CAPITULO VIII
Invitación al exilio
A las nueve en punto entró Simón al restaurante Palacio. El tío Aarón ya estaba sentado ante una mesa viendo el menú.
Al mirar el mantel blanco, sintió un sobresalto. Con gran esfuerzo reprimió la imagen de su cama vacía. Respiró profundamente y se calmó.
Después de un breve saludo se sentó y una mesera le proporcionó la carta.
– ¿Vas a tomar desayuno-paquete, Aarón?
– El número cuatro.
– También pediré el cuatro, con jugo grande de naranja y chocolate. Hace mucho que no tomo chocolate.
Ordenaron. La mesera tomó nota, retirándose.
El tío Aarón dio otros tragos al café que ya le habían servido.
– ¿No vas a pedir café?
– No tío. Prefiero el chocolate.
– ¿Cómo están tus hijos en los “yunaites”?
– Supongo que bien. De seguro que ésta semana llamarán. Prefiero que ellos me hablen para no alarmarlos. Ya sabes, si no hay noticias son buenas noticias. ¿Para qué le movemos?
– Tienes razón. – Dijo el tío, tomando otros sorbos.
La mesera trajo la panera. Ambos tomaron bolillitos recalentados que untaron con mantequilla. Comieron esperando que el otro empezará a hablar sobre ““Rodamientos””. Ninguno lo hizo.
La mesera trajo la fruta del tío y el jugo. Hablaron del clima.
Trajeron lo demás.
Hablaron de la numerosa asistencia femenina en el comedor.
– Mientras los maridos trabajan y los hijos están en la escuela. Algunas se levantan de la mesa a la una. – Dijo Aarón cuando terminaron el “plato fuerte”.
Simón abordó sin ambages el asunto de su año sabático. Expuso lo de las vacaciones que se le debían. La conveniencia de que su sueldo mensual le fuera transferido a su cuenta bancaria. La condición del envío de los balances trimestrales que los socios recibían y el asunto de la repartición de utilidades a los accionistas, al final del ejercicio anual.
El tío escuchó sin interrumpir y cuando aquel terminó, simplemente dijo que veía todo correcto, que no tenía ninguna objeción que hacer y que lo transmitiría a sus parientes. Quienes de seguro aceptarían.
– ¿Okey?
– ¡Okey!
Trajeron el chocolate y el tío pidió más café. No se habló más de ““Rodamientos””. Si Aarón lo aceptaba, estaba hecho. En los negocios era hombre de pocas palabras.
– “Un sí, un no y a otra cosa mariposa”. Decía.
Simón se sintió relajado.
El tío quería hablar de otras cosas.
– ¿Estás leyendo algo? – Preguntó.
– No tío.
– Lástima. ¿Hace cuánto que no lees?
– No sé. Años.
– Leías mucho.
– Sí, pero ya no pude. Ya sabes, el negocio, la producción, importación, distribución, ventas. La familia.
– Yo quería librarte de eso. Pero sólo hasta ahora se pudo. Estoy leyendo más que nunca. – Sabes que me gusta lo Yidish. Llegué a Veracruz a los cuatro años. Tu padre nació en el puerto. ¿Ya lo sabías no? Claro, aprendí a leer y a escribir el Yidish en México. Lo hablaba nada más. Crecí como Jarocho. Cuando nos cambiamos a México nos decían Los Jarochos. Me gusta la música guapachosa. El gusto por lo Yidish me vino después y fue creciendo con los años.
– Lo sé tío. Comentó complaciente Simón. Ya lo había oído muchas veces.
– Ya sé que lo sabes. Sólo quiero platicarte lo que acabo de leer sobre la vida en Europa, hace más de dos siglos.
– Me vas a decir que los judíos estaban bien fregados. Interrumpió Simón.
