El antisemitismo: cuando la estupidez trasciende el tiempo y el espacio

OMARCAÍN ARCIGA MARTÍNEZ PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

El novelista Aldous Huxley dijo alguna vez: “Quizás la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”. La frase del autor británico no podría ser mejor ejemplificada por uno de los fenómenos más complejos – e irracionales – de la historia: el antisemitismo.

Ningún otro pueblo ha sido blanco de acusaciones tan disparatadas y vergonzosas como los judíos. Desde la muerte de Jesucristo hasta el empobrecimiento de Alemania tras la firma del Tratado de Versalles, en 1918; desde la violencia en Medio Oriente hasta la crisis migratoria en Europa. Estas graves calumnias son complementadas con literatura y medios informativos que fomentan descaradamente el odio y la discriminación. El fascismo que se apoderó de Europa en la primera mitad del siglo XX siempre será recordado como la máxima manifestación de desprecio hacia lo judío, pero es más acertado interpretarlo como el cultivo de una estupidez persistente. Sólo basta echar un breve vistazo a un grupo selecto de páginas de Facebook y de canales de YouTube; están repletos de contenido pro-fascista que se simplifica a un conjunto de calumnias en contra de los judíos y su filosofía de vida, su religión y su cultura, así como en contra del Estado de Israel. El odio es uno de los sentimientos más poderosos.

Cuando arraiga tan hondo en nuestra conciencia, nos convertimos casi automáticamente en sus esclavos. En el caso de los adoradores del nazismo existe una justificación para cada episodio antijudío: si les recuerdas acerca de Kristallnacht (la Noche de los Cristales Rotos), te dirán que era una medida adoptada por los alemanes para denunciar a quienes “cometían fraude contra los consumidores”, justificando así el saqueo o destrucción total de las propiedades de los ciudadanos judíos; si les hablas acerca de los pogromos llevados a cabo por la Rusia imperial, te responderán que aquello fue producto de “la intransigencia judía” a la autoridad zarista.

El antisemita es un ignorante y no teme exhibir su ignorancia. No importa si responde al nombre de Adolf Hitler o de Mahmud Ahmadinejad: tratará de desprestigiar a su víctima cada vez que tenga la oportunidad. De tenerlos en sus manos, quemaría ejemplares de obras literarias como Los Hornos de Hitler o El Diario de Ana Frank por considerarlas artimañas creadas por lo que él mismo ha bautizado como “intereses sionistas”, un concepto que escuchó de algún blogger o youtuber antisemita, tan ignorante y paranoico como él. Lo más preocupante de esta cuestión es que no se trata de un fenómeno exclusivo de Europa y Medio Oriente. En el vocabulario antisemita, desafortunadamente, no existe el concepto de “frontera”. Y cabe mencionar que América Latina no es la excepción. El historial de hostilidades hacia judíos no es corto: el asesinato de un comerciante judío en Uruguay, el pensamiento antisemita del dirigente chileno Salvador Allende, las diatribas contra Israel que pronunció Hugo Chávez en Venezuela, las legiones de fanáticos de Salvador Borrego en México, entre muchos otros.

El tiempo transcurre y los discursos de odio prevalecen, al igual que las difamaciones, el rechazo generalizado y una demonización presente tanto en las altas esferas del poder como entre la gente común. ¿Hay alguna diferencia entre los horrores que vivieron los desafortunados cautivos en Auschwitz y el aumento del antisemitismo en países como Francia y Suecia en la actualidad? ¿Eran muy distintos nazis de grupos terroristas como Hezbolá o Hamas? Es difícil responder que sí. Sin embargo, el llamado pueblo elegido de Dios ha superado un sinfín de obstáculos que a muchos otros habrían destruido. Sería ilógico desvincular esa tenacidad por aferrarse a la vida de su patria, Israel. Y es que no solamente se trata de un pedazo de tierra en medio del desierto, asediada por enemigos sumamente peligrosos. Israel es la consumación de las ideas de Theodor Herzl, la tan anhelada tranquilidad de un pueblo que ha experimentado un calvario que data de centurias, el fin de un viaje muy doloroso.

Sí, la historia ha sido extremadamente cruel con los judíos. No, no hay razón para justificar el antisemitismo, sea cual sea su procedencia, sea cual sea su rostro, sea cual sea su magnitud. Sí, los judíos sobrevivieron a acontecimientos atroces que parecían morar solamente en nuestra imaginación. No, el antisemitismo no debe triunfar de manera definitiva. Sí, a veces en el peor de los sufrimientos se halla la mayor fortaleza. No, no es correcto afirmar que la estupidez es inofensiva. Dennis Prager reveló en uno de tantos videos que alberga su canal de YouTube el lema de Hamas: “Amamos la muerte tanto como los judíos aman a la vida”. El enunciado no sólo describe a esa organización terrorista, sino a todos los enemigos de los judíos. No pueden amar otra cosa además de la muerte si desean impetuosamente el fin de una cultura que tiene apenas 15 millones de representantes en el globo.

El antisemita no sabe cuándo parar, es cierto. Pero el judío tampoco.

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