SOEREN KERN
El antiamericanismo europeo –en declive durante la presidencia de Barack Obama, quien condujo a Estados Unidos por la senda del globalismo en vez del nacionalismo– ha vuelto para vengarse.
El establishment mediático de Europa ha reaccionado a la victoria electoral de Donald Trump lanzando unas invectivas que no se veían desde la presidencia de George W. Bush, cuando el antiamericanismo de Europa estaba en su paroxismo.
Desde las elecciones estadounidenses del 9 de noviembre, las televisiones, radios y medios escritos europeos han producido una avalancha de reportajes, editoriales y columnas negativas echando humo de rabia por el resultado de los comicios.
Las críticas europeas a Trump van más allá del simple desagrado hacia el hombre que va a ser el próximo presidente. La repulsa revela un desprecio muy arraigado hacia Estados Unidos, y hacia los votantes estadounidenses que han elegido democráticamente a un candidato comprometido con la recuperación económica y la fuerza militar del país.
Si el pasado puede darnos alguna pista sobre el futuro, el antiamericanismo europeo será un rasgo generalizado de las relaciones transatlánticas durante la presidencia de Trump.
Aunque los líderes de opinión europeos han dedicado gran parte de su indignación a la supuesta amenaza que Trump representa para el orden global, el presidente electo heredará un mundo que es significativamente más caótico e inseguro que cuando Obama llegó a la presidencia en enero de 2009.
La principal causa del desorden global es la falta de un liderazgo americano, que dirija desde atrás, tanto en casa como en el extranjero.
Una serie de irresponsables decisiones de Obama para reducir la influencia militar de EEUU en el extranjero han creado un vacío de poder geopolítico que están llenando países e ideologías innatamente hostiles hacia los intereses y valores occidentales. China, Rusia, Irán, Corea del Norte y el islam radical –entre muchos otros– se han envalentonado para desafiar impunemente a Estados Unidos y sus aliados.
Las élites europeas, en su mayoría, han guardado silencio sobre los errores de la política exterior de Obama, pero ahora están despotricando contra Trump por su promesa de restaurar el orden “volviendo a hacer grande América”.
Como en la etapa de la Administración Bush, el antiamericanismo de Europa vuelve a ser impulsado por Alemania, un país que fue eficazmente reconstruido por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. El Plan Marshall concedió a la Alemania Occidental unos 1.500 miles de millones de dólares (15.000 millones de dólares en 2016) en ayudas a la reconstrucción entre 1948 y 1951.
A lo largo de las últimas siete décadas, Estados Unidos ha gastado cientos de miles de millones de dólares anuales para proteger la seguridad de Alemania, pese a que Alemania se niega inamoviblemente a cumplir la promesa a la OTAN de invertir un 2 % del PIB en defensa. Alemania sólo gastó un 1,16 % del PIB en su propia defensa en 2015, y un 1,15 % en 2016. A las autoridades alemanas les ofende ahora que Trump les esté pidiendo que paguen la cuota que les corresponde para sufragar su propia defensa.
A continuación va una pequeña muestra de los últimos comentarios en Europa sobre Donald Trump y Estados Unidos:
En Alemania, la revista Der Spiegel, con sede en Hamburgo y una de las últimas publicaciones de gran circulación en Europa, publicó en su portada una imagen de un meteorito gigantesco con la forma de la cabeza de Donald Trump precipitándose hacia la Tierra. El titular dice: “El fin del mundo (tal como lo conocíamos)”. El número incluye más de 50 páginas de contenidos relacionados, entre ellos un artículo de Dirk Kurbjuweit titulado: “Cien años de miedo: Estados Unidos ha abdicado de su liderazgo mundial”. Escribió:
Durante cien años, Estados Unidos ha sido el líder del mundo libre. Con la elección de Donald Trump, Estados Unidos ha abdicado de ese papel. Es hora de que Europa, y Angela Merkel, cubran ese vacío. (…)
Trump, que no quiere tener nada que ver con la globalización; Trump, que predica el nacionalismo, el aislamiento y la retirada parcial de Estados Unidos del comercio mundial y su nula responsabilidad sobre un problema global como es el cambio climático (…)
Nos enfrentamos ahora a la vaciedad; al temor al vacío. ¿Qué le ocurrirá a Occidente, a Europa y a Alemania sin Estados Unidos como su potencia líder?
En un artículo titulado “La victoria de Trump abre la puerta a una peligrosa inestabilidad”, el columnista del Spiegel Roland Nelles escribía:
Ha pasado. Lo ha hecho. Donald Trump ha demostrado que todos los expertos se equivocaban (…) Un hombre que (…) predica el odio y desprecia a los socios más importantes de Estados Unidos dirigirá el país más poderoso de la Tierra. Es una catástrofe política.
