JACOBO KÖNIGSBERG
Capitulo IV
De la emoción a la rutina
No durmió ni mejor ni peor que como solía hacerlo por años.
A las siete, como de costumbre, despertó muy intranquilo por un sueño que tuvo e hizo un esfuerzo por recordarlo.
Se vio en medio de un bosque. Sabía que era Chapultepec, porque había una calzada y desde allá se veía el lago con lanchas. Caminó por la calzada un trecho y se desvió rumbo a un palacio que tenía un museo desconocido. Se enteró que estaba en la “parte de atrás de Chapultepec”, que él nunca había visitado.
Entró al vestíbulo y no pudo pasar más adentro. Salió a un balcón que resultó ser el de su antiguo hogar en Álamos. Trató de entrar al departamento pero no había puerta, sólo ventanales con cristales. Pensó colgarse del balcón para salir a la calle pero descubrió que estaba en el tercer piso y tuvo mucho miedo y se despertó sudando. Consciente de que era lunes, se sintió impedido a brincar afuera de la cama para ir a trabajar.
Pero se contuvo, pensando que “Rodajes” podía funcionar sin él, se quedó acostado y después de un rato, se alegró de su decisión de flojear, no por temor a ver la cama vacía, sino por darse el gusto de no ir a Tlalnepantla. Se esforzó por volver a visualizar su sueño, recordarlo y explicárselo: “Chapultepec fue el Parque Polanco”, – se dijo- , su lago el espejo de agua con los barquitos miniatura pero, ¿Y lo demás? ¿Por qué no puedo entrar ni salir del Palacio?
– ¿Será que no me hallo en “”Rodamientos”” y tampoco puedo salir? ¿No han sido suficientes cuarenta años? Años de rutina. Pero también momentos de gloria afrontando retos y muchas veces venciendo o “saliendo tablas”.
No olvida, cuánto contrarió a su padre descubrir que, a pesar del cuidadoso control en la bodega, faltó mercancía. Encontró cajas y empaques pequeños y grandes sin las piezas correspondientes en ellas. Y cómo él, Simón, se echó a cuestas la investigación y cómo, después de mucho cavilar, llegó a la conclusión de que en algunos empaques surtidos, listos para entregarse a los clientes, iba más de una pieza. Los empleados ladrones debían sacarlas en el trayecto de la entrega y luego las vendían por su cuenta.
Hecha esta deducción y pescarlos fue fácil.
Subió con ellos a la camioneta, y antes de salir, en presencia del policía, checó notas de remisión y mercancía y aparecieron las piezas sobrantes del pedido y faltantes del almacén. Lo inesperado, por cierto, fue que el policía de la entrada era su cómplice de los robos, cosa que después se averiguó.
“Fue un golpe digno de Sherlok Holmes”, se dijo lleno de satisfacción.
El otro golpe digno del detective inglés fue la solución del robo de los micro rodamientos suecos, cuya exclusiva de importación tenía su padre, cuando estaba el negocio en la Calzada México-Tacuba. El, Simón, se enteró de que “Baleros y Poleas Ybarra”, estaba vendiendo los mismos, cosa imposible, pues su padre tenía la exclusiva y los suecos no podían fallar en lo contratado. Al verificar las existencias se constató que faltaban ciento de aquellos, que, por cierto, eran tan pequeños que una decena cabía en un puñado, eran muy caros. Sólo dos empleados tenían acceso a esas rueditas. Uno con muchos años de servicio, don Néstor y otro de más reciente ingreso con el curioso nombre de Tomás Tomasi.
Por supuesto sospechó del nuevo y le pidió a un muchachito, mandadero de unos puestos de fritangas, que lo siguiera a la salida del trabajo para averiguar hacia dónde iba. Encomienda que Marino, el chamaco, realizó por una semana emocionado por la misteriosa misión y por los veinte pesos que recibía. Sus informes no revelaron nada extraño: entraba a una lonchería, visitaba una cantina o platicaba con sus amigos y llegaba a su vivienda en la Colonia Anáhuac.
Decepcionado, le indicó escéptico, que siguiera a Don Néstor, al tercer día fue informado que éste acudió al negocio de Ybarra. Entusiasmado por el descubrimiento, le ordenó a Marino que, a la salida de los empleados corriera a hacer guardia a la tienda de poleas de Legaria y si Don Néstor entraba le hablara por teléfono a su oficina, prometiéndole una gratificación extra, si su misión tenía éxito.
El día llegó y rápidamente salió en automóvil con su pariente Nacho Silver hacia Legaria, donde sorprendieron al almacenista entregando la mercancía sustraída.
Aquellos fueron momentos de gloria que aún recordaba con gusto y orgullo. También hubo momentos difíciles y de angustia, como cuando, ya estando en Tlalnepantla, se firmó el “Tratado de Libre Comercio de América del Norte” y simultáneamente con las ruedas importadas, entraron al país, trailers repletos de contrabandeadas, con precios imposibles de competir que amenazaron la sobrevivencia del negocio.
Fueron meses de tensiones e intensa actividad, con vigilias e insomnios. Había que contactar proveedores en China, hacer trámites ante Comercio Exterior y la legación china. Hacer viajes a ese país. Algunos mandando solos a los muchachos que dominan el inglés, haciendo cientos de llamadas telefónicas. Preocupados por el viaje en avión y por qué no fueran sorprendidos o engañados al momento de cerrar los tratos. Posteriormente los trámites en las aduanas de México donde todo son engorros y trabas interpuestas, mientras se encuentran los “Atajos correctos” y se convienen las “Cuotas” para que liberen y dejen pasar los contenedores con la mercancía para posteriormente luchar con la desconfianza de los clientes ante lo “hecho en China”. Por fortuna las importaciones desde Estados Unidos y Europa no se suspendieron, en tanto la producción nacional mejoró en mucho y fue competitiva.
Los meses de gran tensión dieron sus frutos. Pasado el año, vino cierto auge compensador y el mercado se estabilizó por años. Fueron años de “siempre lo mismo”. De la misma rutina cotidiana, plana y de soporífera uniformidad.
Hechas estas remembranzas en la calidez del lecho, se levantó a desayunar en pijama. Se puso una bata y después de saludar a Cuca le ordenó unos huevos revueltos además de jugo, la fruta y el café de costumbre.
Pasó a lavarse las manos, después de encender el radio en una estación de música ligera.
De retorno al desayunador, como centelleos crispantes, le surgía otra vez la imagen de la cama vacía y la pregunta ¿Dónde estoy yo? ¿Me perdí?
Desayunó ignorando estas, se bañó, se vistió y salió huyendo de su casa, después de informarle a Cuca que regresaría a comer, lo mismo que ella se cocinara para sí misma.
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