IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Ya sabemos que ciencia y Biblia, aparentemente, se contraponen respecto al tiempo que tardó el Universo en ser creado. La ciencia nos dice que el Universo tiene una antigüedad de entre 13 mil y 14 mil millones de años. La Biblia dice que la Creación apenas duró seis días. Si tomamos en cuenta que el Calendario Hebreo empezó a contarse –según la tradición– a partir de la creación de Adam, el primer ser humano, y que estamos por celebrar el inicio del año 5777, entonces el Universo tendría una edad de 5777 años más seis días.
Contradictorio, dice la mayoría. Error de la Biblia, agregan muchos.
Pero el Dr. Gerald Schroeder dice que no hay contradicción alguna. Y no es una persona que no sepa del tema: tiene dos doctorados (en Física Nucelar y Oceanografía) por el Instituto de Tecnología de Massachusetts, y es miembro de la Comisión de Energía Nuclear de los Estados Unidos de Norteamérica.
También es un judío ortodoxo y observante de la religión.
Schroeder ha propuesto una interesante explicación en la que asume que la edad del universo que nosotros hemos detectado con nuestros recursos científicos –casi 14 mil millones de años– y los seis días de la Creación mencionados por Génesis son, en realidad, la misma cifra. Tan sólo tenemos que entender que el tiempo no es un valor absoluto (un hecho científicamente demostrado), y que todo es cuestión de entender cómo se ven las cosas desde el inicio de la Creación, y cómo se ven desde nuestro planeta Tierra.
Schroeder basa sus ideas en la literatura rabínica antigua, compilada hace unos 1500 años, mucho tiempo antes de que se desarrollara la moderna ciencia y nos obligara a replantearnos nuestros conceptos sobre la edad del Universo.
Allí hay conceptos que llaman mucho la atención. Por ejemplo, los sabios judíos explicaron desde entonces que, en realidad, los seis días de la Creación no se podían contabilizar como “días humanos” de 24 horas de duración, sino que sus parámetros fueron completamente distintos. En el midrash del Levítico (Vayikrá Rabá 29:1) se dice explícitamente que Rosh Hashaná conmemora la creación de Adam, y que los seis días anteriores están separados de nuestro sistema de medición del tiempo. Por su parte, el Talmud nos dice que los 31 versículos del Génesis que hablan de esos seis días de la creación son una parábola. Es decir, no son literales.
La basé de esa diferenciación de sistemas de medición del tiempo fue explicada por el gran cabalista medieval Najmánides. Citó Deuteronomio 32:7, que pone en boca de Moisés las siguientes palabras: “Consideren los días de antaño, entiendan los años de las generaciones”. Najmánides explicó que “los días de antaño” son los seis días de la Creación mencionados en el Génesis, y “los años de las generaciones” son la medición del tiempo que tenemos desde que el hombre existe.
Partiendo de esa clara noción de que los seis días de la Creación deben entenderse de un modo distinto, Schroeder continúa explicando que esta idea ya está perfectamente delineada en otros pasajes bíblicos y talmúdicos. Por ejemplo, en el Salmo 90:4 se nos dice que “para el Señor, mil años son como un día”. Y luego nos explica cómo los autores judíos posteriores fueron llegando más lejos en su reflexión.
Las razones eran obvias: había que explicar por qué Génesis usa la expresión “fue la tarde y la mañana” para señalar los días uno al tres, pero sólo hasta el cuarto fueron creados el Sol y la Luna. ¿Cómo pudo haber tres días –con mañana y tarde– antes de la creación del Sol?
Najmánides explicó que las palabras hebreas EREV y BOKER que se usan para las expresiones “vayehi erev” (“fue la tarde” o, más bien, “fue el atardecer”) y “vayehi boker” (“fue la mañana”) deben entenderse en su sentido primigenio, no como un período de nuestro día de 24 horas. Dicho sentido es el desorden y mezcla para EREV, y lo opuesto para BOKER, partiendo de que con la pérdida de la luz del Sol, el ojo ya no puede percibir las cosas correctamente.
Entonces, de lo que realmente nos hablan esos versículos del Génesis no es de que hubieran tres atardeceres y tres amaneceres sin Sol, sino de un proceso que siempre fue del caos hacia el orden, tal y como la ciencia ha demostrado que sucedió durante la evolución del Universo.
Pero hubo otro detalle que explicó Najmánides y que es todavía más sorprendente, y tiene que ver con el uso de los numerales de los seis días de la Creación.
