Los trucos psicológicos que se utilizaron para derrotar a Hitler

RAQUEL MÁRQUEZ

Un nuevo libro desvela los métodos de información de los británicos para manipular la opinión pública en favor de los aliados.

¿Son las armas y las amenazas lo que cambia el mundo? Es posible, aunque en la era de internet sabemos mejor que nunca que la información es crucial. Quien maneja los discursos dominantes tiene mucho ganado y, en tiempo de guerra, manipular a las masas es aún más fácil. El miedo, el prejuicio y la urgencia juegan a favor de los rumores maliciosos más útiles para destruir al enemigo.

Un nuevo libro sobre el tema, ‘Persuading the People: British Propaganda in World War II’ (British Library), del historiador David Welch, ha listado las estrategias más exitosas que el gobierno británico desplegó durante aquellos años que cambiaron el mundo (para mal) y Fiona Macdonald lo ha reseñado para ‘BBC’. Welch señala el difícil equilibrio que se buscaba: tras la I Guerra Mundial, la propaganda oficial se había convertido en sinónimo de mentira y desinformación, y había que intentar seguir influyendo en las ideas de la población sin resultar cínicos, contando la verdad siempre que fuera posible.

Eslóganes

En 1940, se nombró a John Reith, Director General en funciones de la BBC, Ministro de Información. En palabras de Welch, “se basó en dos axiomas fundamentales para la imparcialidad en la guerra: las noticias tenían que ser a la propaganda lo que las tropas de asalto al campo de batalla y debían contar la verdad, nada más que la verdad, y acercarse lo más posible a toda la verdad”. En cuanto a las técnicas de manipulación de la opinión pública, siguieron desarrollándose y poniéndose a prueba. Un informe encargado por Chatham House en 1939 estableció 86 reglas para lograrlo.

Lo que revelan es “interesante” para el historiador: “Los que redactaron las normas del documento estaban familiarizados con la visión de la propaganda que da Hitler en ‘Mein Kampf’ (‘Mi lucha’). No solo eso, sino que parecen apoyar esos principios. Por ejemplo, el documento habla de apelar al instinto de las masas antes que a su razón, y subraya la importancia de fabricar eslóganes y la importancia de repetirlos”.

Muerte al régimen

La segunda estrategia psicológica de los aliados fue la ‘Anger Campaign’ (Campaña de la Ira): “El Ministerio de Información había decidido que la verdad debía ser el arma principal para atacar al enemigo en la mente del público”, escribe Welch. “Sin embargo, los amargos y dramáticos sucesos del verano y el otoño de 1940 llevaron a un enfoque más drástico que enfatizara la brutalidad del régimen nazi”.

Al principio de la guerra, en el Ministerio había “impaciencia y una implícita falta de confianza en el público: se creía que eran, en la definición del Ministro de Información Lord Macmillan, ‘pacientes, sufridos, lentos de reacción para la ira y, más aún, para el odio’. Se pensaba que el hombre trabajador en particular tenía poca capacidad de comprensión acerca de las consecuencias de la victoria nazi y que necesitaba una voz de ‘firmes'”.

La Campaña de la Ira tenía que ser una sacudida que abriera camino a lo que el Ministerio consideraba una “peligrosa complacencia” con líneas agresivas como “El huno está a las puertas. Se revolverá y destruirá. Matará a mujeres y niños”. Si no encajaba con la visión de los más cultos sobre la identidad del pueblo alemán, lo mejor era encarar el problema. El escritor y locutor británico J. B. Priestley participó en hacer algo más sutil el discurso del odio, hablando en la radio de la cara más positiva de Alemania: música, arte, bellos paisajes… para acto seguido decretar que todo eso había terminado con los nazis. Lo que quedaba del país europeo era solo, según el artículo de BBC, “la cara oscura, de promesas rotas y engaño interminable, la policía montada en el papel de Soldados Imperiales de Star Wars, la temida Gestapo y los sótanos sangrientos”.

Rumore, rumore

Tras desatarse la guerra total, aún peor que la de la I GM, hacía falta sumar civiles al esfuerzo de guerra, y entonces sí, volvió a resucitar la propaganda en todo su esplendor. No había que convencer solo a los soldados para alistarse y morir, sino a toda la población para que luchara como un solo hombre: comenzó “la guerra de la gente”, en la que todos estaban en la trinchera; al menos en la mental.

Se empezó a alertar de los espías que supuestamente infestaban el ambiente normal de cada ciudadano: “No lleve diarios personales, podrían caer en manos del enemigo”, era la consigna de uno de los carteles que circularon. Tras la batalla de Dunquerke junto a los franceses, que terminó con la costosa evacuación de los soldados británicos, se explotó la posibilidad de que hubiera habido una Quinta Columna funcionando como avanzadilla del ejército alemán. El Ministerio de Información popularizó la terrorífica frase ‘La charla indiscreta cuesta vidas’, que empujaba a la desconfianza hacia el vecino, el “enemigo desde dentro”. Se inventaron personajes de ficción, como el Señor Secretitos (‘Mr Secrecy Hush-Hush’) o o la Señora Bocazas (‘Miss Leaky Mouth), que se iban de la lengua, y se pedía a la gente que denunciara a la policía a todo aquel que actuara como ellos.

V de Victoria

Una de las campañas de información que más caló fue la famosa ‘V de Victoria’, lanzada por la propia BBC en julio del 41. El historiador cuenta en su libro que la idea “se inspiró en Victor de Laveleye, ex-ministro de justicia de Bélgica que dirigía las emisiones francófonas de la BBC en este país. Él fue quien impulsó a sus compatriotas a usar la inicial de la palabra francesa ‘victoire’ como un emblema de unión, ya que es también la primera letra del vocablo inglés ‘victory’ y de la palabra flamenca y holandesa para ‘libertad’ (‘vrijheid’), convirtiéndola en un símbolo multinacional de solidaridad”.

