Declaración final de Geert Wilders en su juicio

GEERT WILDERS

Señor presidente, señorías:

Cuando decidí dirigirme a ustedes hoy, haciendo una declaración final en este juicio contra la libertad de expresión, muchas personas reaccionaron diciéndome que era inútil. Que ustedes, el tribunal, ya había escrito el veredicto hace tiempo. Que todo indica que ustedes ya me han condenado. Y quizás sea verdad. Sin embargo, aquí estoy. Porque nunca me rindo. Y tengo un mensaje para ustedes y para los Países Bajos.

Durante siglos, los Países Bajos han sido un símbolo de libertad.

Cuando uno dice Países Bajos, está diciendo libertad. Y eso también les ocurre, quizás de manera especial, a quienes tienen una opinión distinta al establishment: la oposición. Y nuestra libertad más importante es la libertad de expresión.

Nosotros, los holandeses, decimos lo que sentimos. Y eso es precisamente lo que hace grande nuestro país. La libertad de expresión es nuestro orgullo.

Y eso es, precisamente, lo que hoy está en juego.

Me niego a creer que estemos renunciando sin más a esta libertad. Porque somos holandeses. Por eso nunca medimos las palabras. Y yo tampoco lo haré jamás. Y estoy orgulloso de eso. Nadie podrá silenciarme.

Además, señorías, para mí personalmente, la libertad de expresión es la única libertad que me queda. Todos los días me lo recuerdan. Esta mañana, por ejemplo. Me he despertado en una casa protegida. Me han metido en un coche blindado y llevado en comitiva a este tribunal de alta seguridad en Schiphol. Los guardaespaldas, los destellos de luces azules, las sirenas. Todos los días, otra vez. Es un infierno. Pero también estoy enormemente agradecido por ello.

Porque me protegen, me mantienen literalmente con vida, me garantizan el último pedazo de libertad que me queda: mi libertad de expresión. La libertad de ir adonde sea y hablar sobre mis ideales, sobre mis ideas para hacer unos Países Bajos –nuestro país– más fuertes y seguros. Después de 12 años sin libertad, después de haber vivido junto a mi mujer, por motivos de seguridad, en barracones, cárceles y casas protegidas, sé lo que significa la falta de libertad.

Espero de verdad que esto no les ocurra nunca a ustedes, señorías. Que, a diferencia de mí, no tengan que ser nunca protegidos porque organizaciones terroristas islámicas, como Al Qaeda, los talibanes, y el ISIS, Y quién sabe cuántos musulmanes solitarios, quieran matarles. Que ya no tengan permitido recoger las cartas de su propio buzón, que necesiten llevar un chaleco antibalas en los mítines, y que haya agentes de policía vigilando la puerta cada vez que va al baño. Espero que ustedes no tengan que pasar por ello.

No obstante, si tuvieran que experimentarlo, y al margen de lo mucho que discrepen de mis puntos de vista, es posible que entendieran entonces por qué no puedo guardar silencio. Que no debo guardar silencio. Que debo hablar. No sólo por mí mismo, sino por los Países Bajos, por nuestro país. Que tengo que utilizar la única libertad que me queda para proteger nuestro país. Del islam y del terrorismo. De la inmigración de los países islámicos. Del enorme problema con los marroquíes en los Países Bajos. No puedo quedarme callado al respecto; tengo que alzar la voz. Es mi deber. Tengo que ocuparme de ello. Debo advertir de ello, y tengo que proponer soluciones para ello.

Tuve que renunciar a mi libertad para hacerlo y voy a seguir seguir haciéndolo. Siempre. Quienes quieran detenerme tendrán que matarme primero.

Y por eso comparezco aquí ante ustedes. Solo. Pero no estoy solo. Mi voz es la voz de muchas personas. En 2012, me votaron casi un millón de holandeses. Y serán muchos más el 15 de marzo.