En el texto del Génesis sucede algo curioso: cuando se habla del primer día, se le llama “día uno”; pero al siguiente no se le llama “día dos”, sino “día segundo”; y así sucesivamente. ¿Por qué los numerales (segundo, tercero, cuarto, etc.) sólo se empezaron a usar a partir del día dos, y el primero fue mencionado por número (“día uno”), no por numeral?
Najmánides contesta: porque al inicio no existía el tiempo. El tiempo fue creado junto con todo lo demás.
Esto también ha sido demostrado por la ciencia: el tiempo existe porque existe el espacio (y viceversa). Ambos están intrínsecamente vinculados. Por lo tanto, sólo en el momento en que comenzó la existencia del espacio, comenzó también la existencia del tiempo.
Sucede otra cosa interesante con el tiempo: lo percibimos de una manera muy diferente dependiendo de dónde estemos situados. Comencemos con un ejemplo sencillo: como dice la moderna sabiduría popular, pedirle un deseo a una estrella del firmamento es inútil, porque cabe la posibilidad de que esa estrella ya no exista. Simplemente, su luz ha tardado tanto en llegar a nuestro campo visual que, literalmente, estamos viendo algo que existió hace millones de años. Estamos viendo el pasado.
Pero también pasa al revés: supongamos que en 6 mil millones de años, nuestro Sol ya no exista. Sin embargo, en algún lugar del espacio que esté a 8 mil millones de años luz, podrán ver la luz de nuestro Sol de ESTE DÍA, aunque nuestro Sol ya no exista. Es decir: ellos van a estar viendo ESTE DÍA NUESTRO. Así como nosotros vemos un pasado que ya no existe, algún día nos verá un futuro que todavía está muy lejos en el tiempo.
La ciencia ha demostrado que la velocidad y la gravedad son factores que afectan al tiempo. Si nosotros nos moviésemos a la velocidad de la luz, o estuviésemos en un lugar con una densidad gravitacional distinta, el tiempo transcurriría bajo otros parámetros.
Eso ya se demostró con experimentos con relojes de altísima precisión, donde uno se queda en tierra y el otro se mantiene viajando y orbitando el planeta. Las diferencias son mínimas, de microsegundos (porque no se puede hacer un viaje remotamente cercano a la velocidad de la luz), pero bastan para demostrar que en movimiento el tiempo pasa más lento.
Schroeder sigue citando a Najmánides: otra de sus explicaciones sorprendentes es que la creación en su inicio fue, básicamente, espiritual. Es decir: D-os creó la esencia espiritual de las cosas que hoy podemos ver. Pero en cuestión de materia, dice Najmánides que D-os sólo creó algo tan pequeño como una semilla de mostaza. Que allí estuvo contenido todo lo que existe, y que si ahora existe como el Universo entero, fue porque D-os hizo que este diminuto grano de mostaza “estallara”.
Es otro dato corroborado por la ciencia: justo antes del comienzo del espacio y del tiempo, toda la materia del Universo estaba concentrada en un solo lugar, que los científicos imaginan del tamaño de la cabeza de un alfiler. Esto repentinamente explotó. Es a lo que se le llama el Big Bang, y desde ese momento, el Universo comenzó su proceso de expansión.
Lo interesante es esto: esa expansión afecta al tiempo.
Schroeder nos dice algo sumamente importante: cuando un científico te dice que el Universo tiene casi 14 mil años de antigüedad, te lo está diciendo desde la perspectiva del tiempo que tenemos aquí en la tierra. Si estuviésemos en otro lugar del Universo, la perspectiva del tiempo sería otra. Por lo tanto, la cifra no sería 14 mil millones de años, sino otra.
Probablemente… seis días.
Hay una forma muy simple de demostrar cómo se altera la percepción del tiempo en un universo en expansión.
La expansión de la que estamos hablando es como inflar un globo. Es decir, desde un punto concreto, la materia se expande hacia todas las direcciones. ¿Qué pasa cuando inflamos un globo? Nuestros primeros dos o tres soplidos hacen que el globo crezca “mucho”, pero nuestros siguientes soplidos parecieran inflar cada vez menos al globo. Digamos que si el primer soplido lo hizo crecer cuatro centímetros en su diámetro, los soplidos diez u once parecieran hacerlo crecer casi nada.
Sin embargo, está creciendo EXACTAMENTE LO MISMO QUE AL PRINCIPIO. Lo que sucede es que el globo cada vez es más grande, y por ello el crecimiento se reparte en una mayor superficie.
