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lunes 23 de diciembre de 2024

Shimon Peres: Una vida dedicada a la paz

SILVIA CHEREM S.

Tres veces antes programó Shimon Peres (Volozhin, Polonia, 1923) su visita a México para dar inicio formal a la Cátedra de la Universidad Anáhuac que lleva su nombre, y las tres veces, aderezadas las flores sobre los manteles largos, dispuestos los invitados, el ex Primer Ministro de Israel y también Premio Nobel de la Paz, se vio obligado a cancelar.

La primera vez, fue el 7 de noviembre del 2000. La Intifada Al Aqsa, con su asfixiante dosis de terrorismo suicida, había iniciado un mes antes como consecuencia del fracaso de las negociaciones en Camp David, y el Primer Ministro Ehud Barak, desesperado por no poder convencer a Yaser Arafat de su voluntad pacifista, recurrió finalmente a Peres, marginado entonces de la elite laborista, para que intentara meter en razón al líder palestino, poniendo un alto al terrorismo y volviendo a la mesa de negociaciones. Empeñado en alcanzar la paz, no obstante los reveses que le había zumbado el electorado israelí y su propio partido, Peres, artífice de los Acuerdos de Oslo y quizá el último gran líder con vida de aquella generación fundadora del Estado de Israel, no dudó nuevamente en atender el llamado.

La segunda vez, fue el 4 de junio del 2001. Para entonces ya había caído el gobierno de Barak, la violencia, el miedo y la desesperanza seguían rampantes, y había tomado posesión el halcón Ariel Sharon, electo por su inflexible vocación de fuerza contra el terrorismo palestino, y su determinación de respetar los asentamientos judíos en la Margen Occidental. Peres, dispuesto a todo para saldar su único pendiente de vida, la paz, aceptó el Ministerio del Exterior en el gobierno de Sharon. El primero de junio, tres días antes de que llegara a México en su calidad de ministro, un terrorista suicida, su cinto cargado de explosivos, aprovechó para autoinmolarse frente a un despreocupado conglomerado de jóvenes a la entrada de la Discoteque Dolphinarium en Tel Aviv, hiriendo irremediablemente a cientos y dejando sin vida a veintitrés adolescentes, la mayoría menores de dieciocho años. Por la ruindad implícita en ese acto, uno de los muchos que seguirían, y con el fin de negociar con los líderes palestinos e intentar neutralizar las acciones colectivas de venganza que pretendía implementar Ariel Sharon, Peres decidió nuevamente quedarse en su patria.

La tercera ocasión fue en noviembre del 2001, cuando Peres vendría a México después de participar en Nueva York en la Asamblea General de las Naciones Unidas. El Medio Oriente era para entonces un polvorín sin salida. El círculo vicioso de ataques terroristas suicidas, seguido por severas represalias, generó una escalada de violencia vertiginosa que deterioró la imagen de Israel ante los ojos del mundo, dando motivo a brotes antisemitas e inclusive, meses más tarde, a la manipulación de la información divulgada en los medios de comunicación, con la supuesta “masacre” indiscriminada de palestinos en el poblado de Jenin a manos de los israelíes, que las Naciones Unidas luego comprobó ampliamente desproporcionada. En esas circunstancias, fue la dirigencia de la propia Universidad Anáhuac quien aconsejó a Peres que no obstante su prestigio internacional, esperara un momento más propicio para reinaugurar la Cátedra.

Por ello, cuando Naomi Nagel, consejera de Peres en América Latina y Directora General de la Fundación Peres en México, concertó una cuarta entrevista conmigo para el 11 de enero del 2003, en plena época electoral israelí, creí sin lugar a dudas que ésta sería infructuosa, irremediablemente anulada de mi agenda. “Ya no hay excusas” – insistió. “A él no le interesa inmiscuirse en la contienda por los votos, vendrá.”

A Shimon Peres yo ya lo conocía. El 22 de marzo de 1999, había viajado a México con un triple propósito: participar por petición de su amigo Felipe González en la reunión de la Internacional Socialista que se llevaría a cabo en el Museo de Antropología e Historia, visitar a viejos amigos que a lo largo de su vida lo han apoyado, especialmente en el Centro Peres por la Paz con el que promueve iniciativas de colaboración entre israelíes y palestinos, y dar inicio a los preparativos para un Concierto por la Paz en el Palacio de Bellas Artes, con la participación del afamado pianista y director de orquesta Daniel Barenboim, que efectivamente se llevó a cabo en octubre de 1999.