Según la última encuesta, nos van a votar dos millones de personas. Señorías, ustedes conocen a estas personas. Se las cruzan cada día. Hoy, hasta uno de cada cinco ciudadanos holandeses votaría al partido de la libertad. Quizás su propio chofer, su jardinero, su médico, o su servicio doméstico, la novia de un registrador, su fisioterapeuta, la enfermera del asilo de sus padres, o el panadero de su barrio. Son gente corriente, holandeses corrientes. La gente de la que me siento tan orgulloso.

Ellos me han elegido para que hable en su nombre. Soy su portavoz. Su representante. Digo lo que piensan. Hablo en su nombre. Y lo hago con determinación y pasión. Día tras día también aquí, hoy.

Así que, no olvidemos que, cuando ustedes me juzgan, no están emitiendo un juicio sobre un solo hombre, sino sobre millones de hombres y mujeres en los Países Bajos. Están juzgando a millones de personas. Personas que están de acuerdo conmigo. Personas que no entenderán una condena. Las que quieren recuperar su país, que están hartas de que no se las escuche, y que aman la libertad de expresión.

Señorías: están emitiendo un juicio sobre el futuro de los Países Bajos. Y les digo: si me condenan, estarán condenando a la mitad de los neerlandeses. Y muchos holandeses perderán el último pedazo que les resta de confianza en el Estado de derecho.

Por supuesto, yo no debería haber sido sometido a este juicio absurdo. Porque éste es un juicio político. Es un juicio político porque los asuntos políticos deben discutirse en el Parlamento, no aquí. Es un juicio político porque otros políticos –sobre todo de partidos que gobiernan– que han hablado sobre los marroquíes no han sido procesados. Es un juicio político porque se está haciendo un uso indebido del tribunal para ajustar cuentas con un líder de la oposición que no pueden derrotar en el Parlamento.

Este juicio, señor presidente apesta. Sería más apropiado en Turquía o Irán, donde también se lleva a la oposición a los tribunales. Es una pantomima, un bochorno para los Países Bajos, una burla de nuestro Estado de derecho.

Y también es un juicio injusto porque, anteriormente uno de ustedes –la señora van Rennes– hizo un comentario negativo sobre la política de mi partido y la exitosa apelación en el anterior juicio contra Wilders. Ahora, ella va a juzgarme.

¿Qué es lo que hecho para merecer esta farsa? He hablado de que haya menos marroquíes en un mercado, y he preguntado a los miembros del Partido por la Libertad (PVV) en un acto de campaña. Y lo hice, señorías, porque en este país tenemos un inmenso problema con los marroquíes. Y casi nadie se atreve hablar de ello o a tomar medidas duras. Y mi partido es el único que ha hablado de este problema durante años.

Veamos, si no, lo ocurrido en las últimas semanas: cazafortunas marroquíes robando en Groningen, abusando de nuestro sistema de asilo, y jóvenes marroquíes aterrorizando vecindarios enteros en Maassluis, Ede y Almere. Les puedo poner otros miles de ejemplos; casi todo el mundo en los Países Bajos los conoce o los ha experimentado en primera persona. Y los trastornos que causan los delincuentes marroquíes. Si no los conocen, es que ustedes viven en una torre de marfil.

Les digo: si ya no podemos abordar con franqueza los problemas en los Países Bajos; si ya no se nos permite utilizar la palabra “extranjero”; si nosotros, los holandeses, somos de repente unos racistas porque queremos que el Negro Pete siga siendo negro; si la única manera de que no se nos castigue es queriendo que haya más marroquíes para que no se nos lleve ante los tribunales; si claudicamos de la libertad de expresión que tanto nos costó alcanzar; si utilizamos los tribunales para silenciar a un político de la oposición que amenaza con convertirse en primer ministro, entonces este país estará condenado. Esto es inaceptable porque somos holandeses y este es nuestro país.

Y de nuevo ¿qué demonios hecho mal? Cómo se puede justificar el hecho de que tenga que comparecer aquí como sospechoso, como si hubiese robado un banco o cometido un asesinato?

