Las aventuras y desventuras de un judío mexicano en Pittsburgh. Parte 3

EDUARDO SCHNADOWER PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

El inicio de clases

Dicen por ahí que la primera impresión jamás se olvida. Y vaya que es cierto. La primera vez que visitamos Pittsburgh, hace cuatro años, sin tener todavía si quiera presente la idea de vivir aquí en un futuro, lo único que hicimos fue caminar desde la estación de autobuses al estadio Heinz (casa de los acereros de Pittsburgh), visitando el museo de Andy Warhol en el camino, para después asistir a un juego y finalmente regresar a la estación para irnos de la ciudad. No nos quedamos en Pittsburgh, y el área que conocimos era tan pequeña que aún con el frío de diciembre fue caminable. Algo que nos quedó de esa impresión fue: “Pittsburgh es una ciudad plana”. En realidad, esa zona era únicamente una porción del Downtown (o sea, el equivalente al centro).

Y si bien cuando vinimos a buscar departamento recorrimos una buena parte de la ciudad, incluida la zona donde finalmente elegimos vivir, Squirrel Hill (que hace honor a las dos partes de su nombre: “la colina de la ardilla”), esa impresión se negaba a borrarse de mi cabeza, por lo que asumí que no sería gran cosa ir y regresar en bicicleta a la universidad.

A nadie sorprenderá saber que cuando llegué la primera vez a la universidad, agotado y lleno de sudor, a pesar de la breve duración del viaje (15 minutos), me quedó claro que Pittsburgh es todo menos plana.

También entendí que mis recorridos de hora y media en bicicleta eléctrica de Naucalpan a Cuajimalpa son algo muy distinto a estar en una prolongada subida teniendo como único apoyo la posibilidad de cambiar engranes. En sí el recorrido es muy placentero, la mayor parte de éste lo hago atravesando un parque muy extenso, al cual entro por el este, y la universidad se encuentra en el borde norte de dicho parque. El último tramo antes de llegar es una pequeña colina, sobre la cual hay un camino ondulante, lleno de verdor, y que lleva hacia el muy moderno edificio del Departamento de Ciencias Computacionales (“Gates Center of Computer Science”, no debería ser difícil deducir en honor a quién se llama así), el cual se asoma mientras uno va subiendo. A un lado de este edificio se encuentra el “Heinz College” (de Sistemas de Información y Política Pública), que es donde yo actualmente estudio, y el cual contrasta con el Gates Center por ser un edificio de cerca de cien años de antigüedad. Al interior del Heinz, sin embargo, hay partes que conservan el estilo original y partes que han sido remodeladas recientemente, generando un interesante contraste. Durante los primeros días, a la hora que yo llegaba, sucedía que a mi llegada un estudiante estaba practicando con su gaita en la parte trasera del Gates Center, justo en el momento en que subía por esa última colina, lo que me hacía sentir como si estuviera inmerso en un bosque escocés. Sin embargo, tiene tiempo que ya no lo veo. Supongo que el avance del semestre le dejará cada vez menos tiempo libre para practicar.

La rutina va cuajando poco a poco, y una de las partes más placenteras de todo esto ha sido aprender a moverse en una ciudad sin automóvil, ya que nos hemos olvidado de los problemas del tránsito, los gastos de gasolina y las frecuentes descomposturas. Se podrán imaginar que el salario de un estudiante de doctorado no da para poder tomar un Uber todos los días, así que cuando me tengo que transportar yo solo, normalmente uso la bicicleta. Mi esposa camina o toma el autobús. Cuando viajamos todos juntos, dependiendo de la distancia, caminamos o usamos el transporte público. El transporte masivo es bastante cómodo y rara vez me toca ir parado. Hablo en singular porque a Yafa, como siempre va cargando a Liora, es un hecho que aun si está lleno el autobús, alguien le cederá su asiento. En alguna ocasión sucedió que nadie tomó la iniciativa de hacerlo y la chofer del autobús de inmediato les gritó a los pasajeros para que le cedieran un lugar. Aquí los autobuses pasan aproximadamente cada quince minutos y sólo se detienen en las paradas oficiales, pasando con mayor frecuencia a horas pico y una frecuencia menor en fines de semana y en horas menos concurridas. Esto quiere decir que, si vas caminando hacia la parada y ves al camión aproximarse, ¡A correr, se ha dicho! O de lo contrario llegarás tarde, o al menos pasarás un rato parado sin nada mejor que hacer que contemplar los alrededores. Cuando la distancia no ha sido mucha, ya nos ha pasado que terminamos diciendo: “bueno, mejor caminamos”.

