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jueves 21 de noviembre de 2024

Peter Erben, el defensa de Terezín que sobrevivió al holocausto nazi

Un papel, una máquina de escribir y muchos recuerdos de una época oscura.

JOSÉ IGNACIO PÉREZ

El nazismo, el exterminio judío. O la penumbra. Todo mezclado con el fútbol, la esperanza de vivir. O la claridad. Una carta, unas frases. Y el testimonio impreso de Peter Erben, su memoria en negro sobre blanco. Empieza el partido en el gueto. “Yo jugaba muy bien y era defensa. En Terezín, formaba parte del equipo de los Jugendfürsorge [Ayuda a la infancia] y éramos de los mejores que había. Durante toda mi vida he sido un atleta y antes de la guerra también estuve en el Maccabi Brno [un club de esa ciudad checa]. En el gueto, el fútbol fue una de las mejores formas de hacer deporte y tanto a los internos jóvenes como a los más mayores nos gustaba mucho”.

Judío, superviviente del Holocausto y futbolista, Peter Erben, que vive en Ascalón (Israel), tiene 94 años y fue protagonista de los partidos que se disputaron en la Liga de Terezín, un campeonato organizado durante varios años por los judíos cautivos de los nazis en la II Guerra Mundial. Él estuvo allí, él jugó y él vivió para contarlo, otros no. Porque muchos de los prisioneros del gueto, de sus compañeros de equipo y de sus rivales en aquel torneo perecieron en Auschwitz poco después. Pero Erben, que esperaba con angustia, como todos, el terrible día de la deportación, se salvó.

Sucedió a mediados del siglo XX. En la época de Hitler, Himmler, Heydrich y el III Reich. El terror. Los guetos y los campos de concentración. La persecución judía. La Solución Final. Yel fútbol, esa válvula de escape para los perseguidos y ese modo de sobrevivir de los condenados; pero también el camuflaje de los captores para esconder la realidad al mundo exterior. “Los nazis nos permitían jugar porque estaban interesados en que se viera en el gueto una atmósfera que recreara actividades de ocio. Lo que quería decir que después de trabajar duro teníamos tiempo para nosotros y no preparábamos peleas”, explica Erben, que también estuvo preso en Mauthausen.

También conocido por Theresienstadt, en alemán, la ciudad de Terezín está ubicada unos 60 kilómetros al norte de Praga (República Checa). Ocupada por los nazis en junio de 1940, la Gestapo instaló una prisión en la Pequeña Fortaleza, su parte amurallada. Hasta que, el 24 de noviembre de 1941, se convirtió en un gueto y, después, en un campo de concentración, un lugar desde el que -por su situación geográfica estratégica- distribuían a los judíos a centros de exterminio como Auschwitz o Treblinka. Unas 160.000 personas pasaron por Theresienstadt. Y alrededor de 88.000 fueron enviadas a la muerte desde allí.

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El fútbol desde 1942

En los primeros tiempos de la ocupación alemana de Terezín -hay testimonios que aseguran que incluso se jugaba al fútbol en diciembre de 1941- ya se empezaron a organizar los partidos. Erben, sin embargo, explica en su carta que, según sus recuerdos, los encuentros comenzaron meses después. “En 1942, hubo amistosos en el Bastei, mientras que la Liga y la Copa se disputaron desde 1943 hasta 1944 en el Barracón Dresde. Los jugadores eran los que estaban en la edad, es decir, los mayores de 18 años. Los equipos estaban formados por siete futbolistas, porque el campo era más pequeño de lo normal, pero, a pesar de esto, se jugaba bien al fútbol”, escribe.

La Liga la organizaron los judíos del gueto con el permiso de las autoridades nazis y la idea nació como una necesidad de conservar algo de la libertad perdida. El fútbol estaba muy presente en Terezín. Se jugaban partidos cada semana. Y eran un acontecimiento. Un espectáculo para olvidar el horror en el que estaban inmersos. Las condiciones de salubridad y la alimentación no eran las mejores. Muchos murieron. Según algunos estudios, más de 35.000 personas perecieron allí por enfermedad o malnutrición. Theresienstadt no fue tan brutal como los guetos de Polonia o Lituania, pero se cobró la vida de multitud de judíos. “A muchos los mandaron a Auschwitz, donde fueron gaseados”, recuerda Erben.

