JORGE BENITEZ
El intelectual de cabecera de Barack Obama, Bill Gates y Mark Zuckerberg nos habla de cómo imagina el futuro.
Un futuro habitado por una masa de inútiles bajo el yugo de una élite de semidioses dopados con biotecnología. Si su nieto no forma parte del grupo de privilegiados lo más probable es que sea un parado crónico. La culpa de su crisis laboral no será de un chino que demuestra ser más productivo en la jungla de la globalización, sino de un ordenador. Pero, tranquilo, la frustración que sentirá él va a ser anestesiada con una nueva fe predicada desde el púlpito de Silicon Valley, pastillazos… y quizás vídeos de gatitos.
Así es el mañana que aventura al ser humano Yuval Noah Harari, posiblemente el antropólogo más influyente de este siglo.
“No predigo el futuro. Me limito a plasmar las distintas posibilidades que ofrece”, puntualiza el intelectual. Esta frase es su defensa en el juicio de la posteridad, como si necesitara protegerse de la imagen que proyecta de superestrella del ensayo pop que ha seducido a Obama, Bill Gates y Mark Zuckerberg con sus provocaciones. Harari (Haifa, 1976) es ante todo una especie de la mitológica Casandra que nos advierte de los peligros que acechan a la Humanidad y las posibilidades reales de que nuestro futuro sea una distopía.
No se encuentra muy bien por culpa de un catarro. Harari es un hombre de apariencia frágil, exquisitamente educado, judío mizrajim (de origen libanés aunque nacido en Israel), homosexual y vegano. Antes de empezar a conversar, se llega a un acuerdo para no hacer la sesión de fotos en la calle para no agravar su destemplanza bajo la lluvia de Madrid.
Pregunta: Como representante que soy, al menos por comparecencia, de la próxima raza de los ‘inútiles’ que vivirán en el lumpen laboral, querría preguntarle si esa división social se realizará sin violencia.
Respuesta: Este cambio es inevitable. Los taxistas, los médicos o los traductores perderán sus empleos víctimas de la sofisticación de los coches autónomos, robots de diagnóstico y un traductor de Google mejorado. Son sólo unos ejemplos, pasará con muchas profesiones. Esto no quiere decir que no surjan nuevos trabajos, pero será difícil reciclar a gente con empleos tradicionales y convertirlos en diseñadores de mundos futuros.
P. Históricamente las sociedades con mucha población poco productiva se han derrumbado.
R. Alimentar a la población no será en este caso un problema gracias a la tecnología. Sí lo será dotar de sentido a las vidas de todas esas personas. Algunos expertos apuntan a que la realización colectiva pasará por juegos informáticos de realidad virtual y el uso de drogas y medicinas capaces de manipular el estado mental. Eso no es una profecía. En la actualidad ya lo hacemos para tratar el estrés, el Trastorno por Déficit de Atención (TDA) y la depresión. Ésta última es una epidemia global que va a más. Es probable que en 50 años la mayoría de la gente consuma drogas.
Los antepasados de los superhumanos, aquellos que dominarán a los inútiles, rinden culto a Harari, el autor de moda entre el establishment mundial, de Silicon Valley a la Casa Blanca. Primero este catedrático de la Universidad Hebrea de Jerusalén contó todo lo que nos ha pasado en Sapiens, un ensayo sobre la evolución humana que vendió 300.000 ejemplares en un país de ocho millones de habitantes. De Israel saltó a Europa y América para vender otro millón de copias de una obra que combina antropología, historia y biología. Hoy charla con PAPEL sobre lo que podría pasarnos, una visión de un futuro sin hambres ni guerras ni pestes que ha descrito en Homo Deus (Editorial Debate). De él salen palabras como inmortalidad, cyborgs y dataísmo en un tono que a veces suena más a profeta bíblico (con más plagas que milagros) que al joven ateo que hizo el doctorado en Oxford sobre tácticas militares de la Edad Media.
