GABRIEL ALBIAC
Tras de un golpe de Estado, se abren sólo o la gloria o el presidio.
La “prueba de lo peor”, dice Séneca que es “la muchedumbre”. Estólida, la multitud avanza en Barcelona: 11, otra vez, de septiembre. Bajo la misma quincalla patriotera de cada año.
Son los emblemas del fervor. Intemporales. Como lo irracional, ese motor político que gira en el vacío cuando ya ninguna lógica contiene a pasiones y afectos: “somos una nación”, “Madrid nos roba”, o cualquier otra nadería rimbombante. Nadie va a detenerse a meditar qué significan las palabras. No significan; imponen. Con el dictado de un deseo ciego, que es la vía segura a lo peor. Sólo hay suicidio al final del irracionalismo político. Los estandartes, las inmensas banderas, los cánticos cuyo ridículo el fervor enmascara, dan de bruces sobre un abismo. Que su fulgor impide ver.
Estólida, la muchedumbre. Y repetida. La misma que Canetti vio anegar Berlín o Viena: Ein Volk, ein Reich, ein Führer!, pueblo, patria, jefe. Que el patriarca de ahora esté en las antesalas de la cárcel por robos familiares más allá de lo sensato, en nada modifica el fervor del patriota. Los padres de una patria naciente están legitimados para todos los crímenes: la ley no cuenta para los creadores de nación y Estado. Y las coreografías son las mismas siempre: Núremberg, 1934; Barcelona, 2016. E idénticos serán sus desenlaces. Cuando en una población lo irracional impera, el suicidio está al doblar la esquina.
Estólida, la muchedumbre avanza. Un súbito recuerdo me lleva a buscar en la biblioteca las Consideraciones políticas sobre los golpes de Estado de quien era, en 1639, el más grande de aquellos “libertinos políticos” que pusieron la libertad como clave de la política moderna: “Todo lo que la plebe piensa no es sino vanidad, todo lo que dice es falso y absurdo, todo lo que desaprueba es bueno, y malo lo que aprueba, infame lo que alaba, y todo cuanto hace y emprende no es más que locura”. Muchedumbres: metáfora complacida de la muerte, a la cual diera imagen Leni Riefenstahl en su Triunfo de la voluntad: Alemania, 1934.
Sin pasión, sin muchedumbre, en frío, ¿qué es una nación? No un mito milenario. Las naciones son un invento de 1789, que cristaliza a lo largo del siglo XIX. ¿Qué las define? El pacto de un sujeto constituyente. ¿Quién puede disolverlas? El sujeto que las constituyó. La nación española es lo que la Constitución de 1978 establece. Se funda sobre el voto mayoritario del sujeto entonces constituido. Y ese sujeto, la ciudadanía española, puede decidir destruirse. Por los procedimientos que la propia Constitución regula. O puede ser destruido por un ataque militar externo, o por una sedición interna. A esto último se llama “golpe de Estado”. Sale caro.
Cataluña –o cualquier lugar de España– puede llamar a abolir la Constitución vigente. Pero sólo la población española, en referéndum, puede aprobar eso. Si una parte del Estado –la Generalidad lo es– viola tal norma, consuma el golpe de Estado. Y, tras de un golpe de Estado, se abren sólo o la gloria o el presidio.
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