Después de cientos de llamadas a Jerusalén en busca de contactos que pudieran abrirme puertas en esa primera ocasión, logré que la mía fuera la única entrevista de prensa, aunada a la que ya estaba programada para la televisión. “La agenda de dos días está colmada, sólo tendrás quince minutos”, me advirtieron. Con la ayuda de don Alejandro Saltiel, un querido amigo mexicano de Peres, esos quince minutos se convirtieron en treinta, porque él amablemente me regaló el tiempo que estaba destinado para él en la agenda. Resultaba una entrevista aún muy corta, apenas para calentar motores, si pensaba en el perfil que yo pretendía realizar – basado en su vida política, sus experiencias personales y libros, especialmente “The New Middle East” –, sin embargo era una entrada que no podía desdeñar.

Al llegar al salón del Presidente Chapultepec donde estaba programado el encuentro – cargada con cámara, grabadora, casetes, indispensables blocks y plumas, y como regalo un platón de talavera poblana con dulces y unos libros de Carlos Fuentes en inglés que averigüé que Peres quería leer – Andrés Roemer le hacía ya una entrevista de televisión para el programa “Esfera Pública: en busca de la verdad dialogada”, que pasaba en televisión por cable en América Latina y España. Roemer también tenía treinta minutos, pero con las cámaras y los reflectores dispuestos, Peres se mostraba como el gran estadista que es, un hombre que sabe de historia y juega un rol protagónico en la construcción del futuro. Ante las preguntas bien formuladas por Andrés, se explayó hablando de economía y de su propuesta para un nuevo Medio Oriente globalizado que pudiera lograr su viabilidad económica como bloque. El tiempo corría y la entrevista televisiva se colgaba irremediablemente. ¿Quién se iba a atrever a cortar una charla, que seguía grabándose, y en la que Peres descollaba inteligencia y cultura?

Eran ya las ocho de la noche. Subimos a su suite, me dijo que tenía sólo escasos cinco minutos porque tenía un encuentro programado en Los Pinos con el presidente Ernesto Zedillo, y después, una cena en la Hacienda de los Morales con los amigos que apoyan el Centro Peres. Después de un cuarto de hora de preguntas y respuestas presionadas, le propuse: “¿Por qué no nos vemos a su regreso de la cena?”. “¿A las dos de la mañana?”, intentó disuadirme. “Si usted quiere, a las tres”, repliqué.

Y él cumplió. Cerca de la una, ya de madrugada, nos encontramos. En el elevador, rumbo al penúltimo piso del hotel, nos topamos con Raúl Alfonsín, la camisa ya fuera del cinto, jocoso y con un par de copas encima después de convivir con otros de sus amigos socialistas. Peres se quitó el saco y la corbata, se apoltronó cómodamente en el sillón individual de la sala, me ofreció algo de tomar y se sirvió un vaso de agua. Sobre la mesa había un florero con rosas frescas, un platón con nueces y dulces, y otro más con fruta. Viajaba solo, Sonia, su mujer desde hacía más de cincuenta años, era cercana, pero con ella no compartía su incansable energía como estadista. Durante las tres horas de plática fresca y relajada, parecía más un filósofo que un político, y el encuentro – en donde mostró su prodigiosa memoria – resultó ser un privilegio. Por la personalidad de Peres, que a sus setenta y cinco años tenía aún cuerda, lucidez e inteligencia creativa para rato, los dos habíamos salido ganando.

“Para mí ya no es importante la popularidad”, me dijo entonces. “Después de cincuenta años de vida política, el poder ya no me interesa, es una ilusión vacía. Prefiero concentrarme en lo único en lo que creo: la paz. Cuando era joven, junté armas para el Estado de Israel, ahora, en el gobierno o fuera de él, prefiero juntar buena voluntad”.

Hijo de una generación que perdió un mundo y se puso a construir otro, Peres, de cara larga, frente tan amplia que casi llega al occipital, ojos pequeños, pero brillantes, señaló que pese a que algunos lo tildan de soñador o lo acusan de sostener una postura demasiado moderada o entreguista, él se considera un optimista con los pies en la tierra.

