JULIÁN SCHVINDLERMAN
La Unesco es una broma de mal gusto y su patético sentido de la comicidad no tiene límites. En sucesivas resoluciones politizadas, ha arrancado la historia judía de Jerusalem y reafirmado el carácter exclusivamente islámico de la ciudad santa.
Según la Unesco, el Muro de los Lamentos es un lugar sagrado musulmán. Cualquier historiador objetivo sabe que eso es una patraña: el Primer Templo judío fue construido ochocientos años antes del nacimiento de Jesús y mil cuatrocientos años antes del de Mahoma. Siglos antes de que el cristianismo y el islam emergieran, Jerusalem ya era la capital de un reino judío y los Templos habían adornado su paisaje. El Primer Templo fue destruido por los babilonios en el año 586 aec y el Segundo Templo fue arrasado por los romanos en el año 70 ec. En un acto extraordinario de supremacismo religioso, sobre sus ruinas los musulmanes edificaron el Domo de la Roca en el año 692, y la Mezquita de Al Aqsa doce años después.
Sólo sobrevivió una muralla externa de estos templos, conocida como Muro de los Lamentos, ante la cual los judíos han elevado sus plegarias desde tiempo inmemorial. Catorce siglos más tarde, por iniciativa de naciones musulmanas, la Unesco asegura que ese muro sólo reviste importancia para el islam.
¿Importan las resoluciones de la Unesco? No verdaderamente. Como bien decía el escritor Marcelo Birmajer en una nota en el diario argentino Río Negro, este foro de la ONU puede aseverar mañana que los aztecas no existieron o que los nazis ganaron la Segunda Guerra Mundial. Los árabes tienen los votos suficientes para ello. Israel, indignada, retiró a su delegado de allí y canceló toda futura cooperación con el organismo. Bien hecho. Las demás naciones libres del mundo debieran imitar esta conducta. Sin embargo, no lo harán. Y aquí está el nudo del problema. No es lo relevante aquí el universo ficticio de las resoluciones alucinantes de la Unesco, sino la traición –concreta, dolorosa– de las naciones libres a Israel, al pueblo judío y a su propio pasado cristiano.
¿No fue en este Templo, acaso, donde el judío Jesús de Nazaret echó a los mercaderes durante la Pascua, según los Evangelios? Si el Templo que visitó Jesús es una mentira judía, entonces ¿dónde queda parado el relato del Evangelio cristiano sobre la Vía Dolorosa, el Gólgota, el Santo Sepulcro? Si la historia judía es falsa, ¿qué tiene de verídica la narrativa cristiana que en ella se sustenta? ¿No tiene nada que decir el Vaticano sobre este negacionismo histórico escandaloso por parte de Unesco?
Y al papa Francisco, siempre atento al mínimo detalle de la política local argentina al otro lado del océano, ¿acaso se le ha pasado por alto semejante grosera aberración histórica en la ONU, en la propia Europa? Francisco dijo cierta vez que los cristianos, para comprenderse a sí mismos, “no pueden dejar de remitirse a sus raíces judías”. En París, la Unesco acaba de repudiar la historia cristiana, con origen en Jesús y los judíos, ¿y el Papa permanece mudo en Roma? ¿Y el resto de la jerarquía vaticana? ¿Por qué no oímos las quejas de sus nuncios y delegados apostólicos? Y no menos acuciante: ¿dónde están los socios cristianos y musulmanes del mentado diálogo interreligioso en esta hora angustiante? ¿Dónde están sus protestas? ¿Dónde sus expresiones de solidaridad con sus hermanos judíos? ¿Por qué no está internet saturada de campañas judeo-cristianas o judeo-islámicas de las múltiples instituciones dedicadas al diálogo confesional en contra de estas resoluciones fraudulentas de la Unesco? Al momento de escribir estas líneas, este silencio es ilustrativamente ensordecedor.
A este abandono religioso se adiciona el papelón diplomático. México votó a favor de la resolución y luego se arrepintió. Algo parecido ocurrió a comienzos de año con otra resolución similar que recibió el apoyo inicial de Brasil y Francia, que luego se dieron vuelta como un panqueque. Insólito. Y la Argentina, que previamente votó a favor, esta vez se abstuvo. ¿De veras cree la canciller Malcorra que esta es una postura digna o justa? Esta votación ha sido también un fiasco para el primer ministro Netanyahu, que el mes pasado ante la Asamblea General de la ONU fanfarroneó con que de ahora en más los países árabes, cansados del interminable conflicto con los palestinos y preocupados por la expansión regional iraní, votarían a favor de Israel en su recinto. Pues bien, Egipto y Jordania (con acuerdos de paz con Israel), así como Qatar, Argelia, Marruecos, el Líbano y Omán respaldaron la iniciativa palestina. El viejo Medio Oriente es terco. Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y otros se han opuesto a este ejercicio de barbarie diplomática. Okay, son los respaldos que cuentan realmente: los de las democracias liberales.
Pero la Unesco verdaderamente ha echado luz sobre la soledad política de Israel y religiosa de los judíos.
Aislar diplomáticamente al pueblo y al Estado de Israel ha sido por largo tiempo una especialidad de la ONU. Y se le debe reconocer su eficiencia en ello. Sus resoluciones ridículas son una mancha para su historia institucional y un estigma para los países que no las rechazan. Pero tienen el atributo de dejar al descubierto la desoladora soledad internacional de Israel.
Fuente:elmed.io
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