La planificación del torneo fue exhaustiva. No se dejaba al azar ni el nombre de los equipos, que se decidía según la profesión a la que se dedicaban sus jugadores en el gueto. De ahí que existieran los Carniceros, los Horticultores, El Guardarropa… O también por la denominación de los clubes profesionales de los que eran seguidores. Por eso, otros se llamaban Hagibor, Maccabi, Sparta, Hakoach…

La ‘prensa’ deportiva clandestina

Participaban una docena de equipos, había colegiados para dirigir los partidos, se actualizaba la clasificación cada jornada y se escribían crónicas de los encuentros en las revistas clandestinas del gueto. Una de ellas era Kamarad, que se editaba en el bloque Q 609, el hogar de niños. Al principio, se publicaba todos los viernes, pero con el paso del tiempo, y debido a las dificultades, la periodicidad fue más irregular. En los ejemplares que se conservan, se encuentran referencias a los partidos de fútbol. Erben no aparece en los textos, pero sí se menciona su equipo y a uno de sus compañeros, al que él cita en su carta: Pavel Breda.

“Jugendfürsorge (JF) 14 – 1 Hagibor Terezín (HT). El juego se celebró el miércoles y fue más una comedia que un partido. El JF observó una supremacía abrumadora y todos sus jugadores, a excepción de Breda y Mayer, anotaron gol. Breda, a pesar de ser delantero, no marcó y Mayer desaprovechó la oportunidad de los 10 pasos. El JF jugó bien. Sobre el HT no hay nada que decir”. Esa era la crónica del partido que aparecía en el primer número de Kamarad, editado en Terezín el 29 de octubre de 1943.

Los futbolistas, que a veces disponían de beneficios, como alguna ración de comida extra, conservaban las fuerzas suficientes para jugar y deleitar al resto. “Cada fin de semana, miles de personas iban a ver los partidos y nos animaban, gritaban. Les gustábamos mucho. A los delanteros les pedían que marcaran más goles”, afirma Erben. Los jugadores se convirtieron en una especie de ídolos del gueto, sobre todo para los niños. El fervor que desataban los encuentros se recoge en las páginas de Kamarad. “A la mitad del segundo tiempo, los Horticultores empataron, alentados por el rugir del público”, se lee en la crónica del encuentro entre Carniceros y Horticultores (4-3).

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“Retumban los barracones de la afición”.

Pero no es la única referencia. En el partido que midió a Cocineros y Electricistas (6-1) también se hace alusión a la animosidad de los espectadores: “Los alborotados ocupantes provocan que retumben los barracones. Las simpatías van para los Electricistas”.

Los encuentros se celebraban normalmente al mediodía, tal y como se desprende de los textos de la época, muchos de los cuales citan la fecha en la que se disputaban. “El 23 de octubre [se refiere a 1943] se jugaron dos partidos interesantes en la barraca Dresden. A las 2.15, los Capataces, de color azul, salieron al campo y, a continuación, lo hizo el KMR [siglas de Kleiderkammer, El Guardarropa], que fue recibido con descomunales ovaciones”, se lee. Además, cada equipo tenía su propia equipación con unos colores definidos: “A las 3.45 salieron los Horticultores, de verde y blanco; y los carniceros, de rojo y blanco”.

Los árbitros -algunos estudios aseguran que había 13- también eran parte activa de la Liga. A ellos y sus actuaciones en los partidos hay referencias en Kamarad. Se criticaba o se alababa su forma de dirigir los encuentros y se analizaban las jugadas polémicas. Tras un enfrentamiento entre Cocineros y Electricistas, el cronista dejó por escrito: “Mano y el colegiado no vio nada […] El árbitro Kende fue pésimo y perjudicó a ambas partes”.

Goles anulados, ‘shows’ y lesiones

“Es necesario mencionar, en honor y tributo al colegiado Döerfler, que se tiró sobre el terreno de juego a fin de divertir al público”, quedó recogido en el texto referente al partido entre Carniceros y Horticultores. Otto Döerfler fue uno de los árbitros más famosos del gueto. Según los jóvenes que escribían en las revistas, era un espectáculo sobre el campo y empleaba el humor en los partidos. Nacido en Praga, tras pasar por Terezín, murió en Auschwitz.