“Creo en el diálogo, la buena voluntad y la posibilidad de alcanzar acuerdos donde otros no quieren ver nada. El futuro no se construye sobre las ruinas de un viejo orden. La historia sirve para aprender lecciones críticas, pero no podemos aferrarnos a ella. Cuando las circunstancias son propicias, es preciso olvidarnos del pasado por el bien del presente. Como escribía Heráclito, en un mismo río siempre confluyen aguas diferentes”.

Pragmático, tenaz y creativo, cinco años antes, en agosto de 1993, como Ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Itzjak Rabin, fue él quien convocó a los líderes palestinos a pláticas en Oslo, en lo que fue uno de los secretos diplomáticos mejor guardados de la historia, mismas que culminaron en los Acuerdos de Oslo y la histórica firma de la paz en los jardines de la Casa Blanca, cuando todo parecía miel sobre hojuelas.

Antes de ello, nunca antes había habido encuentros con el liderazgo palestino porque los gobiernos anteriores, especialmente los del Likud, consideraban a Arafat un terrorista y se negaban a negociar con él. “Ese mes de agosto, durante las pláticas encaminadas a los Acuerdos de Oslo, cumplí setenta años. Abu Ala, alto representante de la Organización de la Liberación Palestina, con quien yo negociaba en Noruega, lejos de la tensión del mundo y de la atención de los medios, me dijo: ‘Éste es su regalo de cumpleaños’. Y pensé: ‘qué regalo’. Era tan único e inesperado, que me parecía imposible creerlo.”

A veces una cálida sonrisa, y otras una mueca de dolor, alternaban en su rostro al recordar anécdotas y momentos difíciles. Habló de “la tragedia” de que Netanyahu hubiera sido electo tras el asesinato de Itzjak Rabin, cuando Netanyahu le ganó a Peres la contienda por tan sólo un 1% de los votos. “Alcanzó el poder pensando que lo importante era ser popular y sonreír antes las cámaras; y mostró que sabe tomar decisiones para hablar, pero no para actuar. Me pidió que lo ayudara en los acuerdos de Wye Plantation y lo hice; le sugerí que instalara un gobierno de unidad nacional, me dijo que lo haría y nunca lo hizo; y cuando llegamos a un acuerdo en Wye, no lo llevó a la práctica. Después de tres años de desperdiciar su tiempo y el nuestro, nos decepcionó a todos. Digo esto sin odio, más bien con mucha tristeza. El Likud perdió su ideología y se convirtió en un partido de retórica y ademanes; están en contra de compromisos territoriales, y sin éstos es imposible alcanzar la paz.”

De sus encuentros con Yaser Arafat, con quien él e Itzjak Rabin compartieron el Premio Nobel de la Paz en 1994, me contó que aún se reunían a menudo: “Yo le llamo ‘Ra´is’, que en árabe quiere decir presidente o jefe, y él a mí ‘su excelencia’.”

Le pregunté entonces, si Arafat reconocía los logros alcanzados. “Nunca me dice nada, prefiere quejarse” – respondió –. “En una de esas largas noches que pasamos negociando, me reclamó: ‘Yo antes era un líder popular; cada niño árabe tenía mi foto y ahora la rompen en pedazos; por tu culpa me he convertido en un hombre controvertido’. Le respondí que los palestinos habían tenido dos grandes líderes, Haj Amin el Husseini y él. El primero – le dije – lidereó durante cuarenta y cinco años incitando a la violencia, imponiendo el terror, y entre más popular, mayor fue la desgracia de su pueblo. Luego, viniste tú. Primero seguiste su ejemplo terrorista y condenaste a tu gente; pero ahora les has dado un lugar geográfico, un nuevo orgullo y la esperanza de un Estado. ¿Qué será mejor, que todo el mundo tenga tu estampita o que tu gente pueda prosperar, aunque seas un hombre controvertido? Arafat nada más sonrió.”

A pesar de la adversidad política, Peres se mostraba esperanzado. Insistió que no cejaría de su propósito. Parafraseando a un sabio griego, me dijo que la diferencia entre la guerra y la paz era que en la guerra los padres tenían que enterrar a los hijos, mientras que en la paz, son los hijos quienes entierran a los padres.