Veámoslo así: antes de mi primero soplido, el globo está vacío. Tiene cero aire. Digamos que en cada soplido yo introduzco diez centímetros cúbicos de aire (cm3). Ahora el globo tiene justo esa cantidad. Con el segundo soplido, el globo llega a 20 cm3 de aire. Es decir: creció un 100%. Con el tercer soplido, llega a 30 cm3 de aire. Pero eso no signfica que haya crecido otro 100%. En términos de porcentaje, sólo creció un 50%, aunque le introduje la misma cantidad de aire. Sólo que 10 es el 100% de 10, pero sólo es el 50% de 20. Cuando haga el siguiente soplido, entrarán otros 10 cm3 de aire, pero ahora sólo serán el 25% de incremento en el tamaño del globo. Los siguientes 10 cm3 de aire sólo serán el 12.5% del tamaño del globo.
Por eso el globo parece crecer menos con cada soplido: está creciendo lo mismo en cuanto a cantidad (10 cm3 cada vez), pero menos en cuanto a porcentaje (100%, 50%, 25%, etc.).
Ahora imaginemos el punto exacto al centro del globo. Si con nuestro primer soplido el plástico del globo se alejó a cuatro centímetros de ese punto central, con el segundo soplido sólo se alejó 2 centímetros más. Con el tercero, un centímetro más. Con el cuarto, sólo medio centímetro. Por eso parece que el globo cada vez se infla menos.
Vamos más lejos con nuestra imaginación: supongamos que el globo es enorme, y el primer soplido alejó al plástico del globo a 40 metros de distancia del centro; ahora imaginemos que nosotros estamos justamente allí, en el centro. Con el primer soplido vimos como el globo se alejó a 40 metros de nosotros; con el segundo soplido, el globo se alejó 20 metros más; con el tercero, otros 10; con el cuarto, otros 5; con el quinto, dos metros y medio más; y con el sexto, 1.25 metros más.
Imaginemos también que cada soplido se hizo cada cuatro segundos; y ahora imaginemos también que justo cada cuatro segundos, al mismo tiempo que los soplidos, yo suelto una gota de agua desde el centro del globo, y que esa gota cae diez metros cada segundo. Eso significa que cuando venga el primer soplido y el globo se aleje 40 metros, la gota tardará 4 segundos en llegar al límite del globo. Cuatro segundos después, yo soltaré una nueva gota y un nuevo soplido hará crecer más al globo. Pero el plástico del globo no va a alejarse de mí otros 40 metros, sino sólo 20. Por lo tanto, aunque la primera gota tardó 4 segundos en llegar al límite del globo, la segunda no va a tardar 8 segundos en hacerlo, sino sólo 6, porque la distancia desde el centro del globo hasta el plástico sólo se incrementó de 40 a 60 metros (los primeros 40 metros más los siguientes 20 metros). Con el tercer soplido el límite del globo sólo se alejará diez metros más, por lo que la tercera gota sólo tardará 7 segundos en llegar a ese límite.
Lo interesante es esto: la gota sale desde el centro del globo cada cuatro segundos, pero no llega al límite del globo en múltiplos de cuatro segundos. La primera gota tarda cuatro segundos en llegar, la segunda tarda 6, la tercera 7, la cuarta 7.5, la quinta 7.75, y la sexta 7.825 segundos. ¿Por qué? Por la forma en la que se expande el globo.
A esto nos referimos cuando decimos que el tiempo es diferente según el lugar del Universo en el que estemos. Si estamos en el centro, la gota representa un lapso de tiempo-espacio que siempre dura 4 segundos, pero si estamos en el límite del globo que se está expandiendo, la gota representa un lapso de tiempo-espacio con una duración distinta.
¿Qué tiene que ver todo esto con Schroeder? Que este científico hizo algo muy interesante: dividir de este modo el tiempo que ha tardado el Universo en expandirse desde su creación (o, por decirlo en los términos de nuestro ejemplo, desde que se le dio el primer soplido).
En nuestro ejemplo, al momento del primer soplido el límite del globo se había alejado 40 metros desde el centro. Al momento del sexto soplido, se había alejado 78.75 metros. Es decir, casi al doble de lo que se logró con el primer soplido. Redondéemos los números para facilitar las cuentas: tomemos los 14 mil millones de años de edad que tiene el Universo desde nuestra perspectiva, e imaginemos que son el resultado de seis soplidos que lo inflaron como un globo. Entonces, el primer soplido infló alrededor de la mitad. Es decir, el primer soplido representá unos 7 mil millones de años; el segundo soplido, representa unos 3,500 millones de años; el tercer soplido, unos 1,750 millones de años; el cuatro soplido, unos 875 millones de años; el quinto soplido, unos 437.5 millones de años; y el sexto soplido unos 218.75 millones de años. Con eso tendríamos un total de unos 13,781.25 millones de años, una cifra muy aproximada a la edad del Universo calculada por los científicos.
