GIULIO MEOTTI
En una generación, Europa será irreconocible.
Europa del Este tiene ahora “la mayor pérdida de población de la historia moderna”, mientras que Alemania superó a Japón al tener la tasa media de nacimientos más baja del mundo en los últimos cinco años.
Europa, que está envejeciendo, ya no renueva sus generaciones, y en su lugar da la bienvenida a números masivos de migrantes procedentes de Oriente Medio, África y Asia, que van a reemplazar a los europeos nativos y que traen culturas con valores radicalmente diferentes sobre el sexo, la ciencia, el poder político, la cultura, la economía y la relación entre Dios y el hombre.
Que el número de muertes supere al de nacimientos podría parecer ciencia-ficción, pero se trata de la realidad actual de Europa. Simplemente ha ocurrido. Durante 2015, nacieron 5.100.000 niños en la UE, mientras que murieron 5.200.000, lo que significa que la UE ha registrado, por primera vez en su historia moderna, un cambio natural de la población negativo. Las cifras provienen de Eurostat (la oficina de estadística de la Unión Europea), que viene contando la población europea desde 1961. Es oficial.
Hay, sin embargo, otra cifra sorprendente: la población europea aumentó globalmente desde los 508,300 millones hasta los 510,100. ¿Se figuran por qué? La población inmigrante creció en torno a los dos millones en un año, mientras que la población nativa europea ha ido en descenso. Es la sustitución de la población. Europa ha perdido la voluntad de mantener o aumentar su población. Esta situación es demográficamente tan trascendental como la de la gran peste del siglo XIV.
Este cambio lo explica el demógrafo británico David Coleman en su estudio Immigration and Ethnic Change in Low-Fertility Countries: A Third Demographic Transition (Inmigración y cambio étnico en países de baja fertilidad: una tercera transición demográfica). La suicida tasa de nacimientos, unida a la rápida multiplicación de los migrantes, transformará la cultura europea. Este descenso de la tasa de fertilidad de los nativos europeos coincide, en efecto, con la institucionalización del islam en Europa y la “reislamización” de sus musulmanes.
En 2015, Portugal registró la segunda tasa de nacimientos más baja de la Unión Europea (8,3 por cada 1.000 habitantes), y un crecimiento natural negativo de -2,2 por cada 1.000 habitantes. ¿Qué país tenía la tasa de nacimientos más baja? Italia. Desde el “baby boom” de los años sesenta, en el país famoso por sus grandes familias, la tasa de nacimientos se ha reducido a menos de la mitad. En 2015, la cifra de nacimientos cayó hasta los 485.000, menos que en cualquier otro año desde la fundación de la Italia moderna en 1861.
Europa del Este tiene ahora “la mayor pérdida de población de la historia moderna”, mientras que Alemania superó a Japón al tener la tasa media de nacimientos más baja del mundo en los últimos cinco años. En Alemania e Italia los descensos fueron particularmente acusados: -2,3 % y -2,7 %, respectivamente.
Algunas empresas ya no están interesadas siquiera en los mercados europeos. Kimberly-Clark, que fabrica los pañales Huggies, se ha retirado de la mayor parte de Europa. Simplemente, el mercado ya no es rentable. Entretanto, Procter & Gamble, que fabrica pañales Pampers, ha invertido en el negocio del futuro: pañales para personas mayores.
Europa está encaneciendo; se siente la tristeza de un mundo que agota. En 2008, los países de la Unión Europa vieron el nacimiento de 5.469.000 niños. Cinco años más tarde, fueron casi medio millón menos, 5.075.000, lo que supone un descenso del 7 %. Las tasas de fertilidad no sólo han descendido en los países con economías resentidas, como Grecia, sino también en países como Noruega, que logró sortear la crisis económica.
Como dijo hace poco lord Sacks, “el descenso de la tasa de nacimientos podría conjurar el fin de Occidente”. Como Europa está envejeciendo, ya no renueva sus generaciones, y en su lugar acoge a cantidades masivas de migrantes de Oriente Medio, África y Asia, que están reemplazando a los nativos europeos, y que traen consigo culturas cuyos valores son radicalmente distintos sobre el sexo, la ciencia, el poder político, la cultura, la economía y la relación entre Dios y el hombre.
Los progresistas y laicistas tienden a soslayar la importancia de los asuntos demográficos y culturales. Por eso, las advertencias más importantes han provenido de algunos líderes cristianos. El primero que denunció esta pronunciada tendencia fue un gran misionero italiano, el padre Piero Gheddo, que explicó que, a causa del descenso de la tasa de nacimientos y la apatía religiosa, “El islam podría tarde o temprano conquistar la mayoría de Europa”. Le siguieron otros, como el cardenal libanés Bechara Rai, que dirige a los católicos orientales alineados con El Vaticano. Rai advirtió de que “el islam conquistará Europa mediante la fe y la tasa de nacimientos”. Parecidas advertencias hizo otro cardenal, Raymond Leo Burke.
En una generación, Europa será irreconocible. Los europeos parecen sentir en su mayoría que la identidad de su civilización se encuentra amenazada, fundamentalmente por un libertarismo frívolo, una ideología disfrazada de libertad, que quiere destruir todos los lazos que vinculan al hombre con su familia, su linaje, su trabajo, su historia, su religión, su lengua, su país y su libertad. Parece provenir de una inercia a la que no le importa si Europa prevalece o sucumbe; si nuestra civilización desaparece subsumida en el caos étnico o sustituida por una nueva religión del desierto.
Como explica un artículo en la Washington Quaterly, la conjunción fatal del descenso de la natalidad europea y el auge del islam ya ha tenido importantes consecuencias: Europa se ha convertido en una incubadora de terrorismo; ha dado lugar a un tóxico antisemitismo; ha visto un giro político hacia la extrema derecha; ha sufrido la mayor crisis de autoridad europea y un reenfoque de la política exterior tras la retirada europea de Oriente Medio.
No sólo se está experimentando un suicidio demográfico: parece ser lo que se busca. La burguesía xenófila, que hoy controla la política y los medios, parece imbuida de un racismo esnob y masoquista. Le ha dado la espalada a los valores de su propia cultura judeocristiana y los ha mezclado con una visión alucinada y romantizada de los valores de otras culturas. La triste paradoja es que los europeos están importando grandes cifras de jóvenes de Oriente Medio para compensar las consecuencias del estilo de vida que han elegido.
Un continente agnóstico y estéril, privado de sus dioses y niños porque los ha proscrito, ya no tendrá la fuerza para luchar contra –o asimilar – una civilización de jóvenes y devotos. No haber hecho nada para contrarrestar esa transformación parece haber favorecido al islam. ¿Es eso lo que estamos viendo en estos últimos días de verano?
Fuente:es.gatestoneinstitute.org
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