“Lo que yo quiero es que mis nietos no piensen que su abuelo fue un tonto, sino que reconozcan que entendí lo que estaba pasando y que me esforcé por implementar el cambio. He luchado por servir a la paz, a mi gente y al futuro. Ésa es mi esperanza: que una joven generación pueda alcanzar su futuro, sin tener que seguir pagando tan alto costo”, concluyó entonces.

El pasado 11 de enero del 2003, cuando nuevamente nos reunimos, Peres llegó por un sólo día a la Ciudad de México. Con el peso de sus casi ochenta años y el agotamiento de veintisiete meses de Intifada, parecía abatido, pero por lo apretado de su agenda, quedaba claro que ni aún así, se rinde. Proveniente de Miami, en donde también promovió sus ideales de paz, llegó a las diez de la mañana. A las once y media, inauguró la Fundación de los Niños por la Paz en el Papalote, Museo del Niño. Al salir, partió al Campo Marte para tomar el avión privado de Carlos Slim rumbo al puerto de Ixtapa, invitado a comer en casa del empresario junto con su amigo Felipe González. Ya de regreso, a las seis de la tarde, presidió una conferencia de prensa, y después de mi entrevista atendió a la cena de gala para reinaugurar formalmente la cátedra de la Universidad Anáhuac.

Cuando nos acomodamos en la suite presidencial, que era en donde se alojaba en el Hotel Presidente, Yona, su asistente, una joven y delgada mujer de enormes ojos verdes, se me acercó hablándome en hebreo. No le entendía y no hice mucho caso. Intentó de mil maneras decirme que Peres estaba exhausto y que tenía que descansar; insistía que me olvidara de tener una hora de entrevista, como estaba programado. Nos acompañaba Yosef Amihud, el embajador de Israel en México.

“¿Sabes por qué estoy aquí?” – me preguntó Peres sonriente–: “En Israel hay campaña electoral y como no me interesa competir ya por los votos, sólo proseguir con mis esfuerzos para alcanzar la paz, prefiero evitar ese clima terrible y tomar aire fresco”, dijo.

Pronosticó que nuevamente las próximas elecciones a finales de enero serán muy cerradas, y que el Likud y el Laborismo tendrán que unir sus esfuerzos en un gobierno de unidad nacional: “La coalición será imprescindible y el Laborismo tendrá que participar promoviendo la paz y la separación entre política y religión”.

Para entonces el tiempo dispuesto por Yona había concluido e interrumpió para sacarme. Insistí y me quedé, pero ella arremetió a los quince minutos, a los veinte y a los treinta, convertida en una inflexible generala. Afortunadamente Peres, agotado pero condescendiente, accedió a responder unas cuantas preguntas más.

Cuando Shimon Peres, junto con sus padres emigró a los once años a Palestina, proveniente de Polonia, se apellidaba Persky. En esas tierras, en las que se conformaría el naciente Estado de Israel, vio volar un águila y escuchó que alguien dijo: “Ahí va un peres”. Fue entonces cuando decidió adoptar ese nombre en hebreo como su nuevo apellido. En esta entrevista, como en las anteriores, quedó claro que sigue haciendo honor a su nombre. Es un Peres, un águila astuta de enormes alas y poderoso vuelo que se mantiene aún planeando alto. Es el tiempo el que no le ayuda. Y aunque ya se agota, para fortuna suya y la de su pueblo que tantas veces lo ha desairado, él continúa volando.

Hace un par de días, su amigo Gabriel García Márquez, a sabiendas de que iba a salir de México y no iba a poder encontrarse con usted “para pelear”, como siempre lo han hecho, me pidió que le pasara un mensaje. Me dijo que él aplaudió que usted aceptara el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Ariel Sharon, porque así podría contrarrestarlo, pero que nunca pudo entender por qué usted permaneció durante tanto tiempo ahí, avalando las políticas de mano dura del Likud. “Dile a Shimon – me indicó – que nosotros sus amigos necesitábamos claves para defender sus posturas, pero que no podíamos hallarlas en ningún lado”. ¿Piensa usted que su permanencia en el poder fue un error de cálculo?

