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jueves 21 de noviembre de 2024

Terroristas islámicos, no pobres y analfabetos sino ricos y educados

GIULIO MEOTTI / “Existe un estereotipo de que los jóvenes de Europa que se van a Siria son víctimas de una sociedad que no los acepta y no les ofrece suficientes oportunidades … Otro estereotipo común en el debate en Bélgica es que, a pesar de las investigaciones que lo refutan, la radicalización es todavía demasiado a menudo mal entendida como un proceso resultante de una integración fallida … Por lo tanto, me atrevo a decir que cuanto más jóvenes están integrados, mayor es la probabilidad de que se radicalicen.

SILVIA SCHNESSEL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Ese fue el resultado de una investigación holandesa extremadamente importante, dirigida por un grupo de académicos de la Universidad Erasmus de Rotterdam. Los terroristas parecen ser modelos de integración exitosa: por ejemplo, Mohammed Bouyeri, el terrorista marroquí-holandés que mató al cineasta Theo van Gogh, lo apuñaló y le cortó la garganta en 2004. “Él [Bouyeri] era un tipo bien educado con buenas perspectivas”, dijo Job Cohen, el alcalde del partido laborista de Amsterdam.

La investigación holandesa fue seguida de la investigación de Francia, añadiendo más pruebas a la tesis que va en contra de la creencia liberal de que para derrotar al terrorismo, Europa debe invertir en oportunidades económicas e integración social. Dounia Bouzar, directora del Centro para la Prevención, Desradicalización y Monitoreo Individual (CPDSI), una organización francesa que trata del radicalismo islámico, estudió los casos de 160 familias cuyos hijos habían dejado Francia para luchar en Siria. Dos tercios eran miembros de la clase media.

Estos hallazgos desmantelan el mito del proletariado del terror. Según un nuevo informe del Banco Mundial, “los reclutas del Estado islámico están mejor educados que sus compatriotas”.

La pobreza y la privación no son, como dijo John Kerry, “la raíz del terrorismo”. Al estudiar los perfiles de 331 reclutas de una base de datos estatal islámica, el Banco Mundial encontró que el 69% tiene por lo menos educación secundaria, mientras que una cuarta parte se graduó de la universidad. La gran mayoría de estos terroristas tenían un trabajo o una profesión antes de unirse a la organización islamista. “Las proporciones de administradores, pero también de los suicidas aumentan con la educación”, según el informe del Banco Mundial. “Además, los que se ofrecen para convertirse en terroristas suicidas se clasifican en promedio en el grupo más educado”.

Menos del 2% de los terroristas son analfabetos. El estudio también señala a los países que suministran a ISIS más reclutas: Arabia Saudita, Túnez, Marruecos, Turquía y Egipto. Examinando la situación económica de estos países, los investigadores han descubierto que “cuanto más ricos sean los países, más probabilidades hay de que ofrezcan reclutas extranjeros al grupo terrorista”.

Otro informe explicaba que “los países más pobres del mundo no tienen niveles excepcionales de terrorismo”.

A pesar de la evidencia, un mantra progresivo repite que el terrorismo islámico es el resultado de la injusticia, la pobreza, la depresión económica y el malestar social. Nada podría estar más lejos de la verdad. La tesis de que la pobreza engendra el terrorismo es omnipresente hoy en Occidente, desde el economista francés Thomas Piketty hasta el papa Francisco. Probablemente es tan popular porque juega en la culpabilidad colectiva occidental, buscando racionalizar lo que Occidente parece tener problemas para aceptar: que los terroristas no son impulsados por la desigualdad, sino por el odio a la civilización occidental y los valores judeocristianos de Occidente. Para Israel, esto significa: ¿Qué están haciendo los judíos en la tierra que – aunque durante 3,000 años se ha llamado Judea – creemos que debería darse a los terroristas palestinos? Y es probable que estos terroristas se pregunten por qué deben negociar, si en cambio se les puede entregar todo lo que quieren.

Para los nazis, la “raza inferior” (los judíos) no merecía existir, sino que debe ser gaseada; para los estalinistas, los “enemigos del pueblo” no tenían derecho a seguir viviendo, y tenían que morir de trabajo forzoso y frío en el Gulag; para los islamistas, es Occidente mismo el que no merece existir y tiene que ser volado.

Es el antisemitismo, no la pobreza, lo que llevó a la Autoridad Palestina a dar a una escuela el nombre de Abu Daoud, autor intelectual de la masacre de atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich.

Los ataques de París, cuyo aniversario Francia conmemorará en pocos días, fue un golpe desatado por una ideología que no busca luchar contra la pobreza, sino ganar poder a través del terror. Es la misma ideología islamista la que asesinó a los periodistas de Charlie Hebdo y a los policías de guardia; que obligó al escritor británico Salman Rushdie a esconderse durante una década; que cortó la garganta del padre Jacques Hamel; que masacró a los viajeros en Londres, Bruselas y Madrid; que asesinó a cientos de judíos israelíes en autobuses y restaurantes; que mató a 3.000 personas en Estados Unidos el 11 de septiembre; que asesinó a Theo Van Gogh en una calle de Amsterdam para hacer una película; que cometió violaciones masivas en Europa y masacres en las ciudades y desiertos de Siria e Irak; que explotó a 132 niños en Peshawar; y que regularmente mata a tantos nigerianos que ahora nadie le presta atención.