Sólo he hablado de los marroquíes en un mercado y he hecho una pregunta en un acto nocturno de campaña. Y quien tenga un mínimo concepto de lo que es la política, sabe que los actos nocturnos de campaña, de cualquier partido, consisten en discursos políticos llenos de eslóganes y chascarrillos y en aprovechar al máximo las reglas de la retórica. Ese es nuestro trabajo. Así es como funcionan las cosas en política.

Las noches de campaña son noches de campaña, con discursos retóricos y políticos; no son charlas en la universidad, donde cada párrafo es analizado durante quince minutos desde seis puntos de vista distintos. Es sencillamente una locura que el fiscal general utilice ahora esto contra mí, como si alguien pudiera culpar a un futbolista de marcar tres goles seguidos.

De hecho, como dije en el mercado, en el bello distrito de Loosduinen en La Haya: “Si es posible, que haya menos marroquíes”. Remarco que lo hice pocos minutos después de que una señora marroquí viniera y me dijera que iba a votar al PVV porque estaba harta de los trastornos causados por los jóvenes marroquíes.

Y una noche de campaña empecé preguntándoles a los seguidores del PVV: “¿Quieren que haya más UE, o menos?”. Y tampoco expliqué en detalle por qué la respuesta debía ser “menos”. En concreto, porque tenemos que recuperar nuestra soberanía y reafirmar el control sobre nuestro propia dinero, nuestras propias leyes y nuestras propias fronteras. No lo hice.

Después, le pregunté al público: “¿Quieren que haya más Partido Laborista, o menos?” Y, de nuevo, no expliqué en detalle porque la respuesta debía ser “menos”. En concreto, porque son los máximos relativistas culturales, unos cobardes voluntariamente ciegos que abrazan al islam en el Parlamento. No lo dije.

Y después, pregunté: “¿Quieren más marroquíes, o menos?”. Y de nuevo, no expliqué en detalle por qué la respuesta debía ser “menos”. En concreto, porque las personas de nacionalidad marroquí copan las tasas delictivas, las prestaciones sociales y el terrorismo en los Países Bajos. Y que queremos lograrlo expulsando a los delincuentes de nacionalidad marroquí después de despojarlos de su nacionalidad holandesa, mediante una política de migración más estricta y de repatriación activa y voluntaria. Son propuestas que hemos hecho en nuestro manifiesto electoral desde el día que fundé el Partido para la Libertad.

Lo he explicado en varias entrevistas en la televisión nacional, en las declaraciones en el mercado y la noche de campaña, y también instantes después de haber hecho esas preguntas. Es sumamente mezquino y deshonesto que el fiscal general quiera omitir ese contexto.

Lo que es repugnante –no tengo otra palabra para expresarlo– es lo que hacen otros políticos, entre ellos el hombre que durante algunos meses aún podrá seguir llamándose primer ministro. Sus actos, y especialmente los del primer ministro, tras la citada noche de campaña, constituyeron una auténtica persecución, una caza de brujas. El Gobierno ha creado un clima donde aquello tenía que ir a juicio.

El primer ministro Rutte les dijo incluso a unos niños pequeños en el telediario juvenil que yo quería expulsarlos, y después les aseguró que eso no iba a ocurrir. Como si yo hubiese dicho alguna vez tal cosa. Es casi imposible actuar de manera más vil y falsa.

Pero también el entonces ministro de Seguridad y Justicia –quien, cabe señalar, es el jefe político del fiscal general– dijo que mis palabras eran repugnantes, e incluso pidió que las retirara. Una petición del Ministerio de Justicia; no hace falta llamarse Einstein para predecir lo que pasará después, lo que hará el fiscal general, si no se atiende la petición del Ministerio de Justicia.

El ministro del Interior y el viceprimer ministro, también ambos del Partido Laborista, hicieron similares declaraciones. En resumen: el Gobierno no dejo más opción al fiscal general que procesarme. De ahí que en este juicio los agentes de la justicia no sean los representantes de un fiscal general independiente, sino cómplices de este Gobierno.

Señor presidente: la élite también ha facilitado las demandas contra mí. Con formularios de declaraciones preimpresos que la policía llevó a la mezquita. En los cuales, hay que señalar, la policía decía a veces que también opinaba que mis declaraciones eran inadmisibles.

