SOEREN KERN
Cada vez más alemanes están abandonado los barrios en los que habían vivido toda su vida, y otros están marchándose definitivamente de Alemania, ya que la inmigración masiva ha transformado partes del país dejándolas irreconocibles.
Los datos de la agencia de estadística alemana, Destatis, revelan que 138,000 alemanes abandonaron Alemania en 2015. Se espera que emigre una cantidad mayor en 2016. En un reportaje sobre la fuga de cerebros titulado “El talento alemán está abandonando el país en desbandada”, Die Welt informaba que más de un millón y medio de alemanes, muchos de ellos con estudios superiores, se han marchado de Alemania en la última década.
Las estadísticas no explican por qué están emigrando los alemanes, pero las pruebas anecdóticas indican que muchos están empezando a ser conscientes del verdadero coste –económico, social y cultural– de la decisión de la canciller, Angela Merkel, de permitir que más de un millón de migrantes –en su mayoría musulmanes– entraran en el país en 2015. Se espera que entre un mínimo de 300,000 migrantes más en Alemania en 2016, según Frank-Jürgen Weise, director de la oficina de migración del país, BAMF.
La migración masiva –entre otros muchos problemas– ha contribuido a generar la creciente sensación de inseguridad en Alemania, que está experimentando un pico en delincuencia de migrantes, incluyendo una ola de violaciones y agresiones sexuales. También está acelerando la islamización de Alemania. Muchos alemanes parecen estar perdiendo las esperanzas sobre el futuro rumbo del país.
En el apogeo de la crisis migratoria en octubre de 2015, unos 800 ciudadanos se congregaron en el ayuntamiento de Kassel/Lohfelden para protestar por una decisión unilateral del gobierno local de crear centros de acogida para los migrantes en la localidad. El presidente de Kassel, Walter Lübcke, respondió diciéndoles a los críticos de la política migratoria de puertas abiertas del Gobierno que “son libres de irse de Alemania cuando quieran”.
Esta actitud se reflejaba en un osado artículo publicado este mes en el periódico Der Freitag(también publicado por el Huffington Post holandés, que después lo borró). En el artículo, un migrante sirio de 18 años llamado Aras Bacho, instaba a los alemanes molestos por la crisis migratoria a marcharse de Alemania. Él Escribió:
Los refugiados […] estamos hartos de los ciudadanos enfadados (Wutbürger). Nos insultan y se alteran como locos… Todo el rato hay provocaciones de racistas en paro (Wutbürgern), que se pasan el tiempo en internet y esperan a que aparezca en la red un artículo sobre los refugiados. Y entonces empiezan con los comentarios desvergonzados. […]
Hola, ciudadanos enfadados en paro (Wutbürger) en internet. ¿Qué estudios tienen? ¿Hasta cuándo van a seguir distorsionando la verdad? ¿No saben que están propagando mentiras todos los días? ¿Qué habrían hecho ustedes en nuestra piel? Bueno, ¡habrían salido corriendo! […]
Los refugiados […] no queremos vivir en el mismo país que ustedes. Ustedes pueden –y creo que deberían– marcharse de Alemania. Y por favor, lleven a Sajonia y a Alternativa para Alemania (AfD) con ustedes. […]
Si Alemania no les encaja, ¿por qué viven aquí? ¿Por qué no se van a otro país? Si este es su país, queridos ciudadanos enfadados (Wutbürger), entonces compórtense con normalidad. Y si no, pueden huir de Alemania y buscar un nuevo hogar. Vayan a América, con Donald Trump. Él les dará mucho cariño. ¡Estamos hartos de ustedes!
En mayo de 2016, la revista Focus reveló que los alemanes se han estado mudando a Hungría. Un agente inmobiliario de una ciudad cercana al Lago Balatón, un popular destino turístico en el oeste de Hungría, dijo que el 80 % de los alemanes que se está realojando allí dice que la crisis migratoria ha sido la principal razón de su decisión de abandonar Alemania.
Un ciudadano alemán anónimo que migró de Alemania recientemente escribió una “Carta abierta al Gobierno alemán”. El documento, publicado en la web Politically Incorrect, dice:
Hace unos meses emigré de Alemania. Mi decisión no se debía a motivos económicos, sino principalmente por mi descontento con las actuales circunstancias políticas y sociales de mi país. Dicho de otro modo: creo que yo, y específicamente mis hijos, podríamos tener una vida mejor en otra parte. Por “mejor”, en este contexto, me refiero fundamentalmente a una vida de libertad, autonomía y salarios dignos en relación con los impuestos. […]
No quiero, sin embargo, cerrar discretamente la puerta al salir y marcharme sin más. Por ello, quisiera explicar aquí, de manera constructiva, por qué decidí abandonar Alemania.
1. Creo que el islam no pertenece a Alemania. Lo considero una entidad extranjera que ha traído a Occidente más problemas que beneficios. A mi juicio, muchos seguidores de esta religión son groseros, exigentes y despectivos hacia Alemania. Me parece que, en lugar de frenar la islamización de Alemania (con la consiguiente pérdida de nuestra cultura y nuestra libertad), la mayoría de los políticos están más preocupados por ser reelegidos, y que por lo tanto prefieren ignorar o minimizar el problema del islam.
2. Creo que las calles alemanas son menos seguras de lo que deberían, teniendo en cuenta nuestras oportunidades tecnológicas, legales y económicas.