El burdo populismo ha triunfado sobre la razón. El éxito de Trump ha conmocionado a todos aquellos que contaban con la sensatez política de los votantes estadounidenses (…)
El mundo, y Estados Unidos, se ven ahora amenazados por una peligrosa etapa de inestabilidad: Donald Trump quiere hacer que América sea “grande” otra vez. Si hemos de creer sus pronunciamientos, procederá de forma implacable: quiere expulsar a 11 millones de migrantes del país, renegociar todos los grandes acuerdos comerciales y obligar a importantes aliados como Alemania a pagar por la protección militar de EEUU. Eso desencadenará un importante conflicto, generará nuevas rivalidades y será un acicate para nuevas crisis.
En un artículo de opinión titulado “Un presidente ridículo y peligroso”, el columnista del Spiegel Klaus Brinkbäumer escribió:
Estados Unidos ha votado a un racista con una peligrosa falta de experiencia; un hombre que ha sido empujado hasta la Casa Blanca por un ejército de americanos blancos de clases media y obrera privados de sus derechos. Es un movimiento que ahora amenaza a la democracia en todo el mundo. (…)
Dicho de otro modo: 60 millones de estadounidenses han obrado de manera estúpida. Han dado su voto a la xenofobia, el racismo y el nacionalismo, al fin de la igualdad de derechos y la conciencia social, al fin de los tratados climáticos y la seguridad social. Sesenta millones han seguido a un demagogo que hará muy poco por ellos.
Los que hayan vivido en Nueva York o hayan mantenido conversaciones en cenas en Georgetown y debates en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard saben lo brillantemente inteligentes y cosmopolitas que pueden ser los estadounidenses (…). Una vez que sales de dichos círculos, ese pensamiento cosmopolita no es ni mucho menos tan extendido.
El Süddeutsche Zeitung, con sede en Múnich, en un artículo titulado “La política exterior de Trump: qué significan estas elecciones para el mundo”, decía:
El hombre al que políticos de todo el mundo han descrito como “escalofriante”, “ignorante” o “irracional” va a mudarse a la Casa Blanca. La incertidumbre en todo el mundo es grande. Si hacemos caso a los viñetistas, la idea de Donald Trump sobre el mundo es muy simple. África es el lugar de nacimiento de Barack Obama. Rusia es un país al que han vuelto a hacer grande. Gran Bretaña es una zona de exclusión.
El semanario hamburgués Die Zeit escribió en un artículo titulado: “Trump y su visión del mundo”.
Caramba. Occidente se derrumba ante nuestros ojos. Lo que está pasando aquí se puede explicar mediante dos fechas clave: el 9 de noviembre de 1989, el muro cayó en Berlín (…) El 9 de noviembre de 2016, exactamente 27 años después, ha sido elegido para la Casa Blanca un hombre cuya principal promesa electoral ha sido la de construir un muro. (…)
Las ideas del nuevo presidente no son contradictorias ni confusas. Sus demandas se pueden resumir fácilmente en la chapa de un botellín de cerveza: integrar a Putin, mantener fuera a los mexicanos y tratar a los aliados de Estados Unidos como los clientes de un servicio de seguridad. Sólo hay protección si se paga, incluso en la OTAN.
En una columna, “El fin de la Ilustración”, el ensayista del Zeit Adrian Daub escribió:
Donald Trump es el vestigio de una América que se muere (…). Ha hecho que el país pasara de ser un faro multicultural a ser una isla aislada de gente blanca que tiene miedo de su propia sombra.
La idea del excepcionalismo americano –el faro– ya estaba presente en la fundación de la nación. (…) La idea del esplendor estadounidense es el de las ideas de la Ilustración que llegaron a las colonias desde Europa. Ideas como los valores universales o la búsqueda humana de la verdad.
La elección de Trump representa el fin de este proyecto. Estados Unidos ya no es un faro, sino un fuego llameante de sombras hartas y armadas hasta los dientes. No queda ningún rastro de su carácter prototípico, de su ejemplaridad. Es desafiante, cerrado al mundo. El nacionalismo del aislacionismo (…) el tribalismo tumultuoso (…) están removiendo los cimientos de la Ilustración.
EEUU defendió los valores de la Ilustración –el humanismo, la imagen optimista del hombre, la dignidad humana y los derechos civiles– cuando Europa se desvió de ellos en los años treinta. Utilizó el humanismo como arma en la lucha contra el fascismo, su universalidad como contraparte para el nacionalismo, y reimportándolos tras la Segunda Guerra Mundial, contribuyó al restablecimiento del proyecto europeo. Hoy, esos valores vuelven a atravesar dificultades en Europa, pero la visión en todo el Atlántico no será más reconfortante en enero.
