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miércoles 25 de diciembre de 2024

La muerte del líder y la orfandad ideológica

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Ha muerto Fidel, emblema de la Revolución Cubana y del Socialismo en América Latina. Deja un legado complejo, irremediablemente manchado por la desastrosa situación del pueblo cubano, no sólo en los aspectos materiales, sino por el autoritarismo con el que gobernó durante más de medio siglo.

Muchos le echan la culpa a los Estados Unidos y su bloqueo económico. Acaso eso sea una de las más grandes aportaciones de Fidel a la demagogia política: cuando las cosas no salen, culpa a los gringos. Funciona. Mucha gente se lo cree. Pero la realidad es que el embargo, durante muchos años, fue de alcances muy limitados. Especialmente en la época en la que Cuba gozó del apoyo de la ex-Unión Soviética; desde entonces hubo muchos países que consintieron a Fidel sin recato o pudor alguno. Por ejemplo, México literalmente le regaló millones de dólares a Cuba. Y en los últimos años vino Hugo Chávez al rescate: ¿qué podía importar el embargo, si eran los días en los que Venezuela nadaba en petro-dinero y se lo regalaba al régimen cubano a manos llenas?

Pese a eso, el sistema económico de Cuba siempre fue desastroso, justo desde el momento en que a Fidel se le ocurrió que el Che Guevara podía ser director de la Secretaría de Reforma Agraria o Presidente del Banco Nacional.

Y es que Fidel fue ese tipo de persona que siempre creyó que la ideología lo resolvía todo, incluso los grandes retos económicos de un país entero. Fiel a su ideología, inquebrantable e invencible, fue destrozando uno por uno todos los recursos que podían haber hecho que Cuba no sufriera tanto por las consecuencias del embargo una vez que se acabara el apoyo ruso (también fundamentado en la ideología, no en la realidad).

Al final, Fidel sólo logró demostrarnos una cosa (que tampoco era desconocida): el Socialismo marxista de estilo soviético es improductivo. Funciona hasta que se les acaba el dinero que heredaron del régimen anterior. Después de eso, no hay nada que hacer, salvo culpar al Imperio Yanqui.

Sorprendentemente, todavía hay muchas personas que defienden este “proyecto”, sobre todo en América Latina. A ellos, particularmente, les afecta de una manera muy especial la muerte de Fidel. Los deja en una suerte de orfandad política, y no hay mucho a qué aferrarse ahora que el viejo icono del Socialismo –último vestigio de lo que fue el Siglo XX– ha desaparecido.

Durante algunos años se tuvo la ilusión de que Hugo Chávez sería el gran heredero. Eran los años de bonanza en Venezuela, y Chávez disparó cualquier cantidad de cañonazos de dólares para comprar lealtades y para hacer creer a no pocos incautos que el socialismo tenía futuro en el continente. Por supuesto, Chávez no se cansó de adular y rendir pleitesía a Fidel, que se dejó consentir cuanto quiso sin recato alguno.

Para sorpresa de muchos, Chávez murió prematuramente y su proyecto simple y sencillamente reventó. Hoy por hoy, no existe país que esté viviendo una crisis económica con las proporciones que azotan a Venezuela.

La debacle de la izquierda latinoamericana no se hizo esperar. Apenas muerto Chávez, uno tras otro fueron cayendo sus aliados. Cristina Fernández de Kirchner perdió el poder en Argentina; en Brasil, Dilma fue destituida y Lula está siendo investigado por corrupción. En Ecuador, Correa está completamente anulado, y Evo Morales se ha quedado solo. Completamente solo.

El socialismo latinoamericano está en una crisis total. Carece de aportes ideológicos renovadores. Lo más parecido a ello acaso son las últimas canciones de Silvio Rodríguez, que están atoradas en una mentalidad patética que en el mejor de los casos sólo refleja la nostalgia por un proyecto que nunca funcionó.

Por eso era importante Fidel. Si ya no había la opción de congregar a los “revolucionarios” en torno a un gobierno pudiente como lo fue el de Chávez, o de alinearlos bajo la tutela de un filósofo que valga la pena, por lo menos podían relajarse a la sombra del dinosaurio del Cuartel Moncada, soñando con que estaría allí hasta que alguien viniera a rescatarlos, o incluso que viviría para siempre.

Pero no. Fidel se fue dejando en la orfandad absoluta a sus hinchas, y acaso lo peor esté a punto de venir: ahora, Raúl Castro tiene vía libre para completar las reformas económicas en Cuba que urgen desde hace décadas, pero que no se implementaron en vida de Fidel porque hubiera sido un descarado y contundente modo de decirle que siempre estuvo equivocado.

