Andrés Roemer escribió este texto para el compendio “60 voces por Israel desde México”, que el capítulo México de la organización ecológica Keren Kayemet LeIsrael publicó para celebrar , en mayo 2009, los 60 años de Israel.
En este texto, demuestra su amor por Israel, un amor que lo llevó a salirse de una sala de votación porque “disociar nuestra identidad, mi identidad, con Israel me resulta improbable, acaso impensable. Como lo sería disociar mi ser con el sentido de libertad de elegir quién ser y qué querer ser”.
Una voz de gratitud
Andrés Roemer, 2009
“Hoy me pregunto ¿qué festejar?
Yo siempre me he cuestionado aquellos festejos que celebran el simple hecho de cumplir un año adicional de existencia. ¿Qué mérito tiene el hecho de cumplir como ser humano, como organización, como país un año más de vida? En ocasiones nada. En ocasiones, todo. La pregunta pertinente es: ¿Qué ha cambiado –en pro de la humanidad- en un año más de vida de algo o de alguien? ¿Y en 60 años?
El significado de Israel y su existencia, es sin duda para un mexicano judío una pregunta que se transforma en una alegoría de múltiples bifurcaciones. Una de ellas, sin duda la más trascendente, en lo particular, es que justifica muchas de mis acciones como narrador de mi propia historia. De mi historia consciente e inconsciente. De mis miedos. De mis esperanzas. De temporalidad en mi propio devenir histórico. Si al final de cuentas lo que uno es no tiene nada que ver con alguna copia de la realidad, sino más bien es una cascada interpretativa Liberrimus de la realidad, una imitación de la experiencia recontada por nuestros bisabuelos, abuelos, padres, libros, circunstancias, anécdotas y pálidos recuerdos.
Disociar nuestra identidad, mi identidad, con Israel me resulta improbable, acaso impensable. Como lo sería disociar mi ser con el sentido de libertad de elegir quién ser y qué querer ser.
El sueño de Israel fue concebido como un sueño de libertad y como un imperativo de las comunidades judías de Europa occidental ante el fracaso, el error de la asimilación (como lo llama Alain Finkielkraut). Si bien Israel no es una consecuencia del holocausto, pues fue concebido mucho antes que ello, debemos reconocer que a partir de dicha experiencia, una patria judía dejó de ser una opción para convertirse en una exigencia.
En el caso de los sesenta años del Estado de Israel, el festejo es relevante. Detiene mi temporalidad cotidiana y me obliga a dos certezas: agradecer y revivir. Y cuatro breves reflexiones: (I) la viabilidad de ser libre, (II) la posibilidad de ser visible, (III) la obligatoriedad de ser consciente y (IV) la necesidad de ser corresponsable.
I.- La viabilidad de ser libre
La natura humana ha demostrado que para sobrevivir uno debe adaptarse, asimilarse, dejar de ser lo que se es para continuar siendo lo que será. ¿Pero qué sucede si uno no está dispuesto a ser depredado por la intolerancia a lo diferente y no cede ante la tortura del odio y la discriminación? ¿Qué sucede si uno se aferra a ser libre y ha construir su propio destino en medio de la xenofobia y de la violencia? ¿Qué opción existe si uno quiere escribir diferente (de derecha a izquierda), pensar diferente (en un Dios sin imágenes ni representaciones), vivir diferente (respetando tradiciones milenarias), ser diferente (cuestionando lo incuestionable).
La única salida para la sobrevivencia es la fundación de una patria donde el otro sea el igual. La existencia de Israel significa un “NO” a la autocensura, un “NO” a la contra-diversidad, un “NO” a no poder ser uno libre. Por ello el primer festejo, es precisamente el celebrar la libertad.
II.- La posibilidad de ser visible
Todavía en el siglo XXI, fuera de Israel, hay reminiscencias de la autocensura: se debe ser invisible. Se debe ser uno en lo público y judío en lo privado. Se debe bajar el tono de voz cuando uno menciona la palabra “judío”, “entre los otros”. Se debe ser precavido, atento, prudente, auto-censurado.
La existencia de Israel ofrece la oportunidad de romper con la inercia de lo invisible. Israel devolvió a las generaciones de la postguerra la posibilidad de ser judío sin adjetivos, sin explicaciones, sin manchas, sin sombras, sin miedos, sin titubeos. Se acabaron las excusas, el disimulo, los fantasmas de culpa contra uno mismo. Con el nacimiento de Israel no solamente nació una nueva patria, sino le devolvió a la historia un sabor olvidado: el placer de ser uno mismo, el gusto de revelarnos en el cuarto obscuro, de contemplarnos sin desdibujos, renacidos, reinventados, desnudos, nuevos. Por que con la existencia del Estado de Israel nació la existencia de algo nuevo en cada uno de nosotros. En algunos, la posibilidad de empezar una nueva vida, de regresar a su eterno retorno. Para otros, se nos adjudicó una tercera pierna. Un sostén que nos apoya, y para muchos, alas para atreverse, para arriesgar, para re-crearse.
III.- La obligatoriedad de ser conscientes
Así como un país no nace sólo por decreto, tampoco una identidad. Reconocer la existencia de un Estado, es una cosa, construirlo y sobrevivir ante las adversidades es otra.
El antisemitismo y la complejidad de la cuestión judía, de igual manera, no se resuelve por antonomasia con la simple existencia, sino que la esencia de aceptar al otro, al diferente, es aún una ardua tarea que no está resuelta. Debemos tener consciencia de que para el antisemita, siempre estaremos equivocados. Culpables de ser el otro. Culpables de no querer ser como los otros.
