EDUARDO SCHNADOWER PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO
Si bien recuerdan, mi relato anterior concluyó con la vistita en Shabat a casa de unos judíos ortodoxos que disfrutan de la música de calidad (o sea, Heavy Metal). Y también mencioné que cuando uno está a punto de irse, para no sentir tristeza se crea la falsa impresión de ser “expulsado” de la ciudad. Bueno, pues cuando uno se va, parece que uno es “atraído” de regreso, pero no de forma voluntaria, sino como si fuera una fuerza externa parecida a la de un imán. En este relato explicaré por qué.
Aunque a comienzos de agosto nos mudamos oficialmente a Pittsburgh, desde hacía tiempo teníamos ya planeado un viaje a México a los pocos días de nuestra llegada para coincidir en tiempos con la visita a México de mi cuñado que vive en Venezuela.
Ya en México, teníamos una misión que completar. Pero para explicarla me voy a regresar un poco en el tiempo. En julio, cuando estábamos viendo departamentos en Pittsburgh, recibimos la notificación de nuestro agente de bienes raíces que ya teníamos inquilino para nuestro departamento de México, y quería ocuparlo a los cinco días de que nosotros regresáramos.
Dado que el departamento se rentó amueblado, pensamos: “seguramente no es mucho lo que nos tenemos que llevar”, y compramos diez cajas de archivo para meter nuestras cosas. Nunca se imaginarán lo precisos que fueron nuestros cálculos: llenamos esas diez cajas, más dieciocho bolsas de basura, más otras cajas que teníamos por ahí, y algunas cosas adicionales que no cabían ni en cajas ni en bolsas. Es decir, nuestros cálculos fueron tan precisos que estábamos totalmente fuera de la realidad. Y lo peor de todo es que en nuestros cuatro años de casados menos de la cuarta parte de toda esa porquería había tenido algún uso.
Y por supuesto, como se podrán imaginar, elegimos con mucho cuidado y meditación el sitio donde dejaríamos todas esas cosas. Tenía que ser un lugar amplio, de bajo costo y fácil de acceder. Así fue como el cuarto donde yo solía dormir en casa de mi mamá se convirtió en lo que podría parecer una escena de un episodio de “acumuladores”.
Y nuestra misión en México, en este último viaje, consistió en terminar de ordenar ese cuarto y desocupar lo que se pudiera. La cual por supuesto, a pesar de que de verdad lo intentamos, no logramos terminar del todo.
Nuestra “última” estancia en México básicamente fue dedicada a estar con la familia, despedirse de los seres queridos y poner las cosas en orden.
Regresamos a Pittsburgh haciendo escala en Chicago, y aunque temíamos que por lo corto de la escala no lográramos hacer la conexión, aparentemente (después sabrán el porqué del uso de este adverbio) todo se logró sin mayor eventualidad.
Llegamos a Pittsburgh y en el reclamo de equipaje recogimos con éxito tres de nuestras cuatro maletas documentadas. Seguramente ustedes saben que el invierno en Pittsburgh es muy frío. Y que requiere ropa especial. Afortunadamente, tengo mucha de esa ropa especial. Los más sagaces seguramente ya habrán deducido a dónde voy a llegar con esto. Para los demás: toda esa ropa especial se quedó nada más y nada menos que en la maleta faltante que UNITED AIRLINES (lo pongo en mayúsculas para que lo recuerden bien) cuidó tan extremadamente bien. Y qué mejor para una persona ahorradora que odia el “shopping” que enterarse que pronto tendrá que hacerlo para poder sobrevivir al inverno, ¿verdad? ¡Yupi!
Gracias a que en Pennsylvania las leyes exigen que los bebés vayan en asientos especiales, no existen taxis ni Ubers con dichos asientos, y a que muy previsoramente no nos llevamos el que tenemos aquí en nuestro departamento en Pittsburgh, tuvimos que rentar un automóvil con dicho asiento incluido para poder ir del aeropuerto a nuestra casa.
En el garaje donde estábamos recogiendo nuestro automóvil, ya después de hacer todos los trámites, noté que no tenía conmigo mi cartera. Al hacer una revisión de los alrededores y ver que no estaba ahí, asumí: “Si no está en los alrededores, tiene que estar en alguna de las mochilas o maletas que están aquí en la camioneta, seguramente al desempacar la encontraré”.
Para estos momentos la mayoría de ustedes ya debe estar consciente de mi gran récord de aciertos en este tipo de situaciones. Decidí entonces tener mucha paciencia y no apresurarme a cancelar todas las tarjetas hasta no dar una buena oportunidad a que mi cartera apareciera.