Dicho al revés y redondeando números: la etapa del sexto soplido comenzó hace unos 300 millones de años; la del quinto soplido comenzó hace unos 700 millones de años; la del cuarto soplido comenzó hace unos 1,600 millones de años; la del tercer soplido, hace unos 3,500 millones de años; la del segundo soplido hace unos 7 mil millones de años; y la del primer soplido hace unos 14 mil millones de años.
Esto le llamó la atención a Schroeder, que retomó los conceptos esenciales de los seis días de la Creación (recuérdese: son una parábola, según dijeron nuestros sabios antiguos) y estableció una comparación entre la información bíblica y los datos que nos ha aportado la ciencia. Y lo que encontró fue esto:
Primer día de la Creación (entre 14 mil millones de años y 7 mil millones de años)
Según la Biblia: creación del Universo; la luz se separa de la oscuridad.
Según la ciencia: creación del Universo; literalmente, la luz aparece cuando los electrones se enlazan con los núcleos atómicos
Segundó día de la Creación (entre 7 mil millones de años y 3,500 millones de años)
Según la Biblia: se forma el firmamento (entiéndase: el cielo que vemos)
Según la ciencia: se forma la Vía Láctea
Tercer día de la Creación (entre 3,500 millones de años y 1,600 millones de años)
Según la Biblia: se separan los océanos de la tierra seca; aparece la vida vegetal
Según la ciencia: se enfría la Tierra y aparece el agua; surgen las primeras formas de vida: bacterias y algas que hacen fotosíntesis
Cuarto día de la Creación (entre 1,600 millones de años y 700 millones de años)
Según la Biblia: aparecen las lumbreras en los cielos
Según la ciencia: la atmósfera se hace transparente; la fotosíntesis generada en el planeta genera la aparición del oxígeno en cantidades importantes
Quinto día de la Creación (entre 700 millones de años y 300 millones de años)
Según la Biblia: aparecen los peces, los reptiles y las aves
Según la ciencia: aparece la vida multicelular en los mares
Sexto día de la Creación (desde hace 300 millones de años)
Según la Biblia: aparecen los animales terrestres (mamíferos) y el ser humano
Según la ciencia: una extinción masiva hace desparecer al 90% de las especies vivas y la tierra es repoblada; comienza la evolución de los homínidos
Por supuesto, hay algunas diferencias e imprecisiones. Pero téngase en cuenta algo: el texto bíblico fue escrito por gente de hace miles de años, cuyos paradigmas no les permitían remotamente comprender lo que la ciencia de hoy nos ha explicado. En realidad, si tomamos en cuenta sus limitaciones culturales e intelectuales, la similitud entre los conceptos del Génesis y lo que la ciencia ha demostrado es, simplemente, asombrosa.
Después de esta explicación Schroeder regresa a la pregunta clásica: ¿los seis días de la Creación que menciona el Génesis son días de 24 horas?
Y contesta: seguro que sí. Todo depende desde dónde los estés observando, si desde la ubicación de D-os o desde nuestra ubicación.
Regresando al ejemplo del globo que se infla y la gota que dejamos caer desde el centro, sería como preguntar cuánto tiempo pasa entre gota y gota. Desde la perspectiva del que está en el centro de todo –que sería la perspectiva de D-os en el caso de la Creación–, entre gota y gota hay cuatro segundos. Pero desde la perspectiva del límite del globo –nuestra perspectiva–, la última gota (el sexto día) tiene una duración, la anterior (la quinta gota) duró más o menos el doble, y así sucesivamente.
Por eso, desde este lado del Universo miramos hacia atrás y vemos unos 14 mil millones de años de Historia; pero desde el centro del Universo, desde donde D-os ha creado el tiempo y el espacio, apenas se contemplan seis días y un poco más.
Tal es la diferencia entre “los días de antaño” y “los años de las generaciones”, porque tal y como la Biblia y la tradición judía explicaron desde hace siglos y siglos, el tiempo también fue creado, y su duración es relativa.
La ciencia sólo vino a demostrar lo que los antiguos sabios de Israel ya habían comprendido.
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