Es la ideología islamista la que impulsa el terrorismo, no la pobreza, la corrupción o la desesperación. Son ellos, no nosotros.

Toda la historia del terror político está marcada por fanáticos con educación avanzada que han declarado la guerra a sus propias sociedades. El genocidio comunista de Khmer Rouge en Camboya salió de las aulas de la Sorbona en París, donde su líder, Pol Pot, estudió escritos de comunistas europeos. Las Brigadas Rojas en Italia eran el esquema de los niños y niñas privilegiados de la clase media.

Entre 1969 y 1985, el terrorismo en Italia mató a 428 personas. Fusako Shigenobu, el líder del grupo terrorista del Ejército Rojo Japonés, era un especialista altamente educado en literatura. Abimael Guzmán, fundador del Sendero Luminoso en Perú, uno de los grupos guerrilleros más despiadados de la historia, enseñó en la Universidad de Ayacucho, donde concibió una guerra contra “la democracia de los vientres vacíos”. “Carlos el Chacal”, el más infame terrorista de los años setenta, fue hijo de uno de los abogados más ricos de Venezuela, José Altagracia Ramírez. Mikel Albizu Iriarte, líder de los terroristas ETA vascos, procedía de una familia adinerada de San Sebastián. Sabri al-Banna, el terrorista palestino conocido en el mundo como “Abu Nidal”, era hijo de un rico comerciante nacido en Jaffa.

Algunos de los terroristas británicos que se han unido al Estado islámico vienen de familias ricas y asistieron a las escuelas más prestigiosas del Reino Unido. Abdul Waheed Majid hizo el largo viaje de la ciudad inglesa de Crawley a Alepo, Siria, donde se hizo estallar. Ahmed Omar Saeed Sheikh, el autor intelectual del secuestro y asesinato del periodista estadounidense Daniel Pearl, se graduó en la London School of Economics. Kafeel Ahmed, que conducía un jeep lleno de explosivos al aeropuerto de Glasgow, había sido presidente de la Sociedad Islámica en la Queen’s University. Faisal Shahzad, el terrorista fracasado de Times Square en Nueva York, era hijo de un alto funcionario del ejército paquistaní. Zacarias Moussaoui, el vigésimo hombre de los atentados del 11-S, tenía un doctorado en Economía Internacional de la Universidad South Bank de Londres. Saajid Badat, que quería volar un vuelo comercial, estudió optometría en la Universidad de Londres. Azahari Husin, el terrorista que preparó las bombas en Bali, estudió en la Universidad de Reading.

El MI5 de Gran Bretaña reveló que “dos tercios de los sospechosos británicos tienen un perfil de clase media y aquellos que quieren convertirse en terroristas suicidas son a menudo los más educados”. La mayoría de los terroristas británicos también tenían esposa e hijos, desacreditando otro mito, el de los terroristas como perdedores sociales. Mohammad Sidique Khan, uno de los suicidas del 7 de julio de 2005, estudió en la Universidad Metropolitana de Leeds. Omar Khan Sharif tenía una beca en King’s College antes de llevar a cabo un atentado suicida en el paseo marítimo de Tel Aviv en 2003. Sharif no buscaba la redención económica, sino matar a tantos judíos como fuera posible.

Prácticamente todos los jefes de grupos terroristas internacionales son hijos de privilegios, que llevaron vidas doradas antes de unirse a las filas del terror. 15 de los 19 suicidas del 11 de septiembre provienen de prominentes familias de Oriente Medio. Mohammed Atta era hijo de un abogado en El Cairo. Ziad Jarrah, que estrelló el Vuelo 93 en Pensilvania, pertenecía a una de las familias libanesas más prósperas del Líbano.

Nasra Hassan, quien escribió un perfil informado de los terroristas suicidas palestinos para The New Yorker, explicó que “de 250 terroristas suicidas, ninguno era analfabeto, pobre o deprimido”. Los desempleados, al parecer, son siempre los menos propensos a apoyar los ataques terroristas.

Europa y América dieron todo a estos terroristas: oportunidades educativas y de empleo, entretenimiento popular y placeres sexuales, salarios y bienestar, y libertad religiosa. Estos terroristas, como el “bombardero de ropa interior”, Umar Farouk Abulmutallab, hijo de un banquero, no han visto un día de pobreza en su vida. Los terroristas de París rechazaron los valores laicistas de liberté, egalité, fraternité; los yihadistas británicos que atentaron en Londres y ahora luchan por el califato rechazaron el multiculturalismo; el islamista que mató a Theo van Gogh en Amsterdam repudió el relativismo holandés, y el soldado de ISIS, Omar Mateen, que convirtió el Pulse Club de Orlando en un matadero, dijo que quería purgarlo de lo que él percibía como licenciosidad libertina y aparentemente sus propios deseos homófilos.

Si Occidente no entiende la verdadera fuente de este odio, sino que se entrega a excusas falsas como la pobreza, no ganará esta guerra que se libra contra nosotros.

Giulio Meotti, Editor Cultural de Il Foglio, es un periodista y escritor italiano.

Fuente: © Gatestone Institute – Traducción Silvia Schnessel para EnlaceJudíoMéxico

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