LUIS ALEMANY
Marcos Ricardo Barnatán explica la influencia de la cultura hebrea en el autor de ‘El Aleph’.
¿Quién no hubiera querido tener un abuelo sefardí de Tesalónica, con sus llaves de la casa de Toledo guardadas y su cancioncita en castellano antiguo? ¿Un viejo ladino en las fotos que le pusiera un poco de misterio a la familia? A Jorge Luis Borges le echaron en cara una vez que fuera judío y el escritor argentino respondió en un texto que ya le gustaría a él, que ya le había dedicado un montón de horas a encontrar al pariente hebreo (llegó a tener expectativas sobre su segundo apellido, Acevedo, que le sonaba a judeu portugués ) pero que no había encontrado a nadie en su familia que justificara ese reproche, ese orgullo. “Doscientos años [de genealogías] y no doy con el israelita, doscientos años y el antepasado me elude. Estadísticamente los hebreos eran de lo más reducido”.
La anécdota viene a cuento porque Marcos Ricardo Barnatán, escritor, editor, crítico, paisano, biógrafo y amigo de Borges, hablará el miércoles, en la Casa de América de Madrid, sobre la relación del autor con la religión y la cultura hebrea. La historia que va a contar promete.
“El origen está en los años de Borges en el Liceo Calvino de Ginebra, entre 1914 y 1918. Allí, él era un extranjero y, como tal, fue a juntarse con dos muchachos judíos, dos condiscípulos”, explica Barnatán. “Se llamaban Simon Jichlinski y Mauricio Abramowitz, eran polacos y mantuvieron una relación muy larga, hasta el final de sus vidas. Cada vez que Borges iba a Ginebra, visitaba a Jichlinski”. Con ellos, Borges supo de Rimbaud, del expresionismo alemán y, por primera vez, descubrió la cultura hebrea.
“Ginebra es el origen remoto del interés de Borges por el judaísmo“, explica Barnatán. Remoto, porque su verdadera fundación llegó un poco más tarde, en España, durante los años que el bonaerense pasó al abrigo de Rafael Cansinos Assens. El sevillano, recordemos, había tenido una educación cristiana y una madre devotísima, pero, en la edad adulta, indagó en el origen criptojudío de su familia paterna. En vez de esconder esa herencia, Cansinos la subrayó y la hizo pública, hasta el punto de convertirse. Borges, el discípulo que no pudo encontrar un abuelo sefardí, entró de su mano en el misterio de la literatura israelita.
Misterio, sí: la sensación es que, al divino Jorge Luis, lo que le interesaba del judaísmo era el componente mágico y no la tradición racionalista: los gólem y la cábala, más que los filósofos y los científicos. ¿Es así? “Le interesaban las dos cosas”, responde Barnatán. “Está el poema de El Golem y está El Aleph, que también tiene un origen judío. Pero también está el interés por Baruch Spinoza”. Eso, y Kafka, claro, a quien tradujo al español.
Ya en la segunda mitad de su vida, Borges saludó el nacimiento del estado de Israel. Le dedicó unos versos después de la Guerra de los Seis Días, viajó hasta Tierra Santa y tuvo relación con Gershom Scholem, el gran sabio cabalístico de su época. No todo el mundo entendió aquella simpatía instintiva. “El antisemitismo en Argentina existió siempre. En los años 40, correspondía a la derecha y a los militares que estaban a favor del Eje. Después, la comunidad judía floreció hasta ser la segunda más grande de América. Pero los dos grandes actos de antisemitismo del continente se dieron en Buenos Aires. De todas formas, sé que hay lugares peores que Argentina para ser judío”.
Fuente:elmundo.es
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