Otros titulares alemanes eran: “Trump tiene el carisma de un elefante borracho”; “Donald Trump: Un payaso terrorífico como amenaza para la seguridad”; “Trump: ¿Cómo ha podido ocurrir?”; “Los planes del nuevo presidente de EEUU: Cómo Trump quiere envenenar el aire”; “Donald Trump: un golpe a la sociedad abierta”; “América elige al Gran Divisor”; “Donald Trump: Un rey sin un plan”; “Donald no es Ronald”; “Donald no es Churchill”; “¿Puede Trump pasar también en Alemania?”; “Cómo evitar un Trump alemán”; “¿Quién podrá frenar a Trump ahora?” o “¿Tendrá que pagar más Berlín por la defensa?”.
En Gran Bretaña, The Guardian publicó un editorial, “La postura de The Guardian sobre la política exterior de Trump: una amenaza a la paz”, que decía:
La victoria de Donald Trump echa por tierra la idea de que los aliados de EEUU puedan contar con ellos no sólo para asegurar la defensa y la cooperación económica, sino incluso como defensor de la democracia liberal, en vez de una amenaza contra ella. Plantea interrogantes sobre el tradicional papel de EEUU como protector de una arquitectura de multilateralismo global basada en la ONU (…)
Para Donald Trump, la política –como los negocios– consiste en hacer tratos. Cree que hablar de hombre a hombre con los dictadores puede disolver instantáneamente los problemas, y enfoca los asuntos internacionales como un juego de suma cero en el que volver a hacer grande América supone denigrar a sus tradicionales amigos. Su victoria hace del mundo un lugar más peligroso y también más incierto, porque es demasiado difícil decir con exactitud cómo se materializarán esos peligros, o cómo se enfrentará a ellos el próximo presidente de EEUU.
En un artículo en The Guardian titulado “La victoria de Trump ha sido una victoria del fanatismo”, el columnista Owen Jones escribió:
Un momento: ¿Quién soy yo, como británico, para interferir en los asuntos internos de un país extranjero? El problema es que todo el mundo está ahora sometido a la voluntad del líder de la última superpotencia. Todos estamos, hasta cierto punto, bajo su dominio (…)
El trumpismo es, por naturaleza, un movimiento autoritario que considera las normas democráticas prescindibles si no sirven a fines políticos. La aspiración –realizable o no– es clara: sociedades autoritarias como la Rusia de Putin, la Turquía de Erdogan o la Hungría de Orbán que mantienen ciertas trampas democráticas como fachada útil.
Si los ciudadanos estadounidenses aceptan sin más la legitimidad de este presidente, y normalizan a este tirano en potencia, sólo le envalentarán. Debería emplearse la desobediencia civil donde sea necesaria. Hazlo no sólo por ti, América. El destino del resto del mundo dependerá de tus decisiones.
Otros titulares británicos eran: “¿Destruirá Donald Trump América?”; “Por qué el presidente Donald Trump es un desastre aún mayor del que imaginaban”; “La victoria de Donald Trump es una catástrofe para los valores progresistas”; “La victoria de Donald Trump es una catástrofe para la masculinidad moderna”; “Los expertos en privacidad temen que Donald Trump ponga en marcha redes de vigilancia global”; “¿Se convertirá el terrorífico Trump en el manso Trump? Es un espejismo”; “El magnético tirón de Trump, rey narcisista”; “¿Hará Donald Trump los comedores escolares menos sanos? Los médicos advierten que la predilección del presidente electo por las hamburguesas y el pollo frito podría llegar a las bandejas de los comedores”; “En la era Trump, ¿por qué molestarse en enseñar a los alumnos a argumentar de manera lógica?” o “Donald Trump se creía un descendiente directo de Rurik el Vikingo, el fundador del Estado ruso”.