Sin embargo, la diáspora debe al Estado de Israel esa obligatoriedad de la consciencia: se terminó con confesarse normalizado e inocente, diferente entre los diferentes; se acabó con la necesidad de tener que jugar al juego del examen continuo y la burla de aceptar de buena gana ser observado, evaluado y anotado de manera recurrente por la mirada suspicaz del consenso mayoritario. Hoy, se rechaza para siempre la idea de un tribunal que se adjudique el derecho de nuestra existencia, que nos sienten en el banquillo de los acusados. Tribunales que condenan al otro de antemano, sólo y simplemente, por el hecho de ser distinto.
La existencia del Estado de Israel es un festejo para la consciencia de todas las minorías en cualquier rincón del mundo. Para todas, sin treguas, sin pausas, sin excepciones.
Es un reclamo de derechos humanos para el conjunto de la humanidad: antes que cualquier definición democrática, antes que cualquier consenso de las mayorías, se debe respetar la dignidad y la autonomía de cada ser humano.
Nunca más, bajo el nombre de “las mayorías”, “de la justicia social”, de “la grandeza y pureza de una nación”, de cualquier excusa o argumento, se puede denigrar el ser autónomo de algún individuo.
Los sesenta años del Estado de Israel, son un manifiesto a la máxima de libertad de todos los hombres. Libertad a creer. Libertad a asociarse. Libertad a no asociarse. En suma, libertad a criticar, a protestar, a cuestionarnos y a diferir.
De importancia no menor, la existencia del Estado de Israel revolucionó, no sólo nuestro consciente, sino también nuestro inconsciente de lo que significamos y de nuestro significante.
El gran lema descartiano “pienso por lo tanto existo” (cogito ergo sum); fue sobreseído por la aseveración: “existo y por lo tanto pienso” (sum ergo cogito). En un principio el sentido de ser judío se contemplaba como un sueño esperanzador: la tierra prometida. El pensar en la idea de un Estado judío le otorgaba una misión de destino al inconsciente colectivo. Pero la imagen del holocausto, reforzada por los memes reiterantes de la persecución intermitente de la historia, transformó el sueño esperanzador en una realidad inexorable: existir para ser.
IV.- La necesidad de ser corresponsable
Israel ya no es la tierra prometida, la novia, la futura imaginaria. La esperanza ha sido sustituida por el esfuerzo cotidiano, por el desierto transformado en oasis por la innovación, por el capital de riesgo, por la modernidad tecnológica, por la dificultad democrática, por las frentes sudadas, por los lenguajes singulares, por la sinergia de lo diverso.
Nuestro con-sentir histórico, nuestro consentir factual y nuestro subconsciente colectivo tienen un antes y un después del holocausto y consecuentemente, un antes y un después, del surgimiento del Estado de Israel.
En lo individual: aún en lo más distante en materia de idioma, territorio, piel y cultura; Israel, por el simple hecho de existir ha transformado de manera íntima, cercana y profunda, mi weltanschauung, mi aquí y mi ahora.
La invitación a este breviario de gratitud, me obliga a reconocer esa dualidad permanente de mexicano-judío. Mexicano que ama y aprecia su nación, su patria, su tierra. Pero simultáneamente, judío, consagrado por esos valores humanistas y tradiciones milenarias, tribales; que de manera sinérgica me cuestionan irremediablemente: ¿quién soy? Y más lacerante: ¿Qué debo hacer?
México es mi país. Ser judío, mi religión. ¿Pero Israel? pregunta que confronta e invita a una contradicción argumentativa aparente. Israel es parte del ser judío (así como ser judío es parte de Israel). Es la sombra que da luz a esa identidad temerosa. Es esa ancla de apoyo. Es ese puerto seguro. Es esa bandera blanca, noble, cobijada por una estrella de esperanza.
El Estado de Israel nos hace conscientes de que vivir con miedo es una elección propia, pero nunca más una realidad inexorable: existe Israel.
V.- Conclusión
Por ello, mi tinta y mi letra hoy celebran: gratitud. Cada uno de los 60 años de la existencia del Estado de Israel significa una porción de seguridad (y de dignidad) devuelta al conjunto de los judíos. El judío ha dejado de depender. ¿Por qué? -Como lo señala Alain Finkielkraut en su extraordinaria obra “El judío imaginario”-: “porque existe un estado judío, un ejército judío, un sello de correo, una moneda, una tierra, que lleva finalmente la estampilla judía”. En suma, porque el judío de la diáspora puede ahora sentir un poder que lo protege, una tierra que lo acoge y una realidad que lo asimila, tal como es.
60 años de existencia implican 60 años de sobrevivencia. De pendientes resueltos y de pendientes por resolver. Uno de los pendientes que reclama urgencia es gratitud: agradecer. Por que muchos hemos gozado de los beneficios de que exista Israel y no hemos internalizado los costos correspondientes por su existencia.
Hay mucho que festejar. Pero no sólo por Israel, sino por la humanidad en su conjunto. Los 60 años de la existencia de Israel, son una celebración que reconoce, más que exaltar, una patria, a un territorio o a una comunidad en particular; celebra la dignidad humana.
Así como cuando muere una persona las campanas doblan por la humanidad en su conjunto. De igual manera, el festejo que celebramos con los 60 años de la existencia del Estado de Israel, retumba en la humanidad entera, porque dignifica la libertad y el respeto al otro.
Por todo lo anterior, no me resta más que escribir, un breviario de gratitud, para Israel, por sus 60 años de existencia”.
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