“Se urgía a los oyentes que se encontraran en la Europa ocupada que mostraran su apoyo a los aliados garabateando la letra V por cualquier parte siempre que pudieran”.

Lenguaje universal

La expresión en código Morse para la letra V (punto-punto-punto-raya) encontró ecos en las primeras notas de la Quinta Sinfonía de Beethoven, y en el servicio europeo de la BBC Douglas Ritchie la usó como sintonía para su programa. Welch escribe: “Los oyentes debían replicar el sonido en la forma que pudieran. A lo ancho de la Europa ocupada, la gente dibujaba la V y daba golpecitos en código Morse como símbolo de resistencia”. El eslogan, explica Welch, iba dirigido a las naciones ocupadas, pero triunfó en Gran Bretaña. El 19 de julio del 41, Churchill dio el primer discurso en que hizo la V con los dedos.

Propaganda de ‘punchline’

En la Primera Guerra Mundial el gobierno británico se centró en los actos más violentos del enemigo, sobre todo en los que tenían víctimas civiles en manos de los ‘hunos’, pero en el período de Entreguerras el público había llegado a la conclusión de que esas historias se habían fabricado o exagerado. No era el camino para subir la moral y aumentar el odio a los alemanes. Además, esa mecha estaba ya prendida gracias a la Campaña de la Ira.

‘Punchline’ significa ‘remate’ ingenioso de un chiste, o verso terminante en una letra de rap. Es, literalmente, una línea de texto que pega, que golpea.

En la siguiente fase propagandística, este fue el camino a seguir, haciendo parecer a los nazis seres ridículos, pomposos, de ambición territorial desmedida, que tenían a Gran Bretaña en sus objetivos invasores. Todo gracias al humor, como en el programa radiofónico de Tommy Handley ‘It’s Than Man Again’ (ITMA), donde Handley interpretaba al personaje alemán titular de lo que llamaban ‘Ministerio de Irritación y Novelas de Misterio de la Oficina de los Bobalicones”.

Ridiculizar al enemigo gracias a la ficción, en este caso llamándolo mentiroso y estúpido, es más duradero y creíble que hacerlo con razonamientos o demonizaciones obvias. Aunque a largo plazo puede haber un efecto boomerang, como en el caso de ‘Caiga quien caiga’ y Esperanza Aguirre, es perfecto para conseguir resultados inmediatos, como los que requiere la guerra… o unas elecciones. Dice Welch que “los personajes de ITMA se volvieron más grandes que la vida y sus latiguillos marcaban las conversaciones en las fábricas en la vida cotidiana”.

Satirizar al enemigo

Otro punto en que la inteligencia británica durante la guerra nos recuerda a las estrategias de comunicación política de hoy es la sátira, similar a la actual en redes sociales, que se podía ver en el cine, un medio masivo y mucho más popular entonces que ahora. Charles Ridley, según Welch, “fue inteligente al reeditar para el Ministerio de Información un metraje real de soldados nazis caminando con andares de pato en Nuremberg, tomado de la película de Leni Riefenstahl ‘El triunfo de la voluntad’. El film, ideado a mayor gloria del Partido Nazi y estrenado en su Congreso de 1934, se convirtió para los aliados en la tonadilla popular ‘El andar del borrego’.

“Poniendo las imágenes a cámara rápida, la incipiente amenaza de las SS se diluía y sus formaciones, dirigidas por un Hitler ridículo, se volvían cómicas, como en la tradición del cine mudo”. Si tienes un enemigo de verdad temible, la risa puede ser mejor que el miedo. “Psicológicamente, ridiculizar y satirizar a Hitler y sus ejércitos es lograr poder sobre él”.

Predicar al converso

Era sencillo combatir con la pura verdad desde el momento en que los nazis amenazaban cada día a los no-arios y, en palabras de Welch, “subvertían el sistema educativo para sus propios fines ideológicos”. Se usaron los discursos reales del Obispo Clemens August Graf von Galen de Münster, que denunciaba desde allí los desmanes sin ley de la Gestapo. LA RAF distribuyó copias de estos sermones por toda la Alemania Nazi, y se reprodujo su contenido en una publicación llamada ‘La Gestapo contra la Cristiandad’.

Convertir al enemigo en aliado

En cambio, decir toda la verdad sobre los rusos planteaba más problemas. Los estereotipos anteriores, y el miedo al peligro rojo tenían que dar paso a otra imagen en la mente del público. Así que la estrategia fue “ignorar por completo la ideología soviética y concentrarse en la ‘camaradería’ y en la lucha contra un enemigo común: ‘Su lucha es nuestra lucha'”.

Tras la duramente ganada victoria de Stalingrado, en 1943, el Ministerio de Información incluso organizó una velada de celebración en el Royal Albert Hall con lecturas de Laurence Olivier y John Gielgud. La alta cultura británica más asimilada por ‘el pueblo’ quedaba asociada al Ejército Rojo y al propio Stalin, al que la propaganda británica anterior había pintado como el dictador mentiroso y conspirador que realmente era. Convertirle en un tipo de fiar en tiempo récord fue todo un reto. ¿Cómo se consiguió? Según el libro, “centrándose en el coraje y el espíritu luchador del pueblo ruso y presentando a Stalin como un nacionalista paternal”.

¿El fin justificó los medios? Juzguen ustedes mismos.

Fuente:elconfidencial.com

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