URI DROMI
En 1787, Thomas Jefferson escribió que si tuviese que elegir entre “un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, preferiría lo último”. Uno esperaría que un presidente electo tuviera algún respeto por la enseñanza del padre fundador de su nación. No fue así.
En su campaña, Donald Trump señaló a los medios de comunicación como enemigos, los llamó corruptos y torcidos, los acusó de manipular las elecciones para Clinton, se burló de un periodista con discapacidad y amenazó con demandar a periodistas y diarios. En Israel, las cosas parecen haber sido diferentes, pero sólo en su forma, y no en esencia.
Desde sus inicios en la política israelí, el primer ministro Benjamín Netanyahu desarrolló una profunda hostilidad hacia los medios tradicionales. En 1999, los acusó de estar detrás de su derrota a Ehud Barak, así que cuando volvió al poder en 2009, se armó con el diario gratuito “Israel Hayom” (Israel hoy), financiado por el magnate del casino de Las Vegas Sheldon Edelson, uno de los mayores simpatizantes de Trump.
Los expertos lo llaman Bibiton (portavoz de Bibi) y de hecho, al parecer, Netanyahu le dio un giro a la declaración de Jefferson: “un gobierno que tiene su propio periódico”.
Pero esto no fue suficiente. La semana pasada, Ilana Dayan, cuyo programa semanal Uvda (Hecho) es la versión israelí de “60 Minutes” de CBS, publicó una historia sobre la supuesta interferencia de Sara Netanyahu en asuntos delicados del Estado. En lugar de rebatir los hechos, su marido respondió con paranoia nixoniana. Sin embargo, mientras Richard Nixon solía asignar a Spiro Agnew para hablar con la prensa, Benjamín Netanyahu atacó violentamente a la propia Dayan.
Qué diferente era cuando servía como portavoz del segundo gobierno de Rabin (1992-1995).
En 1977, durante su primer mandato como primer ministro, Dan Margalit, entonces corresponsal de Haaretz en Washington, reveló que cuando Rabin se desempeñaba como embajador de Israel en Estados Unidos (1968-73), su esposa tenía una cuenta bancaria en Washington, sin informar a las autoridades fiscales israelíes. Rabin asumió la responsabilidad de esto y renunció. Le tomó 15 años regresar.
En 1994 volé con Rabin a Aqaba, Jordania, para una entrevista televisada con el rey Hussein. El moderador era precisamente Dan Margalit. En el helicóptero de regreso a Jerusalem, Rabin se sentó al lado del periodista que le había hecho perder su primer cargo de primer ministro, y charló con él amistosamente.
“Ellos hacen su trabajo”, Rabin nos explicó una vez su relación con los periodistas, “y yo tengo el mío.” Dejando a un lado los prejuicios y la paranoia de los líderes, los medios son responsables de una buena parte del desprecio que se han ganado.
En 1993, Howard Kurtz, columnista del Washington Post, advirtió en su libro “Media Circus”: “Por mucho tiempo hemos publicado periódicos dirigidos a otros periodistas – hablándonos a nosotros mismos, casi sin prestar atención a los lectores.”
En ningún momento, con excepción del día de las elecciones, la distancia entre la prensa y la realidad fue más evidente. En 1996 nos fuimos a dormir seguros de que Shimon Peres había ganado las elecciones, pero nos levantamos al día siguiente con Netanyahu como nuestro primer ministro. Y en 2016 decenas de expertos arrogantes en los estudios de televisión se engañaron analizando la victoria de Hillary Clinton.
En cambio, Aaron Goldman predijo la victoria de Trump. Su firma, 4C Insights, que ya había pronosticado el resultado del Brexit, examinó las redes sociales previo a las elecciones y descubrió que el 58 del público apoyaba a Trump y sólo el 48 por ciento simpatizaba con Clinton. “Trump dominó las redes sociales todo el camino hasta la Casa Blanca”, dijo el Wall Street Journal (10 de noviembre). ¿Por qué la mayoría de los periodistas no lo notaron?
Kyle Pope, editor de Columbia Journalism Review, pidió a los periodistas no sentirse intimidados por el ataque de Trump contra los medios de comunicación: “Debemos abrazar, incluso disfrutar nuestro legado como descontentos y perturbadores, aquellos dispuestos a decir lo que incomoda a todos.”
Eso es cierto, pero no lo suficiente. Para que los periodistas realmente cumplan su misión como guardianes de la democracia, tienen que recuperar la confianza de sus audiencias. Y deben apresurarse, porque mientras Jefferson prefería periódicos sin gobierno, Trump y Netanyahu parecen preferir la otra alternativa.
Fuente: Miami Herald
Traducción: Esti Peled
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