Al día siguiente fuimos al aeropuerto a preguntar en objetos perdidos y en la oficina de la renta de automóviles para ver si no habían tenido noticias. No hubo ninguna.
Mi gran y casi ilimitada paciencia y mi completa serenidad me duraron poco menos de veinticuatro horas, y esa misma noche ya estaba cancelando todas mis tarjetas. Un banco en particular, BANCOMER (de nuevo en mayúsculas para que lo recuerden bien antes de considerar tratar con ellos), fue el único que no me ofreció alternativas para recuperar mi tarjeta en EUA. A la fuerza tengo que regresar a México e ir EN PERSONA a la sucursal para obtener la reposición de una tarjeta que, desafortunadamente, me es sumamente importante. Ahora entienden a qué me refiero con el “imán”.
El señor Murphy no pudo esperar para hacer de las suyas. Al día siguiente de haber cancelado mis tarjetas, muy temprano en la mañana, apareció en mi buzón de correo electrónico de la universidad un mensaje de parte de la policía que decía: “Wallet found” (Cartera encontrada).
La gran mayoría de la gente puede llegar a pasar años en un país extranjero sin jamás pisar una estación de policía, ya que, por lo general, a diferencia de otro tipo de sitios, no están diseñados para ser “trampas para turistas”, sino todo lo contrario. Y ciertamente sentarse viendo una vitrina llena de armas y drogas incautadas junto con algunos panfletos de temas relacionados mientras uno espera para ser atendido resulta en una espera mucho menos llevadera que cuando se leen esas revistas de Archie y Condorito de hace más de treinta años que inexplicablemente conservan algunos dentistas.
Me devolvieron mi cartera y algunos sobres etiquetados con la leyenda “evidence” (evidencia). Uno de los policías bromeó diciendo que se vieron muy exagerados al poner las cosas en esos sobres, dado que aquí no se había cometido ningún crimen. Al ir abriendo cada uno de estos sobres fui viendo algunas de las tarjetas que había extraviado. Mi cartera en sí estaba prácticamente vacía. La mayor parte de mis tarjetas no se recuperaron, el efectivo ni se diga. Las tarjetas que se recuperaron estaban rotas al grado de ser inutilizables. Sólo mi IFE, un “tfilat haderej” (bendición para el camino) y una tarjeta no bancaria estaban en buen estado. Entonces pasó por mi mente la imagen de mi cartera tirada en el garaje de la renta de autos siendo arrollada por decenas de coches y brincando de un lado a otro mientras se esparcían las tarjetas y el efectivo por todo el lugar antes de ser encontrada. Es una lástima que no se haya convertido en acordeón como las caricaturas nos hacían pensar de pequeños, al menos así hubiera podido hacer música con mis tarjetas arruinadas. Lo que sí es cierto es que al final no fue un error haber cancelado mis tarjetas.
En estos primeros días, aparte de mis infortunios, tuve la oportunidad también de conocer a mis compañeros de generación, que en total somos siete los alumnos de nuevo ingreso al doctorado en nuestro departamento (un chino, una china que creció en Singapur, dos indios, una coreana, un americano y yo), gracias a eventos de orientación que realizó la Universidad. También fui a una cena de Shabat organizada por un grupo llamado Jgrads en el cual se reúnen los estudiantes judíos de posgrado de Pittsburgh. Como último evento antes del inicio de clases fui invitado por la universidad, con mi esposa y mi hija, a un pequeño crucero por uno de los ríos que rodean Pittsburgh donde se puede apreciar una gran vista de la ciudad.
Me di cuenta en esta semana de que esto de hacer un doctorado estando casado y con una hija es menos común de lo que pensaba. La gran mayoría de mis compañeros, incluso los que ya están más avanzados en sus estudios, son más jóvenes que yo y están solteros. Solamente conozco hasta ahora uno que igual que yo tiene una hija. Creo que un poquito más que me esperara para hacer esto y ya me tildaban de dinosaurio.
Pero también me di cuenta de otra cosa: tener una beba de un año es un excelente rompehielos, en especial cuando uno es extranjero, alguien muy tímido, o como es mi caso, ambas. En todos los lugares a los que vamos Liora atrae las miradas y todos nos dicen: “what a cute baby! How old is she?” (¡Qué linda bebé!, ¿qué edad tiene?) y con eso se inicia la conversación. Debido a esto mi esposa dice que es “nuestra embajadora”. Tendrá un año apenas pero ya nos está siendo de gran ayuda.
Con esto termino la segunda parte de mi relato, espero que haya sido de su agrado y si así lo fue, estén atentos para la tercera entrega.
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