BRET STEPHENS
Un plan de partición no resolverá todo. Pero el ejemplo de los Balcanes muestra que puede funcionar.
Los esfuerzos de Barack Obama por alcanzar un acuerdo de alto el fuego sirio con Vladimir Putin nuevamente no llegaron a ninguna parte el lunes, con el presidente citando “brechas de confianza” con su homólogo ruso. ¿Entonces qué otra cosa va a hacer una administración sin ideas excepto regresar de inmediato a las mismas negociaciones fallidas de cese del fuego—sólo que esta vez con más alharaca?
A la fecha ha habido 17 importantes iniciativas de paz para Siria en poco más de cinco años. Estas incluyen el plan Annan del 2012; el plan Brahimi ese mismo año; Ginebras I, II, y III; el “Proceso de Viena”; la “Iniciativa de Cuatro Comités.” Cada nombre huele a fracaso. El resultado es cerca de cinco millones de refugiados, unos ocho millones de personas desplazadas internamente y 400,000 muertos.
¿Por qué Obama piensa que un nuevo acuerdo de cese del fuego tendrá éxito donde han fracasado todos los anteriores? Mi suposición es que él no lo piensa, pero entonces nuevamente una política de gestos diplomáticos es lo que te queda cuando renuncias a una política de influencia militar. El gesto hacia un alto el fuego humanitario para la sitiada ciudad de Alepo es meramente de una sola pieza con las otras declaraciones vacías del presidente, como su demanda del 2011 para que se fuera Bashar Assad y su línea roja sobre armas químicas del 2012.
Obama dejará el cargo en 136 días, y la nueva administración necesitará su propia política para Siria. El primer paso y el más esencial: Renuncia al “principio fundamental,” establecido el año pasado por el Secretario de Estado John Kerry y el Ministro del Exterior de Rusia, Sergei Lavrov, que “Siria debe ser un país unificado.”
La guerra en Siria es un asunto complejo, que involucra significativamente a cuatro estados extranjeros—Rusia, Irán, Turquía y Estados Unidos—y a al menos cinco importantes milicias no estatales, junto con el propio régimen de Assad. Pero en su raíz la guerra es una lucha de poder de suma cero. O Assad gana absolutamente, o lo hacen sus oponentes. Ningún gobierno puede aceptar más una soberanía comprometida. Si Siria va a seguir siendo un país unificado en principio, sus facciones rivales lucharán por tanto tiempo como sean capaces para hacerlo unificado en los hechos.
Lo opuesto a la victoria absoluta en Siria es la aniquilación absoluta, lo cual es el motivo por el que fue torpe de parte de la administración Obama predecir que el régimen de Assad, abanderado de una minoría alauita de cuatro millones de integrantes, iba a desmoronarse en la forma en que lo hizo el régimen de Gadhafi en Libia. La brutalidad de las fuerzas de Assad es meramente el reflejo de lo que temen les hagan a ellas. Cuanto más brutales son, más brutales deben volverse.
¿Cómo ir más allá de la lógica de ganar o morir? La mejor opción es dividir el país. La idea no es nueva, y los críticos señalan que los planes de partición han sido conocidos por fracasar, que trazar fronteras es desastroso, que nuevas fronteras no necesariamente resolverán (y podrían agravar) las rivalidades intestinas, y que los actores foráneos—Turquía sobre todo—tendrían los fundamentos y los medios para oponerse.
Todo esto es cierto, pero tiene que sopesarse contra la alternativa probable, que es alguna variación de las campañas diplomáticas que están teniendo lugar ahora. ¿Los defensores del curso actual admitirán que han fracasado cuando la tasa de mortalidad aumente a 500,000? ¿O tendrá que recorrer todo el camino hasta un millón?
El sentido de la partición no es resolver todos los problemas de Siria. Es reducirlos a dimensiones más manejables. Un futuro estado alauita junto a la costa del Mediterráneo de Siria podría asegurar la supervivencia política de la dinastía Assad. Pero podría ser una patria étnica segura, libre de los enredos brutales del resto de Siria, especialmente si tiene garantías de seguridad de Rusia. Una zona kurda, unida al Kurdistán Iraquí, sería vista como una amenaza por los turcos. Pero podría ser un refugio seguro para los civiles si es defendida por la fuerza aérea de Estados Unidos.
En cuanto al resto de Siria, la pacificación requeriría una intervención limitada pero decisiva de la OTAN para erradicar al ISIS de sus fortalezas, equipar y ayudar al Ejército Libre Sirio para que pueda levantar el sitio de Alepo y marchar sobre Damasco, e imponer que Arabia Saudita, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos desplieguen una fuerza estabilizadora árabe a largo plazo. La perspectiva que suceda algo de esto está correlacionada directamente con la percepción de la seriedad estadounidense—una percepción que sólo se materializará una vez que Obama abandone el cargo.
Es cierto que para cada uno de estos puntos hay reservas y dudas. ¿Pueden los turcos aceptar un estado kurdo extendido? Ellos ya lo hacen con el Kurdistán Iraquí, y Estados Unidos podría apaciguar a Ankara insistiendo en que los kurdos sirios corten vínculos con las guerrillas kurdas del PKK en Turquía. ¿Los patrones del régimen de Assad aceptarían un estado alauita minoritario? Ellos podrían, si la alternativa es la derrota absoluta.
¿El ISIS será fácil de derrotar, y el resto de Siria fácil de pacificar? No, pero el ISIS y sus primos terroristas tendrán que ser destruidos tarde o temprano.
En la década de 1990 el mundo se enfrentó a una espiral de horrores similar en los Balcanes. Estados Unidos intervino tardíamente con fuerza militar y satélites locales para lograr resultados políticos decisivos. Lo que fue una vez Yugoslavia hoy es siete países separados. El logro de política exterior del gobierno de Clinton podría todavía ser el modelo para su sucesor.
Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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