturí y la cirugía sin anestesia.

Y luego el espejismo de la zona libre, Bordeaux y Daxz, el río y la libertad. Sin embargo, fueron descubiertos por los alemanes y otra vez el darse a la fuga. Milagrosamente llegaron a un pueblo. Todo parecía resuelto. Sin embargo debían registrarse. Sí, en la zona libre estaba Petin confabulado con los nazis, en sólo dos meses debían partir. El invierno arreciaba, Madame Gelmann cosía y se ganaba el sustento.

El cuerpo friolento de Simone se cubría de costras, de infamia. Luego, la huida por los Pirineos: de estación en estación: Grenobbles, los Alpes. En Montbonot unos campesinos se hacen cargo de Maurice y de Simonne. Asisten a la escuela; son sus hijos. Madame Gelmann “trabaja” para la Resistencia.

Simonne recuerda: “Hacía la tarea sobre un pizarrón roto. De pronto aparecen dos alemanes. Me sobresalto, es el fin. Uno de ellos se acerca, saca del cinturón tela adhesiva, repara el desperfecto. Respiro”.

“Que no sepan tu nombre, que no sepan que eres judía”, advierte Madame Gelmann a la indefensa Simonne. La consigna para
Maurice: no bajarse los pantalones. Y cuando los campesinos se niegan a ocuparse de los pequeños, el bautismo, agua bendita
innecesaria, sin embargo. Y de nuevo la huida una parada en Velcore.

La cita con el terror : la plaza de la ciudad. La escena: un niño judío es crucificado. “Te llamas Neville –recalca Madame Gelmann a “su hija cristiana” a la que conduce a un convento; Maurice, fue llevado a un monasterio.

Bajo el cuidado de bondadosas monjas aprende el Padrenuestro y se resguarda en el sótano cuando peligra su vida. Su escondite: un canastón de manzanas. Hasta que llegó el día de la liberación. Era un día luminoso, de nubes blancas en el cielo.

Memorias, así de sencillo. Una sola palabra para identificar las memorias de otras víctimas del Holocausto. En este caso las

fotografías que abundan, se encargan de complementar las palabras de don Salomón Piekarewicz (Peckar), soldado del Ejército Rojo, uno de los miles de salvadores anónimos.

Así empieza el escueto aunque importante libro-album, dedicado a su “familia exterminada por los nazis”: “Mi nombre es Salomón Piekarewicz. Nací en abril de 1919 en Zambrow, Polonia, a 68 kilómetros de la capital del estado de Bialystok y a 120 kilómetros de Varsovia, la capital polaca. En los años veinte, Zambrow contaba con 4, 500 habitantes, en su mayoría judíos. (11)

Salomón, como todos los niños judío acudió al jeder a estudiar las primeras letras. Su padre, después de cada comida sabática y tras la siesta, acostumbraba reunir a los hijos varones a quienes examinaba para comprobar sus adelantos en el jeder. Cuando quedaba satisfecho, nos despedía con un cariñoso pellizco en la mejilla;cuando no, nos jalaba las orejas. Antes de anochecer, mi padre y sus tres hijos varones cantábamos “hamabdil bein kodesh le jol”, oración que distingue entre la santidad del shabat y lo profano del resto de la semana. (34)

Sionista de corazón, el joven Salomón sueña con viajar a la entonces Palestina, ayudar a levantar sus cimientos. Los hechos se suceden de otra manera. En 1937 nos dice: “Me enteré de la terrible situación política que imperaba en la Unión Soviética. Stalin había expulsado a Trotsky y acusado de alta traición a Kirov, a Zinoviev, a Kamenov y a Bujarin a los que mandó fusilar.

En 1938 el ejército alemán invadió Austria y consumó el Ainschluss o anexión. Los austríacos recibieron jubilosamente a las huestes alemanas. Hitler proclamó su ideal de “Ein land, ein folk, ein fuhrer”: un país, un pueblo, un líder.

Peckar se adhiere al ejército rojo. Entre mil vicisitudes relata cuando Él y su unidad arriban a las puertas de Stalingrado: “Se nos ordenó cavar trincheras y profundas fosas, las cuales, en su momento, impedirían el paso de tanques y transportes enemigos.