P. Dios ha muerto, Marx ha muerto… Y además usted es un relativista. Sin embargo el ser humano siempre ha necesitado guiarse por alguna creencia trascendental.
Sin duda, por eso creo que en el futuro habrá un auge de tecnorreligiones surgidas en Silicon Valley. Éstas harán las mismas promesas que las religiones tradicionales, pero con una diferencia importante: el paraíso no estará detrás de la muerte, sino en la vida.
P. Eso ya lo intentó el comunismo…
Marx y Engels nos dijeron que no esperáramos al cielo y fundaron la primera tecnorreligión de la historia. Pero su aplicación fue un fracaso. El nuevo paraíso se basará en la informática y la biotecnología. Hay mucha gente en Silicon Valley que se toma muy en serio lo de alcanzar la inmortalidad a través de la Inteligencia Artificial. Imagine cuando eso se consiga: si alguien ofrece un paraíso en vida, mientras las religiones competidoras lo ofrecen en el más allá, es más que probable que la primera opción resulte más seductora, ¿no?
P. Habla del fin de la muerte gracias a los avances médicos, pero hace pocas semanas un artículo publicado en la revista ‘Science’ explicaba que la comunidad científica fija en 125 años el límite de la vida humana…
Leí ese artículo que usted menciona y es cierto que nuestro límite biológico está en esa edad. Hasta ahora la ciencia médica se ha limitado a evitar una muerte prematura… Eso se puede ver cómo en pocas décadas las estadísticas de mortalidad infantil han caído espectacularmente. Si curamos el cáncer o el Alzheimer viviremos hasta nuestro límite. El objetivo futuro será utilizar la ingeniería genética para rediseñar el cuerpo humano. Se podrán rejuvenecer órganos, usar células madre, crear vida inorgánica y convertirnos en cyborgs. O incluso trasladar la conciencia humana a los ordenadores y vivir para siempre. Dudo de algunas de estas ideas, aunque sé que hay profesores muy competentes que trabajan en su desarrollo. Sí estoy seguro que cuando se pueda derrotar a la muerte, evolucionaremos y seremos una entidad mucho más diferente respecto al homo sapiens de lo que somos hoy nosotros respecto a los chimpancés.
P. ¿Entonces el diseño inteligente se impondrá a la evolución?
R. Exacto. Después de 4.000 millones de años de evolución natural, desarrollaremos humanos ayudados por ordenadores y vida inorgánica. Podría ser la mayor revolución de la historia de la biología, un impulso para plantearnos de verdad la vida fuera de la Tierra. En la actualidad, colonizar otros planetas con nuestras características biológicas es una quimera.
Si hay algo que aleja a Harari de los grandes autores de la ciencia-ficción es el tema de la conciencia. La evolución de los ordenadores ha desarrollado una capacidad de cálculo brutal, si bien en ningún momento se ha producido una evolución sentimental. Robots y algoritmos no van a reproducir nuestros conflictos morales. No tendrán que ser regidos con las hermosas leyes de la robótica que inventó Isaac Asimov ni debatirán emocionalmente como el Nexus 6 de Blade Runner para confundirse como lágrimas en la lluvia. Nada de poesía. Solamente datos.
El dataísmo ya está llamando a la puerta. Según Harari, podría conquistar el mundo y reducir a cenizas al humanismo. Supongamos que nuestra concepción del universo radica en flujos de datos y que el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de información. Los organismos son algoritmos bioquímicos, nada más. Para formar parte de este universo estamos dispuestos a renunciar a nuestra privacidad y, sobre todo, a nuestro concepto de individuo. Vamos, usted va a pasar a ser un microchip y dejar de ser Pepe Pérez, y sus experiencias sólo tendrán valor si son compartidas en las redes.
P. Lo más inquietante del dataísmo para mí es que pretende acabar con lo que podría llamarse soledad elegida. ¿De verdad placeres individuales como leer un libro, cantar en la ducha o el onanismo acabarán siendo pasto de las redes sociales?
