LEO ZUCKERMANN
Peres me dijo que la mayor contribución de los judíos al mundo era la insatisfacción. “En el momento en que un judío se siente satisfecho, deja de ser judío, porque lo que nos gusta es estar insatisfechos, lo que queremos es cambiar al mundo, mejorarlo, perfeccionar las cosas, y ese es nuestro compromiso y yo creo que el mundo sí está mejorando”.
Curiosamente no estaba nervioso. Eso sí, muy emocionado. Finalmente uno no tiene la oportunidad de platicar todos los días con personajes históricos. No exagero con el adjetivo. Frente a mí tenía a uno de los fundadores del Estado de Israel, artífice importantísimo para ganar la guerra más dura de ese país (la de Independencia), político profesional de gran experiencia, socialista de convicción, dos veces Primer Ministro, hombre de mundo, ardiente defensor de la paz en el Oriente Medio y Premio Nobel de la Paz. En ese momento, Shimon Peres, a sus 90 años de edad, era el Presidente de Israel, me atrevería a decir que el mejor jefe de Estado que ha tenido esa pequeña nación.
Me tendió una mano firme para saludarlo. Pensé en la gran cantidad de personalidades que habían tocado esa palma. Gente que se había ganado su lugar en los libros de historia. Desde su mentor, David Ben Gurion, hasta la del enemigo con el que había firmado la paz, Yasser Arafat.
Nos sentamos y comencé la entrevista frente a un auditorio atiborrado en la Ciudad de México. “Señor Presidente, si usted tuviera que escoger un solo éxito de los 65 años de vida del Estado de Israel, y usted ha sido partícipe de esa historia, cuál sería?” Esa fue mi primera pregunta. Peres, a diferencia de los políticos rolleros, me contestó lacónicamente: “Habernos convertido en una nación de start-ups”. “¿Y cuál sería el gran fracaso?”. De nuevo, con brevedad, replicó: “Que no tenemos paz”. En ese momento sí me puse nervioso. Yo, que viví un año en Israel, sabía que los israelíes son muy cortantes cuando no están a gusto. “Esto va a ser un desastre”, pensé.
Decidí, en ese momento, cambiar el tono de la entrevista. Cité, entonces, el estupendo documental The Gatekeepers donde se entrevista a todos los jefes del servicio de inteligencia interior de Israel, el Shin Bet. Uno de ellos dice que la única manera de conseguir la paz es hablando con todos los que sea necesario hablar por más detestables que sean. Incluso, con el entonces Presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad. Le pregunté a Peres si estaba de acuerdo con eso. Ahí cambió todo. Sonrió, dijo que él no comenzaría con Ahmadineyad y argumentó por qué.
La entrevista comenzó a fluir cada vez mejor. Peres me dijo que la mayor contribución de los judíos al mundo era la insatisfacción. “En el momento en que un judío se siente satisfecho, deja de ser judío, porque lo que nos gusta es estar insatisfechos, lo que queremos es cambiar al mundo, mejorarlo, perfeccionar las cosas, y ese es nuestro compromiso y yo creo que el mundo sí está mejorando”.
Vino entonces el momento más intenso de la velada. Le pregunté sobre su gran adversario político de toda la vida, Yitzhak Rabin. Siempre se pelearon por el liderazgo de la izquierda israelí cuando ésta era la opción más votada en ese país. Pero también formaron una pareja formidable que pudo firmar en 1993, junto con Arafat, los Acuerdos de Oslo y que a la postre les significaría ganar el Premio Nobel de la Paz a los tres.
“¿Señor Presidente, qué pensó usted el día en que un judío mató a Rabin en Tel Aviv en 1995 y qué piensa el día de hoy tantos años después?” Toqué una fibra muy profunda en un israelí que había visto de todo en su vida. Peres comenzó diciéndome que una persona es menos de una persona, pero que dos personas eran más de dos personas. Se explayó. Reconoció que tenían sus diferencias, pero que nunca se pelearon en lo personal. Narró todo lo que pasó esa terrible noche en que los dos participaron en una marcha por la paz en Tel Aviv. Rabin, que era un sabra (israelí de nacimiento) de piel durísima, tuvo uno de sus días más felices de su vida según Peres. Cantaron juntos con miles de manifestantes. Se despidieron en las escalinatas del podio. Cuando Peres caminaba a su coche oyó tres balazos. Sus escoltas lo cargaron y se lo llevaron. En el auto se enteró que le habían disparado al Primer Ministro. Les ordenó que lo llevaran al hospital sin saber qué había pasado. En el nosocomio vio a Lea Rabin, quien le informó que su esposo había muerto. Entraron al cuarto a verlo. “El cuerpo de Yitzhak estaba cortado. Pero en su cara había una sonrisa. Por primera vez en su vida experimentó no estar comprometido, estar libre, Lea lo besó, yo lo besé”. Cuando el Presidente de Israel narraba estos hechos, veía la tristeza en sus ojos. Se le entrecortó la voz. Por un momento creí que iba a llorar. “Si llora, yo me sigo con él”, pensé. Terminó su respuesta y ambos tuvimos que tomar aire para continuar.
Shimon Peres murió el martes a la edad de 93 años. Imagino su cuerpo como Rabin, con una sonrisa en la boca, libre al fin, seguro de haber contribuido a la tan anhelada paz en Israel que algún día llegará.
Twitter: @leozuckermann
Fuente:excelsior.com.mx
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