Claro que no – me responde con contundencia –. Cuando entré al gobierno, puse mis condiciones. Exigí que se frenara la construcción de nuevos asentamientos y así fue. Asimismo presioné a Sharon para que aliviáramos la situación en los territorios, permitiendo que los trabajadores vinieran a laborar a Israel, descongelando sus cuentas, y restringiendo las reacciones colectivas que él quería implementar cada vez que había un acto terrorista. Además, Sharon aceptó que yo negociara y debatiera con los palestinos con base a los acuerdos 242 y 338, y mientras estuve en el gobierno negocié semana a semana con ellos y conseguí un acuerdo que Estados Unidos avaló.

Por primera vez, los partidos de derecha israelíes, y Sharon mismo, aceptaron la posibilidad de un Estado Palestino. Todos ellos acogieron la propuesta de Bush, que está totalmente basada en las negociaciones realizadas entre Abu Ala y yo, y cuyo contenido se concentra en cuatro puntos básicos: no construir más asentamientos en los territorios, reconocer la necesidad de un Estado Palestino, aliviar la situación en Gaza y la Margen Occidental, y restringir el terrorismo y las reacciones colectivas.

Aunque nosotros fuimos sólo una minoría en la oposición, esto fue un gran logro. Siempre creí que podíamos ser más efectivos en el gabinete que en el parlamento, y yo desde el principio le advertí a Sharon que ni me iba a divorciar de mi visión de mundo, ni iba a silenciar mi voz.

Entonces a usted no le hizo ninguna gracia que su partido hiciera caer al gobierno
Por supuesto que no. Estábamos desmantelando asentamientos ilegales, quería yo continuar. Pero ni modo, así fue.

Deme más ejemplos de cómo usted contribuyó a frenar a Sharon.

Él quería expulsar a Arafat y no lo dejé. Quería que los trabajadores de Gaza no entraran más a Israel, lo impedí y presioné para que abriéramos las fronteras. Inclusive cuando fue la masacre en la Discoteque Dolphinarium , discutí muy fuertemente con él porque quería responder con una operación colectiva de enorme envergadura contra los palestinos y lo obligué a detenerse. Tenemos que contemplar la paz en el horizonte. Evidentemente el terror de los suicidas no se detendrá de un día a otro. Sin embargo, pelear contra el terrorismo no implica liquidar al pueblo palestino. Los palestinos no son nuestros enemigos, son nuestros vecinos, seres humanos como nosotros con los que tendremos irremediablemente que aprender a vivir, no tenemos opción. Así como no podemos cambiar de padres, tampoco podemos cambiar de vecinos, y sólo nos queda intentar modificar la relación que mantengamos con ellos.

¿Cuál es su visión para combatir al terrorismo?
Pienso que de nada sirve matar a los moscos que zumban en las aguas estancadas, sino se seca el pantano. El terrorismo no sólo se combate con medios militares, sino también con propuestas políticas. Las razones que generan un caldo de cultivo para el terrorismo, son la falta de esperanza y las pésimas condiciones en los territorios.

La última vez que usted y yo conversamos, se mostraba muy optimista con respecto a la paz. El panorama, sin embargo, parece cada día más desolador. Han pasado ya 27 meses de fanatismo, pobreza, anarquía y masacres para ambos pueblos, y hay quienes piensan que la historia es irreversible. El mismo Gabo me dijo que el odio es tan profundo, que no habrá solución. ¿Lo cree usted así?

Otra vez te respondo con un no categórico. Estoy seguro que el problema tendrá solución y será mucho más pronto de lo que imaginamos. El gobierno que cayó tenía ya un plan aceptado con dos estados: uno israelí y otro palestino. Este plan fue aprobado, entre otros, por Estados Unidos, Europa, Rusia, las Naciones Unidas, Egipto y por casi todos los palestinos. Lo que necesitamos es un compañero de paz y Arafat no ha mostrado ser el interlocutor necesario. Lo que el Cuarteto (Estados Unidos, Rusia, Unión Europea y Naciones Unidas) demanda con su mapa de caminos es que se genere para el 2005 un gobierno palestino organizado con primer ministro, ministro de la defensa, de finanzas, y la separación de los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. Los palestinos no podrán dar la espalda a lo que el mundo de manera conjunta les impone, requieren de la legitimidad internacional. Por ello, estoy convencido que con ese Estado Palestino democrático, para el 2005 podremos firmar la paz.