Hasta se invalidaban tantos. La Liga tenía un carácter casi profesional. “En el minuto uno del segundo tiempo, hay un gol a favor del AZ, pero como el portero todavía no se ha incorporado, el árbitro lo anula”. Este texto aparece en el número 2 de Kamarad, publicado el 5 de noviembre de 1943.

Se jugaba con intensidad, entendida esta dentro del contexto de vida y las condiciones de salud en las que se encontraban los jugadores. Pero lo daban todo en el campo y cada cierto tiempo alguno caía lesionado: “El portero de los Electricistas está en su momento, pero justo antes del final del primer tiempo sufre una lesión y se retira. Uri Weinstein se hace cargo de la portería”.

Los cronistas eran exhaustivos y analizaban el juego de los equipos línea por línea. “Todos en el equipo ganador -El Guardarropa- jugaron bien, en especial Naci Fisher. La defensa fue excelente y Jirka Taussig atajaba el balón con brillantez. En el ataque, bien el delantero centro y los extremos no destacaron. Se desempeñó muy bien Porrer, de los Capataces. Los demás, bien a secas. El árbitro, imparcial”.

Por supuesto, se recordaban antiguas rivalidades y la cercanía de los títulos. “El domingo se enfrentaban los Cocineros, que tenían que saldar la derrota por 5-3 de la temporada anterior, con los Electricistas”, se lee en Kamarad. Victoria que, por cierto, se produjo, 6-1 a favor de los primeros, y les dejó en bandeja el campeonato: “Quedan dos jornadas para concluir la Liga y sólo un obstáculo se antepone a los Cocineros en su camino al triunfo: el AZ. El Guardarropa está a la zaga, con dos partidos difíciles contra el Jugendfürsorge (JF) y el Hagibor Praga”. Era la jornada nueve.

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El vídeo, el engaño y el asesinato

Del papel, de la carta y de las palabras de Erben, del testimonio oral y escrito de los que jugaron, de las revistas… a las imágenes, que también las hay, las que dejaron constancia de aquellos partidos. Un fotograma en blanco y negro. Antiguo, añejo. Un vídeo. El play. La reproducción. Los jugadores salen corriendo al campo. Camiseta, pantalón, medias y botas. Perfectamente equipados. El árbitro y un balón. La multitud grita. Un pitido. A jugar. Comienza un partido en el gueto de Terezín. Uno de tantos, de los cientos que se disputaron allí.

Así, frame a frame, lo filmaron los nazis en un documental en 1944. Una maniobra de propaganda para mostrar al mundo las buenas condiciones en las que vivía la población judía que tenían cautiva. Utilizaron el fútbol como engaño. Exactamente, lo mismo que sucedió unos meses antes, cuando transformaron el gueto en una bonita ciudad para hacer ver a los delegados de la Cruz Roja Internacional que lo visitaron que allí todo iba bien. Era el 23 de junio de 1944. Y se consumó la gran mentira.

Oded Breda, autor del documental ‘Liga Terezín’, familiar de Pavel Breda, uno de los jugadores, y miembro de Beit Theresienstadt, la organización en memoria de los mártires judíos del gueto, explica por qué sucedió esto: “Los nazis permitieron conciertos, teatro, conferencias y deporte, aunque apenas les prestaban atención. No participaban en eso. La idea era que el gueto tuviera algo parecido a la autoadministración, de modo que sólo ellos sabían cuál era el fin real de la población de Terezín. Estas actividades eran parte del engaño al mundo y una forma de mantener alejadas las ideas de rebelión y frustración que podían conducir a huidas o disturbios”.

El documental nazi acaba. El partido, también. La Cruz Roja se va de Terezín. Y el cautiverio continúa. El exterminio. La cruda realidad: apenas seis semanas después, casi todos los jugadores, espectadores y personas que aparecen en el vídeo de propaganda murieron en Auschwitz. Así era el III Reich. Así fue el gueto de Terezín.

Erben termina: “Seguro que esto no es todo lo que puedes saber de mí. Escríbeme si algo no queda claro”. Claro no, está clarísimo. La carta concluye. Una firma: Peter. Y una despedida en hebreo: Shalom. Paz.

Fuente:marca.com

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