La conjura contra Estados Unidos

BRET STEPHENS

Donald Trump atiza sobre la conspiración completa. Los antisemitas están encantados.

Ellos se reúnen en secreto. Hombres de inmensa riqueza; una mujer de ambición sin límites. Sus pasaportes son estadounidenses pero sus lealtades no lo son. A través de su control de los bancos internacionales y de los medios de comunicación ellos manipulan a la opinión pública y financian el engaño político. Su objetivo es nada menos que la aniquilación de la independencia política de Estados Unidos, y no se detendrán ante nada—incluyendo cometer fraude en una elección presidencial—para conseguirlo.

Llámenlo como lo que es: “Una conspiración en una escala tan inmensa como para empequeñecer cualquier aventura anterior en la historia del hombre.”

Los lectores astutos notarán la cita de un discurso dado en el Senado de Estados Unidos en junio de 1951 por el entonces joven senador de Wisconsin.

Estamos en territorio históricamente conocido. Joe McCarthy la emprendió contra los comunistas en el control del Departamento de Estado. Para Charles Lindbergh eran “agitadores de la guerra,” notablemente los de “la raza judía.”

Y ahora tenemos a Donald Trump contra lo que Laura Ingraham llama “la camarilla globalista”—el último enemigo del exterior y del interior. En un discurso el jueves en West Palm Beach el candidato presidencial republicano pintó un cuadro de una “estructura de poder global” centrada en torno a Hillary Clinton que se propone “tramar la destrucción de la soberanía estadounidense” mientras pone el pie sobre los cuellos de los obreros estadounidenses con fronteras abiertas y convenios comerciales ruinosos.

“No hay nada que el establishment político no hará,” dijo Trump. “Ninguna mentira que no dirán, para sostener su prestigio y poder a costa de ustedes, y eso es lo que ha estado sucediendo.”

Aquí, entonces, estuvo el verdadero Donald, recién salido de su autodeclarada liberación del resto del Partido Republicano. El candidato ya no se contentará más con perseguir misterios de poca monta tales como el certificado de nacimiento del Presidente Obama o la presunta cinta sexual de Alicia Machado.

Ahora él va detrás de la conspiración completa, la que lo explica todo: la elección robada, los inmigrantes mexicanos violadores, el mentiroso New York Times, el robo de los fondos de cobertura, el ISIS creado por Obama, la corrección política, las mujeres insuficientemente atractivas como para tocarlas, los fabricantes chinos, la Fundación Clinton.

No pasó inadvertido que los comentarios de Trump olían a antipatías más oscuras. Un periodista del New York Times sugirió que el discurso “repitió temas antisemitas.” El Daily Stormer, que se nombra a sí mismo como la principal publicación de la derecha alternativa, fue menos delicado, elogiando el discurso por exponer al medio de comunicación masivo como “el portavoz judío mentiroso de las finanzas y la plutocracia internacionales.”

Pero uno no necesita acusar aTrump de ánimo personal hacia los judíos (no hay prueba de ello) para señalar que su candidatura es maná para todo aborrecedor de judíos. El antisemitismo no es sólo un prejuicio étnico o religioso. Es una forma de pensar. Si te inclinas a creer que el mundo es controlado por fuerzas nefastas no vistas, podrías emprenderla contra cualquier cantidad de sospechosos: masones, banqueros centrales, la oficina del exterior inglesa. De alguna manera, los culpables fundamentales generalmente terminan siendo judíos.

Ese es el motivo por el cual es absolutamente poco sabio que los judíos políticamente conservadores hagan causa común con Trump, bajo la teoría de que él sería un cliente más duro en el Medio Oriente que Clinton. Dejen a un lado el hecho que la Sra. Clinton solicitó en privado bombardear las plantas nucleares de Irán en uno de sus discursos filtrados en Goldman Sachs, mientras que Trump ha encontrado la ocasión pública para elogiar tanto a Saddam Hussein como a Bashar al Assad.

Más peligroso es que un gobierno de Trump daría respetabilidad y poder a las voces más de alcantarilla de la política estadounidense. Pat Buchanan sería su padrino intelectual, Ann Coulter y la Srta. Ingraham sus altas sacerdotisas, Breitbart y el resto de la red de la derecha alternativa sus trompetas públicas. Los judíos estadounidenses no debieran tener que revivir la década de 1930 a fin de descifrar lo que podría significar para ellos la “camarilla globalista.”

Los judíos tampoco deben ignorar el reavivamiento del antisemitismo de derecha simplemente debido a que su pariente más cercano—el antisionismo de izquierda—sigue siendo tan potente en los campus universitarios y en los círculos políticos progresistas. La conversión del Partido Republicano a ser un partido poderosamente pro Israel y filo semita es un acontecimiento relativamente reciente. Ninguna ley ordena que esté destinado a ser uno duradero.

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El título para esta columna está tomado de la novela de Philip Roth del año 2004 que imagina lo que podría haber sido para Estados Unidos si Lindbergh hubiese derrotado a Franklin Roosevelt para la presidencia en 1940, firmado pactos de neutralidad con Alemania y Japón e iniciado una campaña de reeducación para los recalcitrantes judíos estadounidenses. La novela toma su fuerza de ser una realidad alternativa demasiado posible de la que nos salvamos, no tanto por la sabiduría del público como por los caprichos de la historia. El capítulo de McCarthy también podría haber terminado en forma diferente, si el propio McCarthy hubiese sido menos bufonesco. Incluso entonces hizo falta valor público para hacerle frente.

La vida imita al arte, y viceversa. Esta vez la conjura contra Estados Unidos de América es una obra no ficticia, su resultado es aún indeterminado, y sus perpetradores son la misma gente que acusa la conspiración.


Fuente:The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México

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