A diferencia de una gran parte de los políticos israelíes que lo acusan de ser “un soñador”, usted ha afirmado que el proceso de paz debe reanudarse independientemente de si hay o no atentados suicidas…

De manera simultánea debemos combatir el terror, y negociar con los palestinos. Pienso además que tenemos que salir de Gaza unilateralmente cuanto antes. Así como es necesario construir muros de defensa para protegernos del terrorismo, simultáneamente hay que construir puentes. Hay muchos interlocutores alrededor de Arafat que están dispuestos a negociar. Con Abu Ala hubieron grandes avances, y otros, como Abu Mazen, han defendido el proceso de negociación.

La opinión pública tiende a aseverar que las poblaciones, tanto la israelí como la palestina, han estado mayoritariamente listas para la paz, pero que sus líderes no han sabido ser capaces de emprender el camino correcto.

Yo no soy juez y no me toca juzgar, prefiero enfocarme al futuro. Es un hecho, que donde haya seres humanos, habrá errores. La libertad es el derecho que tenemos de cometerlos.

¿Lamenta haber tenido como interlocutor de paz a Arafat?

Fue él un importante líder de la revolución palestina y uno muy débil del Estado Palestino. Continúa actuando como si estuviera en la clandestinidad, y no está dispuesto a introducir elementos modernos para establecer un Estado y beneficiar a su pueblo. Sin embargo, no me arrepiento de haber negociado con él. Lamento que el proceso se haya suspendido, lamento tantos errores de los que no vale la pena hablar.

¿Hubo errores, por ejemplo, en Camp David? ¿En la actuación de Barak, o los Acuerdos de Oslo?

Arafat cometió el error de rechazar la propuesta de Camp David y no puedo justificarlo. Pero también pienso que hubo dos errores estratégicos básicos en la formulación. Barak tenía prisa, se condujo de forma nerviosa y ambicionaba conseguir demasiado en un lapso de tiempo muy corto. Estuvo quince días cerca de Arafat y sólo habló con él media hora en Camp David. No se pactaron los acuerdos previamente y, además, pidió demasiado. Le exigió a Arafat que declarara que en el futuro no iba a tener ni una sola demanda más y, en ese preciso instante, Arafat sacó a la luz el problema de los refugiados y de Jerusalén. Con eso se acabó todo.

¿Cuándo fue la última vez que vio usted a Arafat o le mandó un mensaje?

Todo el tiempo estoy en contacto con su gente y él lo sabe. Él quizá quiera la paz, pero no sabe actuar para conseguirla. Mientras haya cinco o seis diferentes grupos armados en su territorio, ajenos a su control, él no podrá ser el líder. No es Israel quien desacredita a Arafat, sino el Hamas y el Jihad, y si no lucha contra ellos, nunca será el líder de los palestinos.

Quizá Arafat ya está rebasado y el odio lo ha podrido todo. Es inconcebible que haya niños que al pensar en su futuro, prefieran ser mártires que doctores o ingenieros.

Tenemos que analizar las razones que los conducen a querer suicidarse, ofrecerles esperanza y aliviar su situación permitiéndoles la libre movilidad en los territorios, brindándoles oportunidades para trabajar en Israel, descongelando sus fondos. Considero además que las mejores soluciones para los problemas políticos, deben estar enfocadas en la promoción de avances económicos y culturales. Jean Monet contribuyó más al futuro de Europa, que Napoleón. Y lo mismo se aplica entre nosotros y los palestinos.

Pero el gobierno palestino por un lado lamenta y condena en inglés los ataques terroristas y en árabe incita a la población a que se cometan más actos suicidas, inclusive señalando que el objetivo del Estado Palestino no es Gaza y Cisjordania, sino también Tel Aviv y Haifa.

Lo que dicen no resuelve nada y, por el contrario, lo único que genera es oposición de su propia gente. El problema no es su retórica, sino lo que hacen. Si son capaces de detener el terrorismo, que estoy convencido que pueden hacerlo, entonces todo cambiará.

¿Se deberá comenzar a negociar donde Barak se quedó?

No. Cada quien tiene una versión diferente de Camp David. Hoy el plan a seguir es el mapa de caminos del Cuarteto.

Se dice que Israel vive una intensa presión de los Estados Unidos para no hacer nada que pudiera enturbiar al mundo árabe con respecto a la ofensiva americana contra Irak...

Eso no es tan cierto. Estados Unidos no le ha pedido nada a ese respecto a Israel, simplemente sugiere que pensemos en los resultados de nuestras acciones. No hubo ninguna demanda específica. Somos un país independiente, y ni somos tontos, ni estamos interesados en que se genere una escalada de violencia mayor en el Medio Oriente.

