Perashá Noaj: El descubrimiento de la mortalidad

¿Qué es lo que provocó el diluvio? ¿Un meteorito? ¿Un cataclismo universal? ¿Un cambio climático? La Torá no es un libro común. Es un libro divino. Y como tal, exige una lectura no convencional. Esa lectura implica, entre otras cosas, leer los silencios del texto, leer entre sus líneas y, particularmente, saber que nada está allí innecesariamente.

RAB YOSEF BITTÓN

En el quinto capítulo de Bereshit (Génesis) en la Perashá de la semana pasada, leemos la historia de la genealogía humana: La Torá nos trae una lista, aparentemente superflua, de los años que vivió cada uno de los descendientes de Adam, el primer hombre. Un total de 9 generaciones de hombres muy longevos. El récord lo tiene (hasta el momento…) Metushelaj -Matusalén- que vivió 969 años. De cualquier manera, la pregunta sigue allí: más allá de satisfacer nuestra curiosidad histórica, ¿qué nos enseña este registro civil de las edades de los primeros humanos? ¿Para qué necesitamos tanto detalle?

Si observamos con detenimiento los años de vida de cada uno de estos protagonistas, descubriremos algo maravilloso.

Lémej nace en el año 874, contando desde el “nacimiento” de Adam (=su creación, año cero). Adam muere a los 930 años. Entre el año 874 y el año 930, todos estos hombres, “los inmortales”, y sus miles de descendientes vivieron al mismo tiempo. El año 930 se produce un evento extraordinario. Muere Adam, el primer hombre. Los hombres ya sabían que un ser humano puede morir por accidente o ser asesinado, como Abel. Pero aquí, por primera vez, se produce la muerte natural. HaShem ya le había dicho a Adam que no viviría por siempre, que no era eterno. Pero esa advertencia tardó más de nueve siglos en concretizarse. Suficiente tiempo para que los seres humanos se hayan hecho a la idea de que eran inmortales.

La muerte natural de Adam fue un tremendo shock. Lo único que podía aliviar ese miedo era suponer que la advertencia de Dios afectaría solamente a Adam, como individuo, por su desobediencia. Pero en el año 987 (¡uno tiene que hacer la cuenta por sí mismo!) se registra la segunda muerte natural: Janoj, que fallece a la tierna edad de 365 años… Esta segunda muerte ya no se podía atribuir a la desobediencia.

La Torá dice explícitamente que Janoj era un hombre que se encaminaba por el camino divino (Gen. 5:24). La muerte de Janoj fue un evento estremecedor. La Torá lo describe con palabras que parecen indicar la sorpresa y el miedo al misterio de la muerte, propias de una época donde fallecer era una novedad tan grande, que aún no había una palabra que la describiera.  El texto no dice que janoj “murió”: Dice (idem.) “y Janoj ya no está, porque Dios se lo llevó”.

La tercera muerte natural es la de Shet, el hijo de Adam. Esto ocurre en el año 1042. Y la tercera es la vencida… Ahora ya es un hecho: la muerte está aquí, y para quedarse. Así la humanidad descubre la mortalidad. La reacción de los hombres frente a la inevitabilidad de la muerte se describe en el sexto capítulo. Y no fue positiva. Todo lo contrario. La conciencia de la mortalidad causó una enorme frustración y un pánico que puso de manifiesto lo peor del ser humano. Como en esos escenarios de Hollywood que describen la inminente caída de un meteorito que destruirá a la tierra. Los hombres que saben que van a morir quieren “disfrutar” al máximo, materialmente, el tiempo que les queda de vida. Como dijo Yeshayahu (22: 13), citando la filosofía de vida de los hombres sin Torá: אכול ושתה, כי מחר נמות, “Comamos y bebamos [todo lo que podamos] ya que igual mañana nos vamos a morir”.

Una frase en el texto de la Torá revela algo de esa nueva condición humana: “Y vieron los hombre poderosos a las hijas [de otras familias, tribus. etc.] y tomaron [por la fuerza] todas las mujeres que quisieron”. Nuestros rabinos agregaron que la generación previa al diluvio no sólo se destacó por la violencia sexual, sino también por la corrupción, la anarquía, la opresión del más débil, el crimen viralizado y especialmente la falta de ley, orden y justicia.

En esa situación HaShem decide dos cosas: 1. Acortar la vida humana (algo que irá ocurriendo gradualmente) y 2. Traer el diluvio, que será un “reset” de la civilización humana.

Ahora entendemos que lo que causó el diluvio no fue un meteorito: fue ese estado de degeneración, violencia, caos y corrupción de los hombres que reaccionaron incorrectamente al descubrimiento de la mortalidad humana.

Noaj, el protagonista de nuestra Perashá, es el primer hombre que nace (año 1056) en un mundo de mortales conscientes. Al terminar el diluvio Noaj recibirá el primer código de leyes, 7 normas básicas que condenan el asesinato, el robo, la promiscuidad, etc., y codifican el establecimiento de tribunales de justicia que eviten la impunidad. Todo esto va a ayudar a que se cree un nuevo clima de ley y orden.

Pero habrá que esperar otras 10 generaciones más para que otro hombre, Abraham Abinu, y sus descendientes, hagan un segundo descubrimiento: que la mortalidad afecta solamente al cuerpo del hombre. Su espíritu, su neshamá, sobrevive a la muerte física. Y que lo que hacemos o dejamos de hacer en esta limitada existencia, afecta la calidad de la vida después de esta vida. Y que, como dice Pirqué Abot, estos 120 años son un corredor, una preparación, para la vida del mundo por venir.

Fuente: halaja.org

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