Yazidíes

Los seis hermanos varones fueron ejecutados sobre la marcha; las tres hermanas, vendidas como esclavas sexuales.

GABRIEL ALBIAC

Mi gran temor, dice ella, “es que, una vez vencido el Estado Islámico, los terroristas del EI se afeiten sus barbas y se diluyan en la muchedumbre como si nada hubiera pasado”. Ella es, desde el viernes, embajadora de la ONU “para la dignidad de las víctimas del tráfico humano”. Y Nadia Murad Basee Taha sabe muy bien de lo que está hablando: de su propia historia. Que es la historia de las mujeres que profesan la religión más perseguida del planeta: el yazidismo. Culto antiquísimo, en el cual el Islam ha cifrado, desde siempre, la última fortaleza del mal. Los yazidíes son para los yihadistas, sin más, aniquilables.

Acantonados en territorio kurdo, los yazidíes libran su última batalla por la supervivencia. El ISIS los considera una población maldita, hija del diablo. Allá en donde el EI ha sido implantado, los varones yazidíes son directamente pasados por las armas. Las mujeres, conforme a la norma dictada por el “Departamento de prisioneros” del Califato, son mercancía expropiada al enemigo. Y pertenecen a sus captores. Reducidas a la condición de esclavas, su venta en mercado público ha sido una nada despreciable fuente de ingresos para el EI (https://tbinternet.ohchr.org/Treaties/CAT/Shared%20Documents/IRQ/INT_CAT_CSS_IRQ_21021_E.pdf ). Sigue siéndolo. La incapacidad de Barak Obama para dar orden de que el ejército estadounidense acabe en tierra con lo que no puede ser destruido mediante pulcra cirugía aérea, unida a la criminal indiferencia europea ante el horrible genocidio que se está perpetrando entre Irak y Siria, hacen que la prosperidad de ese comercio no parezca, de momento, amenazada.

Nadia Murad Basee Taha tenía veintiún años cuando, el 3 de agosto de 2014, el ISIS arrasó Kocho, la aldea iraquí en la cual vivía (https://www.nadia-murad.com ). Su familia siguió el procedimiento de rutina: los seis hermanos varones fueron ejecutados sobre la marcha; las tres hermanas, vendidas como esclavas sexuales (la madre, demasiado vieja para hallar comprador, sería también ejecutada) en un mercado cuyos precios codifican las autoridades, entre los 35 y los 150 euros. Fue adquirida, usada y torturada. La rutina. Logró escapar. No muchas tuvieron esa suerte.

Rusia y los Estados Unidos dirimen, entre tanto, sobre el teatro de combate iraquí, sus litigios de vieja hegemonía. Y Europa acepta ir transformándose en el territorio de retaguardia desde el cual el ISIS pueda golpear eficazmente y sin coste militar apenas. Nada de esto tenía por qué haber sucedido. Cuando el actual presidente norteamericano llegó al poder, el territorio entre Irak y Siria era una franja bajo control de su ejército. Lo sacó de allí. Hoy, esa franja es el asiento del Califato. Y aquella retirada militar marcó el origen de este genocidio. El EI impuso la sharía. Con una brutalidad que tiene pocos precedentes. Contra cristianos y, aún más, contra yazidíes. Para estos últimos, ha sido un genocidio. Consumado. Cuya responsabilidad moral es también nuestra.

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