3. Creo que la UE tiene un déficit democrático que coarta mi influencia como ciudadano demócrata.
4. Creo que la inmigración está produciendo grandes e irreversibles cambios en la sociedad alemana. Me indigna que ésto esté ocurriendo sin la aprobación directa de los ciudadanos alemanes, sino que se les esté dictando a ustedes, ciudadanos alemanes, y a la siguiente generación.
5. Creo que los medios alemanes están renunciando cada vez más a su neutralidad, y que la libertad de expresión en este país sólo es posible con ciertas limitaciones.
6. Creo que se corteja a los alemanes holgazanes, mientras que se fustiga a los que son diligentes.
7. Creo que es una vergüenza que los judíos de Alemania tengan que sufrir otra vez miedo por ser judíos.
Muchos alemanes han percibido la tendencia hacia la integración inversa, según la cual, las familias alemanas tienen que adaptarse a los hábitos y costumbres de los migrantes, y no al revés.
El 14 de octubre, el periódico muniqués Tageszeitung publicó una sentida carta de “Ana”, una madre de dos hijos, que escribió sobre su decisión de mudarse con su familia fuera de la ciudad, porque los migrantes le estaban haciendo la vida imposible allí. En la carta, dirigida al alcalde de Múnich, Dieter Reiter, escribió:
Hoy quiero escribirle una carta de despedida (Abschiedsbrief) sobre por qué mi familia y yo nos marchamos de la ciudad, aunque probablemente a nadie le importe.
Tengo 35 años, y vivo aquí con mis dos hijos pequeños y mi marido en una buena casa adosada con garaje. Así que podrá observar que nos va bastante bien para los niveles de Múnich. Vivimos muy bien, con mucho espacio y cerca de un parque. Así que, ¿por qué una familia como la nuestra decidiría marcharse de la ciudad? […]
Supongo que usted y sus hijos no usan las instalaciones públicas; que no utilizan el transporte público; y que no van a colegios públicos en “zonas conflictivas”. También supongo que usted y otros políticos rara vez dan un paseo por aquí, si es que lo dan.
Pues bien. Un lunes por la mañana, acudo a un desayuno de mujeres del barrio, organizado por el Ayuntamiento de Múnich. Allí me reúno con unas 6 u 8 madres, algunas con sus hijos. Todas ellas llevaban velo y ninguna hablaba alemán. Los organizadores del evento me informaron enseguida que probablemente me resultaría difícil integrarme allí (¡con esas exactas palabras!). Debí señalar que yo era alemana. Hablo alemán con fluidez y no llevo velo. Así que esbocé una breve sonrisa y dije que trataría de integrarme. Por desgracia, llevé un bocadillo de salami y jamón para el desayuno, ya que a todas se nos había pedido que lleváramos algo. Así que, lógicamente, mis posibilidades de integrarme eran cada vez menores.
No pude hablar en alemán con nadie en ese desayuno con mujeres, cuyo supuesto fin es promover la integración, ni nadie tenía el menor interés en hacerlo. Los organizadores no insistieron en que nadie hablara alemán, y las mujeres, que parecían ser parte de un grupo establecido árabe-turco, sólo querían utilizar la sala.
Después pregunté sobre el almuerzo con las familias. […] Me avisaron que se haría en salas separadas. Los hombres por un lado y las mujeres por otro. Al principio pensé que era una broma. Por desgracia, no lo era. […]
Así que mi impresión de estos eventos para promover la integración es desastrosa. ¡No se produce ningún intercambio! ¿Cómo puede tolerar el Ayuntamiento de Múnich algo así? A mi juicio, se debe cuestionar el concepto general de estos eventos para promover la integración. ¡Se me informó que no podía incluir cerdo en la cesta de la comida de mi hijo! ¡¿Oigan?! ¡ Estamos en Alemania! […]
En resumen, vi una serie de circunstancias que hicieron que no me sintiera bien recibida aquí. Que nuestra familia no encaja aquí. Mi marido dice que a veces se siente como si fuésemos la minoría más numerosa, sin un lobby que nos defienda. Para cada grupo hay una institución, un centro, un interés público, pero para nosotros, una pareja heterosexual casada con dos hijos, con trabajo, sin discapacidades y que no profesamos el islam, para gente como nosotros, no hay ningún interés de nadie.
Cuando conté en el parvulario de mi hijo que estábamos sopesando mudarnos de la ciudad y expliqué los motivos, los directores me atacaron con vehemencia. Por gente como nosotros –decían– no funciona la integración, precisamente porque nos llevamos a nuestros hijos. Al menos otras dos madres se han vuelto muy intimidatorias. La dirección del colegio me ha tachado ahora de “xenófoba”.
Esta es exactamente la razón por la que gente como yo perdemos la paciencia y optamos por votar a otros partidos políticos […] Francamente: he recorrido medio mundo, tengo más amigos extranjeros que alemanes, y no tengo en absoluto ningún prejuicio o aversión hacia otros a causa de su origen. He visto mucho mundo, y sé que el modo en que se está llevando a cabo aquí la integración hará que otras personas lleguen a la misma conclusión que nosotros: o enviamos a nuestros hijos a colegios y guarderías privadas, o nos mudamos a otras comunidades. En fin, pues ¡hasta la vista!
*Soeren Kern es analista de política europea para el Instituto Gatestone en Nueva York.
Fuente: es.gatestoneinstitute.org
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