Hacer las compras de la semana resulta particularmente diferente. Debido a que no tenemos auto, no podemos ir a lugares como Wal-Mart, dada la distancia. El lugar más cercano es una tienda parecida a los conceptos de “Superama” y “Fresko” que se llama Giant Eagle (y cuando hablo de concepto parecido eso también incluye lo caro del sitio), que está a quince minutos caminando de nuestra casa. Cargar con todo el súper de una familia durante una caminata de quince minutos resulta poco viable si consideramos que mis brazos no son particularmente musculosos, y los carritos de la tienda no se pueden sacar de ahí, al menos no sin ser acusado de robo. La solución a este problema consistió en conseguir un pequeño carro plegable de cuatro ruedas. No es del todo perfecta la solución: como las ruedas delanteras son pequeñas y el suelo en las aceras de Pittsburgh no está particularmente bien nivelado, me sucede con mucha frecuencia que el carrito se atora, por lo cual tengo que ir lento para evitar que de pronto me vaya de boca encima de nuestra comida. Ya se volvió una especie de tradición que cada vez que el carrito se atora, Yafa emula el sonido de Bob Patiño en la escena de los rastrillos (si no saben de lo que hablo mejor dejen de leer y vean más episodios de los Simpsons, les hace mucha falta). Por el peso del carrito cuando está lleno, no me es posible llevarlo todo el tiempo inclinado sobre las llantas traseras para evitar este problema.

Estudiar con una hija resulta algo bastante complejo. Las materias del doctorado se caracterizan por ser particularmente densas en contenido y exigen mucho trabajo en casa (las horas de clase son pocas, de hecho). Más o menos un día típico es así: Dependiendo de la hora en que me haya dormido la noche anterior, puede ser que me despierte para ir al rezo de shajarit o directo para ir a la escuela, tomo mis clases, regreso a casa para el almuerzo, trato de hacer tarea, pero Liora está muy intranquila y Yafa está ocupada con las labores de la casa, así que dejo de hacer tarea y atiendo a mi hija. Luego llega la hora de la siesta y aprovecho ese momento para avanzar en mi tarea. En lo que menos me doy cuenta ya es la hora de la cena, y retomo mis labores una vez que Liora se duerme. Algunos días termino temprano, otros me desvelo hasta las 3 o 4 de la mañana. Pero no me quejo, así me imaginé que sería esto y así lo estoy disfrutando. Hace poco un compañero de mi generación me comentó que estaba estudiando cuatro materias. Yo le dije “yo llevo tres materias y tengo una hija” (tres materias es oficialmente “carga completa” en el doctorado), a lo que él respondió: “bueno, tu hija cuenta como si llevaras tres materias más”. Y creo que tiene razón.

Para Shabbat aún no tenemos una rutina propiamente, cada sábado hemos estado yendo con diferentes personas, desde familias ortodoxas hasta grupos de jóvenes reformistas. En todos los casos el trato ha sido siempre muy cálido y cordial, y nos han dado experiencias muy gratas.

Y bueno, el que ya se esté estableciendo una rutina no impide que haya algunas historias interesantes que contar, sólo hace que tarden más en acumularse. Así que usaré el espacio que me queda para contarles lo más destacado.
Recibimos por Facebook una invitación para un concierto de música Klezmer en una ciudad aledaña que se llama Carnegie. Estadísticamente cuenta como parte del “área metropolitana” de Pittsburgh, más o menos es como ir a Tlalnepantla, pero sin el tráfico. Uno de los intérpretes nos dijo que podíamos llevar a nuestra hija, que no veía problema. El concierto fue en el interior de una sinagoga antigua. La mayoría de los asistentes eran de al menos el doble de nuestra edad. Liora, por supuesto, se comportó a la altura que debe comportarse una bebé de un año: constantemente quería gatear, llorar o hacer cualquier cosa menos quedarse quieta. Así que tomamos turnos para cuidarla para que ambos pudiésemos disfrutar, aunque fuese por partes, el concierto.

