ELEONORA BRUZUAL
Frente a la adopción por parte de la Unesco de una resolución política palestina falsamente religiosa uniéndose así al coro falaz de los que niegan que Jerusalem es indivisiblemente judía y además cuna del cristianismo, cualquier persona con apego y respeto a la historia debe pronunciarse y protestar.
Y es que este “revisionismo histórico” de la Unesco es simplemente más de lo mismo. Más pruebas de la complicidad y la sumisión que sus miembros, en su gran mayoría, tienen con los islamistas, con sus regímenes y con su barbarie. Así, los que sin miedo y sí con mucho asco tratamos de develar la corrupción y el sesgo que existe en ese otro organismo que mora en el útero malsano en el que se ha convertido Naciones Unidas no sólo lo hacemos por apoyar a la única democracia verdadera que existe en el convulsionado y ensangrentado Medio Oriente, también por el respeto a la historia, reseña magnifica del talento, los avatares, la evolución y el desarrollo de la humanidad.
Lo hacemos para dejar al desnudo a ese compinche decenas de veces mostrado por el Consejo Ejecutivo de la Unesco y cuyos miembros adoptan una resolución palestina elaborada dentro del estilo peligrosamente inflamatorio, siempre unilateral y sesgado hacia los intereses de los estados islámicos, que no cesan en su pretensión de desaparecer los lazos que unen a judíos y cristianos a Jerusalem, poniendo en duda la total conexión entre el judaísmo y el Monte del Templo de la antigua ciudad y la pared occidental de ese Templo de Salomón.
Esta vergüenza institucional contó con 24 votos a favor (incluyendo Irán y Sudán, dos “paladines” del respeto a los derechos humanos), sólo 6 en contra (posiciones correspondientes a EE.UU, Reino Unido, Alemania, Países Bajos, Lituania y Estonia), 26 abstenciones (grupo que integraron Albania, Argentina, Camerún, Costa de Marfil, El Salvador, Francia, Ghana, Grecia, Guinea, Haití, India, Italia, Japón, Kenya, Nepal, Paraguay, Corea del Sur, Saint Kiits and Nevis, Eslovenia, España, Sri Lanka, Suecia, Togo, Trinidad y Tobago, Uganda y Ucrania) -una manera ruin de apoyar veladamente un exabrupto-, sumado a las ausencias “oportunas” de Serbia y Turkmenistán.
Esta ruinosa imagen de una institución, que se hace imposible que respetemos si en verdad damos valor a la rigurosidad histórica y rechazamos la genuflexión frente a un Islam convertido en sindicato del crimen buscando adeptos a través del chantaje, la compra de conciencias siempre a precio de oferta, y la judeofobia como único lazo de unión ente seres cuya motivación es el odio, la venganza y la envidia y que tradicionalmente se han sumergido en ríos de sangre de sus propios correligionarios.
Después de eso, que es primordialmente una nota informativa, voy a pasar a lo que ni puede estar sujeto a interpretaciones interesadas ni podemos permitir que, como los Budas de Bāmiyān (Afghanistan) destruidos por los talibanes o la barbarie del mal llamado Estado Islámico sobre Palmira, el Monasterio Mar Elian, Apamea, Dura-Europos, Mari, aquella floreciente ciudad durante la Edad de Bronce (entre el 3000 y 1600 a.C.) o como los patrimonios históricos en suelo iraquí en Hatra, Nínive, los Museos y bibliotecas de Mosul, Nimrud, la primera capital asiria, fundada hace 3.200 años, Khorsabad, la antigua capital asiria, localizada a pocos kilómetros de Mosul con su palacio construido entre 717 y 706 a.C. por el rey Sargón II, el Monasterio Mar Behnam fundado en el siglo IV, el honor a uno de los primeros santos cristianos, lugar sagrado, mantenido hasta su destrucción por monjes católicos siríacos, y hasta la Mezquita del profeta Yunus en Mosul, dedicada al personaje bíblico de Jonás, a quien los musulmanes consideran un profeta, pero que los sanguinarios yihadistas de ISIS, en una de sus tantas interpretaciones que hieren la memoria humana y son otra muestra del irrespeto extremo del Islam, demolieron con explosivos; no podemos permitir -retomo- que esa atrocidad se repita en Jerusalem, con la anuencia de una organización a la que con razón podemos cambiar su nombre de Unesco a “Un asco”.