No puedo evitar hacer la comparación con Israel, un estado joven, apenas once años más viejo que la Revolución Cubana. Al igual que esta última, Israel también ha tenido que lidiar con todo tipo de enemigos y presiones externas. Curiosamente, Israel ha sido el epicentro de muchos proyectos netamente socialistas, como el sistema original de organización de los Kibutzim, o el destacado rol social que juega la Histadrut, organización que representa la vida sindical israelí.

Se puede decir que Israel también quedó huérfano en los últimos años. En 2014 y 2016 murieron, respectivamente, Ariel Sharon y Shimón Peres, los últimos dos grandes líderes que estuvieron activos desde la Guerra de Independencia (1948-1949), y que –al igual que Fidel Castro en su contexto– fueron los emblemas de la realización de los ideales sionistas.

Pero las diferencias son abismales.

Sharón y Peres dejaron tras de sí un país exitoso en todo sentido; Chávez y Fidel –equivalentes en cuanto al liderazgo que tuvieron con el socialismo latinoamericano– sólo dejaron un desastre.

Más aún: los que hoy militamos en el Sionismo –en cualquiera de sus variantes– tenemos en Sharón y Peres las figuras de dos titanes históricos, pero sin que eso signifique que no tenemos vida propia. El Sionismo sigue tan activo como cuando ellos eran dos de los líderes indiscutibles. Pese a los nuevos retos, muy distintos a los originales, el Sionismo es un compromiso con Israel que da y seguirá dando frutos. En contraste, el Socialismo latinoamericano está en la más profunda de sus crisis.

¿Qué fue lo que sucedió? ¿En dónde estuvo el error de uno y el acierto del otro?

Podría decirse que en algo tan simple como el pragmatismo. El Sionismo –desde sus grandes líderes hasta los que somos militantes– tiene por consigna ser realista. La ideología no es una vaca sagrada. Nuestra reflexión, nuestro análisis tiene que basarse siempre, inequívocamente, en lo que sucede en la vida real.

Fidel, y detrás de él muchos otros, fue el ejemplo de lo contrario: un socialista convencido de que la ideología era primero, y que la realidad tenía que ajustarse a ella.

Un buen ejemplo de ello es un párrafo de una canción de Pablo Milanés, escrita en la época de compromiso absoluto con la Revolución Cubana, mucho antes de que (supongo que en un arrebato de pragmatismo) optara por retirarse a vivir a Francia, toda vez que es más fácil ser revolucionario desde un departamento en París.

Dice Pablo en “Canción por la unidad latinoamericana”:

¿Qué pagará este pesar del tiempo que se perdió

De las vidas que costó, de las que puede costar?

Lo pagará la unidad de los pueblos en cuestión

Al que niegue esta razón la Historia condenará

La Historia lleva su carro y a muchos los montará

Por encima pasará de aquel que quiera negarlo

El severísmo error de todos los adherentes a este modo de marxismo latinoamericano fue caer en el dogmatismo prácticamente religioso, según el cual ellos y sólo ellos eran los portadores de la verdad absoluta. Según esta percepción, tenían perfectamente comprendido cuál era el curso de la Historia, cuál era su papel en ese curso y, por lo tanto, podían adivinar –literalmente– qué era lo que venía por delante.

Pero fallaron en todo.

El Socialismo latinoamericano ha sido ingenuo e irreal desde 1959. Creyeron que Cuba era apenas el inicio de la renovación política de todo el continente, y nunca se imaginaron que casi 60 años después, Fidel moriría dejando inconcluso todo su proyecto revolucionario. Y en muchos rubros, dejando a Cuba peor de como la conquistó.

Así es el juicio de la Historia. Cuando mueren los grandes líderes, hay dos panoramas posibles: o bien dejan un país mejorado que puede caminar por sí mismo, o bien dejan una situación caótica que ya sólo se mantenía por la imagen del viejo caudillo, mesías bananero.

Esa es la diferencia entre los líderes que le rinden culto a su país, y los países que le rinden culto a sus líderes.

Para gente como Ariel Sharón o Shimón Perés no hubo cosa más importante que Israel y la base para luchar por su patria fue enfrentarse con la realidad, fuese buena o mala.

Para gente como Fidel Castro no hubo cosa más importante que su ideología, y la base para someter a su patria fue negar la realidad sistemáticamente e imponer sus dogmas como único parámetro legítimo.

Los resultados son evidentes. No tengo que ahondar en el tema.

Muertos Sharón y Peres, el Sionismo sigue adelante y le queda mucho que hacer. Pero, sobre todo, lo está haciendo de manera exitosa.

Muerto Fidel Castro, al sueño socialista latinoamericano ya no le queda realmente nada, más que admitir sus errores y cambiar de rumbo.

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