¿Por qué el deber moral de Europa es defender a Israel?

OMARCAÍN ARCIGA MARTÍNEZ

Antes de 1948, Europa era un continente extraordinario salvo por un minúsculo detalle: el antisemitismo. Desde entonces, Europa sigue siendo un continente extraordinario de no ser por un minúsculo detalle: el sentimiento anti-Israel, común denominador de gran parte de su población. Es incorrecto decir que al hablar de Europa se habla de antisemitismo, puesto que no todos los que habitan el llamado Viejo Mundo comparten tan patético pensamiento. Sin embargo, sí es correcto decir que cuando se examina la historia de este continente, no hay forma de pasar por alto los numerosos episodios de rechazo enfermizo – además de penoso – contra los judíos.

Europa sigue siendo una especie de lugar sagrado para los antisemitas. Cada aspecto de la vida está plagado de rechazo contra los judíos: desde aficionados del fútbol italiano haciendo el saludo nazi, hasta un hotel alemán que se negó a hospedar a unos turistas procedentes de Israel. Casi ochenta años después de la derrota del Tercer Reich en la Segunda Guerra Mundial, las hostilidades hacía judíos en los países europeos continúan.

Sin embargo, Europa debería cambiar su postura. No solamente es necesario este cambio de perspectiva porque el antisemitismo es una actitud detonante de discriminación, o de violencia en el peor de los casos, sino porque los europeos deben entender que entre sus respectivas naciones y la patria judía – el Estado de Israel – existen muchos puntos de interés común. Primeramente, hay que analizar el sentido de pertenencia geográfico. La mayor parte de Europa forma parte de Occidente, al igual que Israel. Democracia consolidada, sorprendentes indicadores de bienestar y desarrollo, presencia de un sector privado muy dinámico, sistemas educativos de calidad, un trato digno a sus mujeres: tan sólo algunos de los comunes denominadores entre las naciones europeas más prósperas y la patria judía, mismos que justifican su coexistencia dentro de la órbita occidental.

Pero quizás el principal incentivo de los europeos para tener una actitud mucho más amigable hacia los israelíes es que ambos tienen un enemigo en común: el terrorismo islámico. Los años de 2015 y 2016 fueron devastadores para Europa, puesto que su seguridad fue puesta en jaque constantemente por el Estado Islámico, alcanzando su punto más crítico con los atentados en París que acontecieron en noviembre de 2015, los peores en la historia de Francia. Israel, por otro lado, lidia con ataques constantes perpetrados por terroristas palestinos, además de la amenaza de Irán y grupos como Hamas y Hezbolá. Europa es, básicamente, atacada por el EI por el mismo motivo por el que Israel está en la mira del terror y el fanatismo más vil.

Estados Unidos entiende que el mejor aliado que tiene en Medio Oriente es un pequeño país, de una población de apenas ocho millones de habitantes. Esto explica por qué han proporcionado tanto apoyo económico y militar a la única nación judía del planeta, sin mencionar que las Fuerzas de Defensa Israelíes (o simplemente FDI) figuran entre los mejores ejércitos del mundo. ¿Por qué es tan complicado para los europeos comprender que Israel es su mejor aliado en una región que rebosa de violencia, inestabilidad política y brutal hostilidad?

Benjamin Netanyahu no pudo haber sido más claro: Israel no es lo que está mal, sino lo que está bien en el Medio Oriente. La patria judía rompe paradigmas y supera expectativas día tras día. La escasez de recursos naturales no le impidió convertirse en una potencia tecnológica, estar en medio del desierto no evitó que desarrollara uno de los mejores y más modernos sistemas de agricultura, y el asedio constante de sus enemigos fue su mejor motivo para prosperar y alcanzar un nivel de desarrollo que no se percibe en otros países de esa región. Los europeos han vivido traumáticas experiencias a raíz de guerras que los empobrecieron y que los llevaron al borde de la aniquilación, mientras que Israel se vio obligado a repeler el odio, la intolerancia y el salvajismo de varios países árabes; sentimientos que desembocaron en cuatro diferentes guerras. Casi todos los países de Europa no son amigables con los homosexuales, mientras que Tel Aviv es considerada una de las ciudades más amigables con el colectivo gay, lo cual es doblemente impresionante si consideramos que los vecinos de Israel ejecutan o reprimen con violencia a estas personas sólo por su condición. ¿No son acaso suficientes razones para que los europeos empiecen a mejorar el concepto que tienen del Estado judío?

