CAPITULO VI
Un personaje inesperado
De regreso a Polanco, Simón pasó al lado de los venados de la avenida Horacio, miró al pavimento y vio la sombra de su cuerpo. Era la proyección completa de él. Se detuvo a contemplarla y sintió cómo un chispazo de luz iluminó su guiñolesca mente, que parecía deformarlo todo. La forma en que se dejó robar lo hacía sentirse impotente. “¿Cómo me fui a distraer así?”. Se repetía. Pero el chispazo con su destello lo concientizó.
– He estado pensando. ¿Con quién he estado hablando en mi mente si no es conmigo mismo? Preguntó triunfante mirando su sombra – Luego no me perdí a mí mismo.
Y estupefacto escuchó que la sombra le respondía:
– Conmigo, tonto.
– ¿Con quién? ¿Con mi sombra? – Pensó parándose en seco.
– Conmigo que te acompaño como tu sombra. Conmigo, con tu Alter Ego. –Escuchó una carcajada. Simón no alcanzaba a comprender. – Soy tu Alter Ego, como la mitad de ti. Tu mitad fiel que no te abandona. La otra mitad, tu
Yo, se desvaneció en la cama.
Simón no salía de su asombro.
– ¿Mi Alter qué? Si nunca oí hablar de ti, ni te conocí, no te creo. Pensó mientras emprendía el camino a su departamento.
-No necesito de presentaciones. – Replicó Alter Ego. – ¿Te han presentado a tu vesícula biliar o a tu bazo? ¿No verdad? Pero ahí están, así soy yo. Aquí estoy yo, me urge encontrar a mi otra mitad tanto como a ti. Sólo no funcionó bien. El Yo que perdiste es como una sábana blanca, un mantel blanco o una hoja de papel blanca y vacía. Sin una raya, sin una mancha o un garabato. Yo soy como tu sombra, como la sombra de todo. Sin mi todo es blanco, liso, plano, sin relieve ni chiste sin matices, soso. Yo proporciono todo eso. Doy y resalto la forma, como el sombreado de los objetos en los cuadros o esculturas, como el claroscuro que permite destacarlos en el fondo blanco insulso e insípido como la nada. Sin mí, nada es lo que es y como es, pero para desgracia mía sin la claridad, la luz, lo blanco, Yo, la sombra tampoco, soy nada, soy sin sentido. No voy a entrar a darte más explicaciones. Que te baste con esto. – Me urge encontrar el Yo, que estúpidamente perdiste.
-Como mi clip billetero.- Pensó Simón.
-Bien, espero que me entiendas. Te voy a acompañar donde quiera que vayas y te advierto, dada la condición de oscuridad en que me hayo, soy un pasajero pesado y tendrás que soportarme.
Pero el recuerdo de los billetes perdidos ya se había posesionado de Simón. Pensó que debía llegar a su hogar porque no tenía dinero para el gasto de la casa, ahora que ya no iba a comer en los restoranes del Estado de México, con cargo a la caja chica de la empresa. Debería subir, sacar un cheque de la cajonera del escritorio de la salita de televisión y correr seis cuadras al banco a sacar un par de miles en efectivo y ya casi era la una. (No siendo su función en Tlalnepantla acudir a los bancos, Simón no sabía que ahora cierran a las tres o cuatro).
Hizo lo que tenía planeado con gran prisa.
Llegó al banco, se formó en la fila y cobró el cheque, guardándose con gran aprensión el dinero de la bolsa interior del saco a la altura del pecho. Salió con desconfianza mirando con sospecha a todos lados. En cada transeúnte veía a un asaltante. A paso acelerado llegó al edificio y subió a su vivienda. Hasta que no hubo guardado los billetes bajo llave en el cajón del escritorio, después de separar varios para sí, no se sintió tranquilo.
Pasó de la silla del escritorio al sillón enfrente del aparato de televisión, lo encendió a control remoto y buscó algún programa para distraerse. No quería ver noticieros, ya había tenido demasiadas tensiones en un día, que esperaba pasarla tranquilo y placentero.
“No más sobresaltos” – Se dijo mientras en la pantalla unas góndolas recorrían los canales de Venecia. Se imaginó recostado en una de ellas mirando los antiguos palacios a ambos lados, bajo una franja de cielo azul que se extendía como un listón interminable, de pronto se vio en el viejo local de “Rodamientos” y baleros de la Avenida México Tacuba. Entró el vecino Manuel Bonfil preguntándole que ¿Qué le parecía Venecia? Y lo invitó a comer.
Salieron del local a una calle oscura, caminando por ella y llegaron a la calle Bucareli en el centro de la ciudad de México y Simón se sorprendió por las bellas construcciones. Nunca se imaginó que estuviera tan cerca. Quiso volver a “Rodamientos” Tacuba y Manuel le indicó una puerta. Entró a una vecindad, yendo de una vivienda a otra y llegó a una calle desconocida, a un zaguán que daba a un patio. Bajó una escalera y salió a una calle sin pavimentar donde pasa una vía de ferrocarril.
Despertó, inquieto. En la pantalla había unos cachorros de león jugueteando.
Cuca le tocó el hombro.
-“Ya son las tres y media. ¿No va a comer señor?
Simón desperezándose fue al toilette a lavarse las manos y cara para estar bien despierto.
Comió con apetito.
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