¿Qué opina usted del doble discurso que maneja Estados Unidos con respecto al terrorismo? Me refiero al puño enérgico contra Irak, y a la tibieza con que maneja sus relaciones con Arabia Saudita, con quien mantiene nexos económicos.

Para serte franco, Bush se vio rebasado por el terrorismo y a partir del 11 de septiembre su panorama del mundo ha ido cambiando. Arabia Saudita tendrá que bailar al nuevo son que ahora le tocan. Mientras fue secreta su manera de proceder, se le perdono. Pero ahora se ha hecho público y tendrá que decidir a qué mundo quieren pertenecer. No sé puede seguir financiando a Bin Laden y querer continuar siendo amigo del mundo libre. Los sauditas lo entienden y por eso están buscando nuevos caminos. Si no lo hacen perderán su legitimidad con Estados Unidos.

Este siglo ha iniciado de manera convulsa y categórica. ¿Cuáles son sus expectativas para la próxima década?

Uno de los eventos más importantes será la confrontación con Irak y ésta no será una guerra contra un país, o un pueblo, o religión. Será un intento para resolver una amenaza global sobre la humanidad, porque si el terrorismo prevalece nadie será capaz de poder vivir normalmente. No podremos volar en un avión, beber un vaso de agua, caminar en la calle, o residir en un veintiunavo piso. No creo que va a haber guerra en el Medio Oriente. Lo que habrá es una campaña contra una persona, Sadam Hussein. Es el único líder vivo que ha iniciado dos guerras: contra Irán, un país musulmán, una guerra que duró siete años y en la que murieron más de un millón de gentes; y la segunda vez, contra Kuwait, un país árabe, en donde perecieron trescientas mil personas. Está claro que tiene misiles, ha mandado algunos a Israel. Tiene armas químicas y biológicas, masacró a cien mil niños en Teherán, y las usó también contra los kurdos. Si cae, no habrá guerra y los primeros en beneficiarse serán los iraquíes que padecen su terror.

En segundo término, como te dije, habrá paz entre nosotros y los palestinos para el 2005. Por otra parte, se agudizará la confrontación entre países ricos y pobres con respecto al medio ambiente. Los ricos están pagando un costo muy alto por los cambios en el clima y quisieran exigirle a los pobres que dejen de talar los árboles. Sin embargo, éstos últimos seguirán haciéndolo mientras sus estómagos estén vacíos. El problema más serio es África, hay ahí un billón de personas que viven en condiciones de pobreza extrema. Es un crimen y una vergüenza. El problema podría atribuirse a la época colonial, pero los países ricos hoy tienen una enorme responsabilidad para facilitarles un cambio y, si hay voluntad, podría lograrse generando electricidad limpia con sus poderosas caídas de agua y la energía del sol.

Por último, estamos de cara a una nueva revolución tecnológica que cambiara radicalmente el presente: la nanotecnología, que estudia lo molecular, con base a la biología, física, química y electrónica. Está sucediendo frente a nuestros ojos. Si hoy la diferencia entre países desarrollados y subdesarrollados es de uno a cinco, puede esto incrementarse de uno a trescientos. La solución de los países democráticos es entonces desarrollarse con intensidad.

Con respecto a Israel, pienso que no basta resolver nuestros problemas sólo como nación, sino que deberemos de pensar en función de la región, ya sea que se trate de paz o pobreza. Me gustaría encaminar mis esfuerzos a entrar como bloque en una nueva era de tecnología, con educación de alto nivel que permita a la región prepararse para estar a la altura del nuevo mundo.

Está usted por cumplir ochenta años en agosto próximo. Cuando piensa en su vida, ¿cuáles son las mayores satisfacciones y cuáles las más crudas decepciones?

Envejecer no es un crimen. No quiero perder mi tiempo escudriñando lo que he vivido. Es una máxima de mi vida que debo respetar el futuro y no engolosinarme con el pasado. Así es que lo bueno y lo malo de mí, que lo digan otros. Mientras tanto, yo me mantengo activo, impulsando políticas en Israel, en la región, y en el mundo, para que estemos preparados para un mejor futuro.

*Entrevista realizada en 1999.

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