R. Soy el primer interesado en valorar la soledad, pero el mundo ha cambiado ya delante de nuestros ojos. A mi sobrina le encanta ver en internet jugar a otros niños. Cuando lo descubrí, no me lo podía creer. ¿Por qué no jugaba ella, que seguro que es más divertido?, me preguntaba. Los jóvenes se graban todo el rato y lo exhiben. Quien tenga hijos pequeños lo comprueba cada día. Recuerdo que en los noventa se puso de moda entre los adolescentes escribir un diario. La idea era proteger la intimidad, incluso algunos venían con candado. Hoy todo es diferente, un crío escribe un blog o una entrada en Facebook porque quiere que le gente le lea.
¿Qué ocurrirá cuando existan algoritmos tan poderosos que calculen perfectamente los intereses y prejuicios de cada votante?
Me temo que tanto en economía como en política los seres humanos perderemos nuestro poder. Eso es terrible porque el Estado y las élites nos van a ver como prescindibles. En el siglo XX los políticos invertían en hospitales y carreteras, incluso los dictadores, porque necesitaban a la gente ya fuera como votantes, soldados u obreros para las fábricas. Actualmente se ve más claramente en algunos campos, como el bélico: con la tecnología y el profesionalismo el valor militar de un ciudadano es prácticamente cero. Y en política sólo hay que ver el apoyo que han obtenido Donald Trump y los populismos europeos. Esto es una señal de que la gente empieza a ser consciente de su pérdida de influencia y busca rebelarse.
P. Si las estructuras políticas actuales no son capaces de procesar rápidamente toda la información que hay, ¿quién lo hará? Si quedara en manos privadas, ¿es necesario vigilar, como advierten analistas como Evgeny Morozov, el mercadeo de nuestros datos desde Silicon Valley?
R. No veo que empresas como Google o Facebook sean malas en sí. Para mí el problema es que el sistema político no hace su trabajo. No hay ningún partido que piense en el futuro de la humanidad. Pongamos el caso de Rusia. Hace 100 años Lenin tenía una visión futurista y disponía de una tecnología pobre. Pensó en cómo crear una sociedad nueva y en destruir la que encontró. Hoy Vladimir Putin cuenta con una tecnología mucho más sofisticada que Lenin, aunque su mayor ambición se reduce a intentar recuperar para Rusia el imperio de los zares. Hay que entender que la política ha perdido la capacidad de tener visiones con sentido de la humanidad, aunque fueran equivocadas y crueles.
P. Los gobiernos aún no tienen una postura clara sobre internet.
R. Resulta que la mayor revolución de la historia reciente no ha salido de ningún programa político. Las principales decisiones sobre la Red (intimidad, seguridad, mercado laboral…) no han sido tomadas en parlamentos, sino por ingenieros y empresarios que no representaban a nadie. La política se ha alejado totalmente de la tecnología. En los próximos 50 años, la Inteligencia Artificial y la ingeniería genética serán determinantes en nuestras vidas, pero nadie las menciona, ni siquiera en unas elecciones tan importantes como las recientemente celebradas en Estados Unidos. ¡La tecnología más sofisticada citada en campaña fue la relacionada con los emails enviados por Hillary Clinton desde un servidor equivocado!
P. Esa noticia es una muestra más de la velocidad informativa y de lo difícil que es para el consumidor discernir cuál es la información realmente útil.
R. En el pasado, el rey o el abad del monasterio guardaban los libros bajo llave y su acceso era muy restringido. Ahí anidaba el poder de la élite: ellos eran los únicos que sabían leer. La censura de hoy no limita la información como antes, sino funciona con una estrategia contraria: avasallar a la gente con datos. El poder de los que mandan radica en saber qué se puede pasar por alto y qué es lo importante entre tanta información. Esto lo demuestra la actitud del consumidor común de internet. Se mete en la Red a ver vídeos de gatitos cuando podría estar accediendo fácilmente a publicaciones de expertos sobre, por ejemplo, el calentamiento global, algo mucho más relevante en su vida que los gatos. Pero no lo hace.
Fuente:elmundo.es
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