Recogimos una muestra que demostraba que algunas de las demandas eran fruto del engaño, la intimidación y la influencia. Gente que pensaba que iba a votar; que ni siquiera sabía cómo me llamaba, y que no se daba cuenta de lo que estaba firmando, o que afirmaba no sentirse discriminada por mí en absoluto.

Alguien contó que en la mezquita de As Soenah se presentaron, sólo tras las oraciones del viernes, 1.200 denuncias porque se creía que había elecciones. Hubo manifestaciones, encabezadas por alcaldes y concejales, como en Nijmegen, donde el alcalde Bruls, de Llamada Democristiana (CDA), pudo finalmente exhibir su profundo odio hacia el PVV. La policía permitió ampliar los horarios de apertura, ofreció café y té, y marroquíes los acompañaban bailando y cantando con una auténtica banda oompah ante una comisaría. Lo convirtieron en una gran fiesta.

Pero mientras, dos significativas encuestas, una de ellas encargada por el PVV y la otra por De Volkskrant, demostraban que, aparte del Gobierno y la élite mediática, el 43 % de los holandeses –7 millones de personas aproximadamente– estaban de acuerdo conmigo. Queremos menos marroquíes. Van a tener mucho trabajo si el fiscal general enjuicia a esos siete millones de personas.

La gente nunca entenderá que a otros políticos –especialmente de los partidos en el Gobierno– y funcionarios que han hablado contra los marroquíes, los turcos e incluso miembros del PVV se les esté dejando en paz y no sean procesados por el fiscal general.

Como el líder laborista Samsom, que dijo que los jóvenes marroquíes tenían el monopolio de los trastornos étnicos.

O el presidente laborista Spekman, que dijo que los marroquíes debían ser humillados.

O el concejal laborista Oudkerk, que habló de los “putos” marroquíes.

O el primer ministro Rutte, que dijo que los turcos deberían largarse.

¿Y qué hay del jefe de la policía Joop van Riessen, que dijo sobre mí en televisión, y cito literalmente: “Básicamente, uno se siente inclinado a decir: matémosle, librémonos de él y que nunca vuelva a resurgir?”

Y, en referencia a los votantes del PVV, Van Rissen declaró: “Debería deportarse a esta gente, ya no pertenece a este lugar”. Fin de la cita. El jefe de la policía dijo que matar a Wilders era una reacción normal. Eso es odio, señor presidente, puro odio, y no de nosotros, sino contra nosotros. Y el fiscal general no procesó a Van Riessen.

Pero el fiscal general sí me procesa a mí. Y exige una condena basada en argumentos ilógicos sobre la raza y conceptos que ni siquiera contempla la ley. Que me acusa y me convierte en sospechoso de insultar a un grupo y de incitar al odio y la discriminación por motivos de raza. ¿Hasta dónde va a llegar la locura? La raza. ¿Qué raza?

He hablado y he hecho una pregunta sobre los marroquíes. Los marroquíes no son una raza. ¿Quién se ha inventado eso? Nadie en nuestro país entiende que los marroquíes se hayan convertido de repente en una raza. Es un total sinsentido. Ninguna nacionalidad es una raza. Los belgas no son una raza, los norteamericanos no son una raza. Paremos este sinsentido, le digo al fiscal general. No soy un racista, ni tampoco lo son mis votantes. ¿Cómo se atreve a insinuarlo? Está calumniando a millones de personas llamándolas racistas.

El 43 % de los holandeses quiere que haya menos marroquíes, como ya he dicho. No son racistas. Dejen de insultar a esas personas. Cada día sufren el inmenso problema con los marroquíes en nuestro país. Tienen derecho a un político al que no le dé miedo mencionar el problema con los marroquíes. Pero tampoco les importa, ni me importa a mí, si alguien es negro, amarillo, rojo, verde o violeta.

Les digo: si condenan a alguien por racismo cuando no tiene nada contra las razas, entonces están debilitando el Estado de derecho; entonces estamos en bancarrota. Nadie en este país lo comprenderá.