Lamentablemente el antisemitismo europeo no solamente sobrevivió, sino que también evolucionó. Ahora responde al nombre de antisionismo, el cual se representa con marchas multitudinarias que tienen lugar en ciudades de Francia, Alemania, Reino Unido, España y muchos más países de Europa Occidental. Los dos rasgos más distintivos de estas muchedumbres son carteles que acusan a Israel de ser un “Estado genocida”, y consignas de “Palestina Libre” pronunciadas con vehemencia. Israel no es un país perfecto, pero las acusaciones de los manifestantes a favor de Palestina son ilógicas e imprecisas. Están convencidos de que las tensiones árabe-israelíes son culpa de un solo país: el que produce más startups que colosos como China o India, el que no restringe la llegada de ayuda humanitaria a Gaza, el único país de Medio Oriente que cuenta con una verdadera y funcional democracia, el que tiene más empresas cotizando en el NASDAQ a nivel mundial (solamente superado por Estados Unidos)

Cineastas, actores, políticos, e intelectuales de la Unión Europea han demonizado al Estado de Israel en reiteradas ocasiones. Hablan de que los soldados israelíes masacran niños palestinos, pero ignoran que los palestinos usan a sus propios hijos como escudos humanos. Llaman genocidio al contraataque de las FDI a la ofensiva con misiles procedente de Gaza, pero guardan silencio cuando los palestinos apuñalan a civiles israelíes. Las difamaciones y las campañas de desprestigio continúan a medida que uno sigue preguntándose, no sin cierto asombro: ¿llegará el día en que veamos el inicio de excelentes relaciones entre la Unión Europea e Israel? Si tan sólo los europeos no fueran tan ignorantes en relación al principal conflicto de Medio Oriente, su postura sería distinta y los acercamientos entre éstos y el Estado de Israel serían más fructíferos. En varios países condenan a un tiempo en prisión o al pago de una multa a quienes hacen apologías al nacionalsocialismo o bien, en el peor de los casos, niegan el Holocausto. Pero al mismo tiempo repudian cualquier maniobra defensiva del gobierno israelí para hacer frente al terrorismo palestino, y equiparan a la patria judía con el obsceno apartheid sudafricano. Vaya ironía.

El foco del rechazo y la denuncia europeos deberían ser las atrocidades que se cometen diariamente en países como Irán, Arabia Saudita, Yemen, Somalia, Afganistán o Pakistán, así como los lamentables episodios de gravísimas violaciones a los derechos humanos que se suscitan en los mayores santuarios del nefasto socialismo latinoamericano: Cuba y Venezuela. Pero para quienes radican en la cuna del Renacimiento, la Ilustración y la Revolución Industrial, el lugar donde moran los crímenes más deleznables es esa diminuta nación, fundada en 1948, y que es la única esperanza de paz y orden en una de las regiones más violentas del mundo.

Los principios y valores que defienden impetuosamente las sociedades europeas están perfectamente reflejados en un país que aún no celebra su primer centenario de existencia. El desarrollo humano es una carta de presentación común, al igual que la calidad de vida, la innovación tecnológica y la investigación científica. Europa es un símbolo incuestionable de progreso, al igual que Israel, y por ende debería existir un sentimiento de fraternidad más sólido y más duradero, así como una mayor cooperación en tantos ámbitos como sea posible. El ancestral continente causa fascinación, al igual que el joven país; la cuna de las bellas artes es una implacable fuerza para el bien, algo igualmente característico de Israel. No se trata de seguirles la corriente a los estadounidenses, ni de involucrarse en una serie de actos que podrían perjudicarlos en un futuro cercano. Los europeos sólo deben entender que es su deber moral estar del lado de los israelíes, puesto que así se amplía y se fortalece el frente de los justos, los buenos y los honestos. Y cualquier intento por combatir a las fuerzas malignas de nuestro mundo carecerá de posibilidades de éxito si se excluye a ese minúsculo y fascinante pedazo de tierra llamado Israel.

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