En España, donde el antiamericanismo ha sido la corriente dominante durante muchas décadas, el periódico El País publicó un artículo: “Declaración de guerra a la estupidez”, que muestra el desprecio que muchos europeos sienten hacia los estadounidenses comunes. John Carlin, veterano articulista del periódico, escribió:
La victoria de Trump representó una rebelión contra la razón y la decencia. Fue el triunfo del racismo, o de la misoginia, o de la estupidez, o de las tres cosas a la vez. Fue la expresión del poco juicio y del pésimo gusto de 60 millones de estadounidenses, la enorme mayoría de ellos hombres y mujeres de piel blanca que poseen casas, coches, armas de fuego y comen más que los ciudadanos de cualquier otro país de la tierra. (…)
Aquí es donde se ve con perfecta nitidez la estupidez, frivolidad e irresponsabilidad de los votantes trumpistas. Por más defectos que se perciban en Clinton, son triviales comparados con los de su vencedor electoral, a cuya ignorancia, cero principios y cero experiencia en la gestión de gobierno se unen casi todos los vicios personales que toda persona en su sano juicio en cualquier latitud del mundo encuentra deplorables. (…)
Conozco a la especie que votó por Trump. Me he encontrado con ellos cuando he hecho reportajes en Texas, Montana, Arizona, Oklahoma, Alabama y otros estados típicamente republicanos. Suelen ser amables en el trato, gente religiosa y honesta, decente dentro de su reducida órbita social. Pero tras sentarme a hablar con ellos un rato siempre he reaccionado con la misma perplejidad: ¿cómo es posible que hablemos el mismo idioma? Sus palabras me son familiares pero sus circuitos cerebrales operan de otra manera. Son gente de simple fe, ajena a la ironía; gente que elige sus verdades no en función de los hechos sino de sus creencias o prejuicios; gente que vive lejos de los océanos y del resto de planeta Tierra, al que le tiene miedo. Nunca he tenido una sensación similar de desconexión en Europa, África o América Latina. Solo en el interior de Estados Unidos.
En Austria, el Kronen Zeitung publicaba un titular que decía: “Maletín nuclear: en 72 días, Trump podría aniquilar la civilización”. También en Austria, el Kurier publicó un artículo titulado: “La victoria de Trump: una bendición para las líneas de atención a suicidas”. En Francia, el periódico Libération publicó una portada donde aparecían Trump y las palabras “American Psycho”. Otro titular decía: “Estados Unidos: El imperio de los peores”. L’Obs se preguntaba: “Con Trump, ¿comienza la desglobalización?”; Le Figaro escribió: “Donald Trump: de payaso a presidente” y “Europa paralizada por el impacto Trump”. Le Monde escribió: “La victoria de Donald Trump: un Brexit en América”. En los Países Bajos, Telegraaf declaró: “Trump es una pesadilla para Europa”.
¿Cómo se puede interpretar el resurgimiento del sentimiento antiamericano en Europa?
A pesar de que los errados pasos del presidente Obama en política exterior, especialmente en Oriente Medio, han vuelto a Europa menos segura que hace ocho años, las élites europeas han soslayado los errores de Obama porque es un “globalista” que está supuestamente a favor de recrear Estados Unidos a la imagen europea. Trump, en cambio, es un nacionalista que quiere reconstruir Estados Unidos a la imagen americana, no a la europea.
El antiamericanismo europeo se intensificará sin duda en los próximos años, no por Trump o sus políticas, sino porque los “globalistas” parecen desesperados por salvar a la fracasada Unión Europea, una alternativa al Estado nación falta de transparencia, que no rinde cuentas, antidemocrática y acaparadora de soberanía.
Los europeos han sobreestimado una y otra vez su capacidad para hacer que una Europa fragmentada actúe como un solo actor unificado. Y resulta que el antiamericanismo es una potente ideología que tiene mucho atractivo en toda Europa, y no sólo entre las élites.
Los federalistas europeos intentaron en el pasado convertir el antiamericanismo en la base de una nueva identidad paneuropea. Esta “ciudadanía” europea artificial y posmoderna, que exige lealtad a un superestado burocrático sin rostro con sede en Bruselas, ha sido presentada como una alternativa globalista al nacionalismo de Estados Unidos. En esencia, ser “europeo” significa no ser americano.
A medida que la Unión Europea se desgarra por las costuras, cabe esperar que el establishment político de Europa trate de explotar el antiamericanismo como un intento a la desesperada de usarlo como pegamento para unir una Europa fracturada.
Que lo logre o no depende, irónicamente, del presidente electo de EEUU, Donald Trump. Si puede demostrar que es capaz de Gobernar Estados Unidos y producir resultados tangibles, especialmente haciendo crecer la economía y poniendo coto a la inmigración ilegal, Trump, sin duda, dará alas a los políticos antiestablishment de Europa, muchos de los cuales ya obtienen buenos resultados en las encuestas en una serie de próximas elecciones generales.
A propósito de la victoria de Trump, el diputado holandés Geert Wilders escribió: “América se acaba de liberar de la corrección política. El pueblo americano ha expresado su deseo de seguir siendo un pueblo libre y democrático. Ha llegado la hora de Europa. ¡Podemos y haremos lo mismo!”
Soeren Kern es analista de política europea para el Instituto Gatestone en Nueva York.
Fuente:es.gatestoneinstitute.org
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