JORGE ROZEMBLUM
Durante mi infancia en Argentina había un programa de teatro por televisión que me daba tanto miedo que llegaba a aterrarme con sólo oírlo.
Se llamaba “El monstruo no ha muerto”, y su tesis era que Hitler seguía vivo en la propia Argentina. Y mientras, yo viviendo en el mismo barrio donde habían detenido al criminal Adolf Eichmann. En la misma época, tenía un compañero de juegos “en la calle” cuyo hermano se llamaba Adolfo. Una vez, yendo a buscar algo a su casa, pasamos por el dormitorio de sus padres y pude ver sobre el cabecero de la cama (donde tantos colgaban un crucifijo) un collar con una esvástica, y en la mesilla de noche una foto de su padre con el uniforme nazi. Llegada la adolescencia dejamos de jugar juntos y fue cuando comenzaron las esvásticas en la puerta de casa.
Pasaron tantos años que parecía que el pasado había pasado, que los nazis eran malos de manual para todos y que no existían más. Paranoias de judíos. Si tenía lugar algún suceso o demostración pública se hablaba de “neonazis”, algo así como una tribu urbana más, como los hippies, los mods o los punkies. No había razón para el temor ni la duda: todos, de los americanos a los soviéticos y sus respectivas naciones súbditas en el mundo polarizado de la Guerra Fría o los propios alemanes, así lo aseguraban. Quizás quedaran algunos viejos asesinos refugiados en la selva o en localidades recónditas que uno nunca visitaría. Puede incluso que alguno permaneciera escondido entre el vecindario, como el de la casa de a la vuelta, con su veintena de dobermanes saltando detrás de una fina valla que obligaban a cruzarse de acera. Incluso alguna pandilla de jóvenes moteros que dibujaban cruces gamadas con quemaduras de cigarrillos en la piel de una judía. Pero no eran más que los restos del naufragio que el mar vomita como resaca.
Aquella Europa que descubrió entonces horrorizada lo que supuestamente ignoraba que pasaba bajo sus narices con los judíos, vuelve otra vez la cara al espejo y se convierte nuevamente en campo fértil de populismos excluyentes. El negacionismo se ve como un obstáculo al derecho a expresarse libremente. Los “cuatro gatos” son ahora jauría. Como esporas latentes del mal capaces de hibernar 70 años, los viejos fantasmas se quitan las sábanas de asustar y se presentan ante nosotros con toda su corporalidad, proclamando que el monstruo que llevaban dentro no sólo no ha muerto, sino que nunca lo estuvo; sólo aguantó agazapado esperando la hora de la venganza. Y ya no me sirve esconderme y taparme los
oídos para que desaparezca.
*El autor es director de Radio Sefarad.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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