PILAR RAHOLA
Como ocurrió con Stalin, o Mao, o con los Castro, tanto el Gobierno de Chávez, como el de Maduro, han gozado de la tradicional impunidad que les otorga su pátina progresista, sabedores de que la izquierda del mundo condena sin paliativos a los fascistas de derechas, pero tiene dificultades en condenar a los fascistas de izquierdas.
Cicerón, cuyos dos mil años de vigencia lo convierten en el más moderno de los analistas, escribió que la verdad se corrompe con la mentira, tanto como lo hace con el silencio. Precisamente por ello, lo más importante que ocurre en Venezuela es el grito de la calle. A pesar de los esfuerzos del régimen por imponer su mentira con la mordaza de la represión, en un camuflado golpe a la democracia, la abigarrada, pero valiente oposición ha conseguido quebrar la opacidad y vencer al miedo. Algunos de los presos políticos más emblemáticos del mundo se pudren en sus cárceles, y en el asfalto de sus calles hay sangre de manifestantes muertos, pero el paso adelante, forjado en años de lucha, parece definitivo.
La Venezuela bolivariana es una gran mentira, una gran cárcel, una pérfida bufonada que se ha mantenido gracias a las tres patas de toda autarquía: la represión masiva, la sustitución de la información por la propaganda y la corrupción sistémica. Con una cuarta, añadida: la complicidad de regímenes, intelectuales y periodistas de otros lares, pero igual desvergüenza. Como ocurrió con Stalin, o Mao, o con los Castro, tanto el Gobierno de Chávez, como el de Maduro, han gozado de la tradicional impunidad que les otorga su pátina progresista, sabedores de que la izquierda del mundo condena sin paliativos a los fascistas de derechas, pero tiene dificultades en condenar a los fascistas de izquierdas.
Por suerte algunos de los gobiernos más cómplices del bolivarismo, como los K de Argentina, han sucumbido a sus propias miserias, y hoy Maduro está más solo y más desnudo.
Es cierto que le queda munición demagógica para vender como triunfo socialista, lo que es una dilapidación de los recursos de Venezuela, hasta el punto de que un país que podría ser rico tiene la peor inflación del mundo, mientras un 60% de su gente vive en la pobreza. Y el motivo no está en la caída del petróleo, sino en una gestión pública corrupta, irracional y caótica, que ha destruido su economía.
Por el camino ha tenido tiempo de aliarse con teocracias delirantes como la de Irán, cuya pista de aterrizaje, ha permitido la creación de una tupida red de Hezbollah en toda Sudamérica. Y todos los caminos de dicha organización terrorista, con paradero estable en la triple frontera, pasan por amigos iraníes del régimen de Maduro.
Corrupción, represión, irresponsabilidad, amistades peligrosas y un desprecio profundo por las libertades de su pueblo, esa es la herencia de un Gobierno que tiene la desvergüenza de usar un nombre tan grande como el de Bolívar para vender su miserable demagogia. Lo bueno es que el reloj ya está en retroceso y que la lucha por recuperar la dignidad y la libertad de Venezuela parece imparable. A pesar de ello, este ganso aún emitirá graznidos funestos. Ningún bufón con mando y botas se va en silencio, y menos cuando lleva camisa roja.
Fuente:lavanguardia.com
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