También cavamos subterráneos donde nos resguardábamos. Cierta ocasión, en pleno invierno y a 26 grados centígrados bajo cero nos condujeron a campo abierto para cavar trincheras. Poco a poco nos fuimos congelando literalmente; en mi caso, fueron los dedos de los pies y la vejiga. Después vendría el paludismo, el hambre… Y lo peor, enterarse por medio de una carta de la municipalidad de Zambrow que “Eljanán Piecarewicz, Mindla Piekarewicz, Peshe, Guitl, Rikl, Leye, Yacob e Israel habían sido conducidos por los alemanes a un destino desconocido.” (81)  Victoria pírrica el haber sido condecorado como héroe de guerra por desactivar quinientas granadas.

En abril de 1944 llegan a las inmediaciones de Viena. El Ejército Rojo arriba a las puertas de Berlín. En tanto Hitler ya se había suicidado.

Los anglo-americanos se encontraron con los soviéticos a orillas del río Elba. Finalmente el 5 de mayo de 1945 capitularon los ejércitos alemanes tras seis años de una conflagración mundial que abarcó tres continentes, que dejó ciudades y pueblos arrasados y cincuenta millones de víctimas: entre ellos seis millones de judíos (85)

Lili Levin también escribe sus memoria. Su caso es el de una niña nacida en México quien en los albores de la Segunda Guerra Mundial visita a sus abuelos en Alytus, Lituania. Nada parece anormal, todo parece “miel sobre hojuelas”. Incluso la madre de Lily y la tía Perl sueñan con que sus maridos se reúnan con ellas en Europa.

Pronto llegan noticias de una inminente guerra. Por años la versión oficial de su salvamento fue una: el hijo adoptivo de la familia, ligadoa las capas superiores del Partido Comunista, movió “cielo tierra y mar” para ayudarlas a salir. Sin embargo, la realidad pudo haber sido no tan sencilla: un sello del Consulado japonés, el de un crisantemo, sobre un pasaporte expedido por el aquel entonces cónsul general de Japón en Kovno, Lituania, Chiune Suguijara sugiere la intervención de dicho diplomático en la salvación de Lily y de sus familiares, incluyendo a su pequeño hermano y a una prima.

Suguijara, ahora es de todos sabido, aún en contra de su gobierno y acorde al llamado de su conciencia, expidió cientos y cientos de salvoconductos –se dice que casi dos mil- incluso ya en el tren que lo llevaría a su Tierra donde sería vejado y humillado por su Gobierno.

Gracias a su desinteresada y oportuna intervención. miles y miles de judíos se libraron de caer en manos asesinas. Lily en sus memorias constata con detalle, tras recabar información con parientes de México e Israel, la historia de muerte y sobrevivencia de parte de su familia.

Lily relata asimismo el periplo , comandado por su madre, de Alytus a la ciudad de México a través de Siberia, China y Japón donde se detienen por cuestiones de salud de Lily. De ahí, cruzan el Pacífico por mar con sobrevivientes judíos que intentaban como ellos escapar, sin embargo, con un destino contrario. Las fronteras de los Estados Unidos les fueron inoportunamente cerradas. ¿Qué fue de ellos? Quizá retornaron a Europa donde encontraron la muerte.

La historia de Lily se resume diferente: don Miguel Morgenstern, su padre y ángel guardián hizo hasta lo indecible por traer con bien a su familia y a la familia de su cuñada. Llegaron sanos y salvos para continuar sus vidas en suelo mexicano.

La familia Morgenstern arriba a Chihuahua donde levantan cabeza gracias al empeño y tesón de don Miguel.

Lily está en espera de ver editadas sus memorias, un regalo para sus padres, sus familiares desaparecidos, sus hijos y nietos y para la Historia con mayúsculas.

BIBLIOGRAFÍA

Chmelnik, Enrique, ¡Basta ya de hablar de Holocausto!, periódico Historia de Lily. México, 2013.
Késher, p. 7, 15 de octubre del 2 006.
Katz. Peter. Lej, lejá…. Destino de una familia judía. México, 1997.
Kelerstein . Z. Isaac. Cuando el sol se avergonzaba. México, 1994.
Piekarewicz. Salomón. Memorias. México. Matiz editores. 1997.

Rubinstein, Becky. “La infamia en el pecho”, El Universal. Sección
Cultura. Miércoles 8 de enero de 1997.

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