– Fregados y no tan fregados. Continúo el tío. Comparados con nuestros estándares actuales de higiene y salud, hasta los grandes señores y reyes estaban fregados. Los judíos estaban en el mismo rango que el resto de la población, aunque dominaba el elemento de clase media y un poco más alto. Con pocos muy ricos y no estaban tan mal como el campesino pobre o el Mujik ruso que era casi esclavo; de que había parias entre los nuestros, los había. Pero lo que te quiero platicar es una anécdota que leí de dos jóvenes rabíes de buena familia, que decidieron adoptar la vida de pobres vagabundos por un tiempo, para conocer las tribulaciones del pueblo y así entender mejor a la gente. Conocer sus necesidades, sus vicios y pecados para ayudarlos posteriormente, cuando se colocaran como rabinos en algún pueblo.
– ¿Por qué decidieron andar de vagos?
– Así lo hacían muchos Jasidim. Casi siempre por mandato de un rabí, que como su guía espiritual, se los ordenaba por diferentes motivos: para expiar algún pecado o para que aprendieran a amar a la gente o simplemente para bajarles las ínfulas.
– Y, a estos hermanos ¿Qué fue lo que les pasó?
– Los dos. Elimelej y …Zishe Horowicz… Decidieron irse al exilio, vagar de pueblito en pueblito, pernoctando cada día en otro. Durmiendo bajo las estrellas en noches amables o en humildes posadas cuando las inclemencias del tiempo lo exigían, con la esperanza de alcanzar con el estudio de la Torá y los sufrimientos la revelación y una vez alcanzada, darse a conocer ante el pueblo, para ayudarlo en la vida cotidiana para lograr su superación espiritual. Estaban imbuidos de religiosidad, abnegación y misticismo. Así llegaron en medio de una tormenta de nieve a una posada judía. Pero, como unos campesinos estaban celebrando una boda, no había habitación para pernoctar. Consiguieron permiso del dueño para dormir, en el estrecho espacio que había atrás de una gran chimenea, del salón donde estaban festejando a los novios.
– Supongo que los hermanos no pudieron dormir por el escándalo – Dijo Simón impaciente.
– Sí. – Replicó el tío – Había música, alegría y mucho vodka. Ya animados y casi borrachos se pusieron a bailar. Alguno sacó una piel de oso para bailar el “Baile del Oso” que consiste en ponerle la piel a uno y los demás, en son de burla, lo golpeaban y pateaban por detrás. A alguien se le ocurrió que uno de los vagabundos podría hacerla de oso y sacaron a Zishe. Lo pusieron a bailar golpeándolo hasta casi agotarlo bajo la sofocante piel. En un intermedio, éste se fue a acostar atrás de la chimenea.- Al rato, se les antojó volver a bailar “el oso”. Lo volvieron a sacar, le pusieron la piel y lo mismo. Terminado el baile volvió a su rincón. Pidiéndole a su hermano cambiar de lugar y éste aceptó gustoso esperando ser sacado a bailar para sentirse humillado y así hacer méritos.
Los borrachos decidieron volver a bailar, pero al ir a buscar a su víctima dijeron: “Este ya bailó suficiente, saquemos al de más allá” y volvieron a arrastrar al pobre Zíshe.
– Sí, pobre Zishe.- Repitió casi riendo Simón – Eso es tener mala pata.
– O buena. Según su punto de vista. Ganó más puntos que su hermano. Pero los moretones que debió tener.
– Sí, comentó Simón riendo – Fueron el precio de la revelación.
– Ambos fueron rabies y a Zishe le reconocieron más méritos, le decían El “Joze”, el Vidente. Te platico esto para que sientas de lo que te has perdido haciendo “fierros de los fierros”.
– Tú también estuviste en eso tío.
– Si pero me zafé a buena hora. Dijo Aarón, pero al sentir que pisaba terreno peligroso prefirió cambiar de tema y dedicarse a analizar la condición de las féminas que estaban en el restaurante.
Así transcurrió otra media hora hasta que el viejo decidiera dar por terminada la tertulia. Simón pagó y se despidió del tío en la calle donde lo esperaba su chofer y tomaron rumbos opuestos.
Simón iba tranquilo por haber negociado su año sabático. Caminó distraído por la avenida pero al ver su sombra, volvió a sobresaltarse. A través de ella, su Alter Ego le dijo con sorna:
– ¿Estás listo para iniciar nuestro exilio”.
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