FRANCISCO DE ANDRÉS
Las represalias saudíes podrían afectar también a las bases norteamericanas en el Golfo Pérsico.
Riad ha abierto la caja de los truenos contra Estados Unidos por la aprobación de la «ley del 11-S» (denominada técnicamente Justicia contra los Patrocinadores del Terrorismo, Jasta en el acrónimo inglés), que permitirá a los familiares de las 3,000 víctimas de los ataques de 2001 pelear en los tribunales contra el régimen de Arabia Saudí. Pese al informe oficial final que en su día exculpó al Gobierno de Riad, existen muchos indicios que apuntan a que altos funcionarios y príncipes saudíes apoyaron financieramente a Al Qaida antes de los ataques contra EE.UU., más allá del hecho de que 15 de los 19 terroristas que secuestraron los aviones eran saudíes. La primera denuncia contra el Estado saudí ya ha sido presentada en un tribunal de Nueva York.
En su primera reacción oficial, el ministerio de Exteriores del reino petrolero condenó la ley norteamericana, y anunció «serias consecuencias», aunque no especificó qué tipo de represalias concretas podría tomar Riad.
Oficiosamente, ministros y diplomáticos saudíes han filtrado a los medios la lista de castigos, y la relación es casi apabullante. La más agresiva sería, sin duda, la retirada de los activos saudíes de Estados Unidos, que algunos cifran en un billón de dólares. Una décima parte de esa astronómica cifra está invertida en bonos del Estado, por lo que la retirada sería potencialmente catastrófica para el Departamento del Tesoro.
Riad lleva desde junio deslizando que la economía de Estados Unidos no es la última coca-cola del desierto, y que tiene muchos socios en Europa y en Asia deseosos de sus fondos soberanos. Así lo dejó caer a la prensa antes del verano el ministro de Exteriores saudí, Adel al-Jubeir, al advertir que la confianza de los inversores –no solo de Arabia Saudí sino de toda la región– se retiraría de Estados Unidos si la ley Jasta era finalmente adoptada. Como potencia principal en el Consejo de Cooperación del Golfo, que aglutina a todas las monarquías suníes de la región, la voz del régimen de los Saud siempre suena a orden. Lo sabe muy bien Suecia, que tuvo que tragarse sus críticas a los derechos humanos en Arabia Saudí el año pasado, cuando vio peligrar todas sus inversiones en el Golfo Pérsico.
Estados Unidos también ve amenazada su presencia militar en la región, y sus planes para derrotar al movimiento terrorista Daesh. Arabia Saudí tiene en su lista de represalias la ruptura o reducción de la colaboración con Washington en la lucha contra el «califato». Riad podría también presionar a sus vecinos y forzar el cierre de las bases militares en el Golfo, en particular la aérea de Qatar, clave para las operaciones del Pentágono en Afganistán, Irak y Siria.
Orgullo herido
El catálogo de sanciones que baraja Arabia Saudí incluye trabas a los vuelos comerciales entre Europa y Asia, y una reducción de los contactos oficiales entre Riad y Washington, ya muy dañados por el acuerdo nuclear de Estados Unidos con Irán, el archirrival de los Saud en la región.
Antes de la aprobación de la «ley del 11-S», tanto Riad como la Casa Blanca habían tratado de quitar hierro al paso dado por el Congreso. Según los saudíes, las posibilidades de que las querellas de las familias de las víctimas lleguen a buen término en los tribunales de EE.UU. «son escasas». Pero el modo humillante en que hasta los congresistas demócratas han vapuleado a Obama –el veto presidencial a la ley fue anulado de modo abrumador por las dos Cámaras– ha herido el orgullo de los saudíes, y nada es descartable.
Romper el pacto de coordinación en la lucha contra Daesh, o dificultar la actividad militar de EE.UU. contra el califato terrorista iría no obstante contra los intereses del régimen de los Saud, por lo que los analistas consideran que Riad no llegará a cumplir con esa amenaza. Tanto Daesh, como en su día Al Qaida, han declarado la guerra a la monarquía saudí por su relación con Occidente, y llevan a cabo periódicamente atentados terroristas de baja intensidad en el reino. Sin embargo, la relación es compleja. Los terroristas suníes son discipulos ideológicos de la escuela suní wahabí, que es la que al mismo tiempo sustenta y da legitimidad a la dinastía de los Saud.
Fuente:abc.es
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