Y ahora el fiscal general también utiliza el vago concepto de “intolerancia”. La enésima estupidez. Sin embargo, el subjetivo término “intolerancia” ni siquiera aparece mencionado en la ley. ¿Qué demonios es la intolerancia? ¿Van a decidirlo ustedes, señorías?

No les corresponde a ustedes esa decisión. Ni tampoco al Tribunal Supremo, ni siquiera al Tribunal Europeo. La ley debe determinar por sí misma qué es castigable. Nosotros, los representantes, somos elegidos por los ciudadanos para determinar en las leyes de manera clara y visible para todos qué es castigable y qué no.

Eso no le corresponde al tribunal. No deberían hacerlo, y desde luego no sobre la base de tales conceptos subjetivos, que cada persona entiende de una manera distinta y de los que pueden abusar fácilmente las élites para vetar las inoportunas opiniones de la oposición. Les pido que no empiecen a hacerlo.

Señor presidente, señorías:

Nuestros antepasados lucharon por la libertad y la democracia. Sufrieron, y muchos sacrificaron su vida. Debemos nuestras libertades y el Estado de derecho a esos héroes. Pero la libertad más importante, la piedra de toque de nuestra democracia, es la libertad de expresión. La libertad de pensar lo que quieras y decir lo que pienses.

Si perdemos esa libertad, lo perdemos todo. Entonces, los Países Bajos dejarán de existir; entonces, los esfuerzos de todos los que sufrieron y lucharon por nosotros habrán sido en vano. Desde los luchadores por la libertad para nuestra independencia en la Edad de Oro a los héroes de la resistencia en la Segunda Guerra Mundial. Les pido que sean fieles a su tradición. Permanezcan fieles a la libertad de expresión.

Al pedir una condena, el fiscal general, como cómplice del sistema establecido, como marioneta del Gobierno, pide silenciar a un político de la oposición. Silenciando, por tanto, a millones de holandeses. Les digo: el problema con los marroquíes no se resolverá de este modo, sino que sólo irá a más.

Porque la gente empezará pronto a callarse, y hablará menos por miedo que les llamen racistas, porque temen ser sentenciados. Si soy condenado, entonces todo el que diga cualquier cosa de los marroquíes tendrá miedo de ser llamado racista.

Señor presidente, señorías, termino.

Está surgiendo un movimiento mundial que pone fin a las doctrinas políticamente correctas de las élites y los medios que se someten a ellas.

Lo ha demostrado el Brexit.
Lo han demostrado las elecciones en EEUU.
Está a punto de demostrarse en Austria e Italia.
Se demostrará el próximo año en Francia, Alemania y los Países Bajos.

El curso de los acontecimientos está a punto de tomar un giro distinto. Los ciudadanos ya no lo toleran.

Y les digo: en la batalla de la élite contra el pueblo, ganará el pueblo. Tampoco esto podrán detenerlo, sino acelerarlo. Ganaremos, el pueblo holandés ganará, y se recordará muy bien quién estuvo en el lado correcto de la historia.

El sentido común prevalecerá sobre la arrogancia políticamente correcta. Porque en todas partes de Occidente estamos presenciando el mismo fenómeno.

No se puede encarcelar la voz de la libertad; suena como una campana. En todas partes hay cada vez más personas diciendo lo que piensan. No quieren perder su tierra, no quieren perder su libertad.

Exigen políticos que los tomen en serio, que los escuchen, que hablen en su nombre. Es una verdadera revuelta democrática. El aire de cambio y renovación sopla en todas partes. También aquí en los Países Bajos.

Como he dicho:

Comparezco aquí en el nombre de millones de ciudadanos holandeses.
No hablo sólo en mi nombre.
Mi voz es la voz de muchas personas.

Y, por tanto, les pido, no sólo en nombre propio, sino en nombre de todos esos ciudadanos holandeses:

¡Absuélvanme! ¡Absuélvannos!

Fuente:es.gatestoneinstitute.org

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