Otro fin de semana fuimos al JCC (equivalente al CDI) que se encuentra en Monroeville, a treinta minutos de distancia, que tiene alberca al aire libre (el de Pittsburgh solamente tiene alberca techada). Para llegar ahí tomamos un Uber, al cual le produje un pequeño abollón al abrir la puerta debido a que se estacionó cerca de un poste. Pensando que no sería muy costoso arreglarlo, me ofrecí a hacerme responsable del daño. Ya estando en el JCC estuvimos nadando con Liora en el chapoteadero, ella usando una llanta especial para bebés. Pasó demasiado rápido como para que entienda bien qué ocurrió, pero de un momento a otro, el dispositivo de flotación estaba de cabeza y mi hija completamente debajo del agua. De inmediato la persona que se encontraba más cerca la cargó y me la entregó, y para alivio de todos ella estalló en llanto, haciéndonos ver que podía respirar sin problemas. El resto de la tarde tuvimos dificultad para que quisiera regresar al agua. Yo, como papá neófito que soy, me quedé con la idea de que había quedado traumada de por vida y jamás querría volver a nadar. Días más tarde, cuando Yafa se llevó a Liora al JCC de Pittsburgh para sus clases de natación, ya estaba como si nada hubiera pasado. Liora superó el trauma mucho más rápido que su papá.

También tuvimos la oportunidad de experimentar un poco de la cultura local en un mercado nocturno que se realizó en una de las calles cercanas a nuestra casa: hubo tiendas que vendían diversos productos como comida, decoración, artículos de belleza, clases de música e incluso teléfonos celulares. Muy distinto a un típico mercado en México: cada puesto tenía la misma cantidad de espacio debajo de su carpa, todo estaba muy ordenado, había un amplio espacio para caminar y todos los puestos se veían sumamente profesionales. Como acompañamiento un grupo, cuyo nombre ya olvidé, que tocaba música de Medio Oriente, pero todos los instrumentos, excepto los de percusión, eran más bien occidentales: violín, guitarras y bajo acompañados por una darbuka, platillos y pandero. Una combinación muy interesante y original. Entre la gente del mercado se podía apreciar una gran diversidad y el convivio se dio con singular alegría. Todo se realizó un sábado por la noche para no afectar al tránsito.

Regresando al asunto de la puerta abollada, resultó que el costo de arreglarla era muchísimo mayor al que esperaba. Incrédulo, hice que el chofer de Uber pidiera una segunda cotización. Apenas fue un 10% más barata, pero el precio seguía siendo tremendo. Así que hoy agradezco de gran manera a D’s por haber inspirado a los oferentes de crédito en México dar meses sin intereses en el extranjero.

Ya para concluir, los dejo con un par de breves nada más: Mi cartera sigue haciendo de las suyas, el otro día un vecino tocó la puerta y me la mostró preguntándome si era mía. Yo ni cuenta me había dado de que me faltaba. Y eso que yo me jactaba de que, a pesar de mi alto nivel de distracción, una de las pocas cosas que jamás había extraviado en mi vida es la cartera. Nada más me cambio de país y en menos de un mes ya me ocurrió dos veces.

Por último, oficialmente les puedo decir que ya se acabó la época de calor, y que ya está empezando a bajar la temperatura. Este asunto de la maleta con ropa de invierno que les comenté en un relato previo empezó ya a estresarme considerablemente. Afortunadamente para mí, con treinta y siete días de retraso alguien en United logró evitar una querella contra ellos de mi parte al encontrarla, por lo que ya está sana y salva en mi casa. Pero más importante que cualquier otra cosa, la botella de Tajín que había empacado en esa maleta llegó íntegra. Así que ya puedo dormir tranquilo.

Eso es todo por esta ocasión, y tal como les prometí, la frecuencia de mis relatos no será regular, por lo que si han disfrutado hasta ahora de ellos, les pido que estén atentos para la próxima entrega, en una fecha aún por determinar.

Shaná Tová Umetuká.

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