Callar me haría además cómplice groseramente ignorante de verdades históricas. Por tanto, a la búlgara Irina Bokova, a sus genuflexos asociados y a los tantos gobiernos que, apoyando o soslayando tan grave hecho, además de complicidad, muestran la ignorancia que campea hoy sobre una humanidad que ha perdido valores éticos e intelectuales, me permito recordarles hechos irrefutables como resultan ser la historia de la ciudad de Jerusalém con sus más de 3.000 años de fundada por David, Rey de Israel; la presencia hace más de 2.000 años de aquel judío que fue Jesús de Nazaret caminando sus senderos empedrados, sacando a los mercaderes de ese Templo que hoy unos paletos vendidos a un postor infame y letal pretenden borrar como parte fundamental del judaísmo y también del cristianismo, ese Jesús crucificado allí bajo un cartelón que lo definía como “Rey de los judíos” y que los romanos bien se encargaron de colocar en los leños de su martirio.
Jerusalém, ciudad conquistada en el 1004 a. C. por David y donde erigió su reino y donde la nación judía estableció su lar. Jerusalém, a donde se llevó el Arca Sagrada después que el rey Salomón, hijo del rey David, construyó el Primer Templo.
Jerusalem, con bastante más de tres mil años de existencia y de presencia judía, ahora resulta que es patrimonio de un Islam mentiroso y prepotente, sanguinario y bárbaro aparecido en las estepas árabes en el siglo VII de nuestra era, producto de los delirios e iluminaciones de un hombre llamado Mahoma. ¡Sacad cuentas pues!
Ciudad Santa en peligro inminente de ser sacrificada por una manada de cobardes que piensan que la gula asesina del islamismo se saciará sólo con Yerushaláyim y con la sangre de la Nación Judía y les perdonarán la vida a ellos y a una Europa donde deberían ya tañer campanas por el dolor de ver morir la civilización judeocristiana.
Llevo también hasta el libro bíblico de los Salmos a tanto ignorante con ínfulas de preservador de la cultura, a tanto vendido, a tanto traidor a su propia verdad y su propia esencia. Le llevo a la Biblia ese compendio de libros que se dice debe su nombre a la ciudad fenicia (Líbano) de Biblos, de donde llegaron los papiros para que sus escribas la crearan en aproximadamente 1000 años entre el 900 a. C. y el 100 d. C.
Les llevo concretamente a los Salmos, que representan el lamento de los judíos cautivos en Babilonia en el período que comprende desde el año 586 hasta 537 antes de la era cristiana. Les conduzco hasta esos cánticos tristes de esos que, infinitamente adoloridos junto a los ríos de Babilonia, se sentaban y lloraban acordándose de Sion. Les traslado a los salmos contenidos en el número 137, y aunque siento un miedo reverencial a lo divino, un miedo a la maldición como posible desencadenante de la ira de Dios, le auguro a los malvados, a los vendidos (que ya enumeré al comienzo) que pretenden hoy hacernos esclavos de inaceptables ambiciones del terrorismo palestino y de componendas entre regímenes tan sanguinarios como los de Sudán, Irán, Omán, Catar, los militares totalitarios de Egipto, y al Líbano de guerras intestinas que han llevado y llevan a miles de sus hijos a un cementerio seguro, a Argelia y Marruecos, no precisamente referentes democráticos, el sino espantoso que los cautivos en Babilonia conjuraban al decir y lo adapto a los infames que piensan que sacrificando a Jerusalém se salvaran: vuestra lengua se pegue al paladar si de ella no se acuerdan, si no enaltecen a Jerusalém como preferente asunto de vuestra alegría.
Acuérdate, oh Dios, de los hijos de Edom que en el día de Jerusalém decían: Arrasadla, arrasadla hasta los cimientos…
Decir yo misma con el fervor que me merece lo justo, lo sacro, lo verdadero: si te olvidara ¡oh, Jerusalem! mi diestra será olvidada.
@eleonorabruzual
Fuente:infobae.com
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