ESTHER CHARABATI
Durante siglos, la salvación se alcanzó a través de la purificación y el engrandecimiento del alma. El cuerpo era desdeñado como la cáscara de una fruta preciada: una envoltura efímera y sin valor, por lo que cualquier cuidado corporal era visto como vanidad. Lo importante era salvar el alma a través de la bondad, el amor, la honestidad y otras virtudes similares.
Con el paso de los siglos el alma ha perdido terreno frente a su gran competidor que se presenta ya no como un recipiente, sino como la expresión misma del alma o incluso como un sustituto: el alma ya no existe, y el cuerpo lo es todo, es dador del sentido de vida e incluso el vehículo de la salvación.
El cuerpo —particularmente en las clases medias y altas— es el lugar de la salud, de la belleza y de la sensualidad, a la vez que un instrumento de trabajo, un capital. Por ello vale la pena invertir en él. La belleza, por ejemplo, se ha convertido, especialmente para las mujeres, en un imperativo casi religioso. Ya no es una característica innata, sino el resultado de un minucioso cuidado. La más astuta, la más sensible para detectar las demandas sociales a su cuerpo, será señalada como triunfadora. Ella está consciente de la importancia de la belleza y toma las decisiones adecuadas para alcanzar la meta, al igual que el ejecutivo exitoso elige los mejores medios para lograr su objetivo. Cada mujer es su propia cultora de belleza, su propia empresaria.
¿Cómo se logra la belleza en una era de consumo? Los recursos son innumerables, y casualmente, todos se adquieren en el mercado: cosméticos que cubren, cremas que evitan, gimnasios que endurecen, pastillas que adelgazan, masajes que modelan, ropa que realza, estéticas que transforman, vitaminas que devuelven. Hoy la triunfadora dedica varias horas diarias al training, cuida su dieta, va con una diseñadora de cejas, viste sólo ropa de marca, toma vitaminas para fortalecer sus uñas, se regala una estancia en un spa, se broncea en alguna cabina, si es necesario recurre a algún tipo de cirugía plástica y se presenta a pedir trabajo, segura de obtenerlo. Ha incrementado su capital y éste le produce dividendos.
Y no sólo ha cambiado su imagen, sino también la propia percepción de su cuerpo. Llega al gimnasio con sus prendas de likra, ajustadas, que realzan su figura y la vuelven sensual. La imagen que le devuelve el espejo es la de una mujer moderna, saludable y deseable. Los muslos y los senos firmes, la cintura disminuida, el bronceado de los que saben vivir, los movimientos desinhibidos.
Ha aprendido a erotizar su cuerpo, es decir a utilizar todo lo que el mercado le ofrece para despertar el deseo de los varones, aunque no tenga intenciones de satisfacerlo. La sensualidad es algo interno, que no todos tenemos la suerte de poseer, pero los colores, las texturas, los movimientos y los gestos aprendidos, bien pueden suplir esa carencia.
Después de tantos años negado y humillado, el cuerpo es redescubierto, pero bajo la forma de un objeto y a través de la oferta del mercado. No avergonzarse de él, asumirse como ser sexuado, pasa por la moda y por la industria de la belleza.
Para Baudrillard la cuestión es clara: “El cuerpo produce ventas. La belleza produce ventas. El erotismo produce ventas.”
No cabe duda, revalorar al cuerpo sobre el alma resultó un buen negocio.
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